He tenido oxidado
el blog por pereza y por el pretexto de estar escribiendo una novelita infantil,
pero la necedad o necesidad de escribir sobre mí me hace acordarme que el mejor
vertedero para mis pensamientos es Vagalia.
Julio
me dio la voz, y literalmente así fue, pues nací a mediados de este mes al
igual que mi hermana, por ello, para variar, hablaré de mí.
La
voz en todos estos años me ha servido para muy poco porque prefiero estar solo
o con una o dos personas a mi alrededor, no más. En cambio disfruto los sillones
de la soledad, sus libros, sus películas, sus conversaciones sobre todo y sobre
nada y el silencio, más necesario incluso que la escritura, pues últimamente mi
cabeza es un dolor insoportable.
Mi
confinamiento, no lo niego, es un respiro de las relaciones sociales, pues a
veces no tengo nada qué decir; no veo mucho la tele, la nueva música me tiene
sin cuidado y las conversaciones sobre ropa, tecnología, autos, envidias, etc.,
me dan mucha pereza. Me gusta sentirme
parte de la familia, de algo, pero sólo a ratos. Soy un odioso, por ello trato
de no molestar, de esconderme cuando hay visitas, tampoco contesto el teléfono,
de pequeño me traumaron y me cuesta mucho hablar por allí, prefiero los
mensajes, la barrera de la escritura, además amo demasiado a mis seres queridos
para estar demasiado tiempo con ellos.
Por
otra parte, soy muy torpe para relacionarme, la verdad estoy desencanchado
cuando debo hacerlo. Mi mundo es otro, hay mucha banalidad, sí, y un exceso de
idioteces –la mayoría salidas de mi boca- pero sus fueros quedan alejados del
consumismo desaforado y de las modas textiles, de las poses y de las preguntas
para hacer conversación, no sé hablar sobre el clima, mucho menos tengo algo importante qué decir
de mis días…
-…Leo,
eso es todo.
-Y
qué lees
-A
Muñoz Molina, Beatus Ille
-Y
¿es bueno?
-Puta…
no sabes… (mientras mi interlocutor ya hurga en su nariz y sus dedos se
deslizan en el celular más rápido que mis palabras… yo me desespero, me
gustaría meterle el celular por el culo para que me preste un poco de atención,
pero eso de verle las nalgas antes de clavárselo me da demasiado asco. Sonrío, me
quedó allí, como un muro graffiteado con una leve sonrisa, espero que termine
de mandar su mensaje, espero, al fin se digna…)
-Ah,
qué chido, luego me lo dejas leer (y mira de nuevo su celular).
-Si
quieres te lo presto.
-…Éste…
No, ahorita ando con un chingo de trabajo, pero luego…
-No
te preocupes, entiendo (un silencio largo)…
-Bueno,
luego nos vemos.
-Ok,
que estés bien. Ciao
-Ciao.
No, a decir verdad
la literatura importa muy poco cuando no se comparte el gusto por ella, como
cualquier pasatiempo u obsesión necesitamos que nos queme, y lo malo que yo no
tengo otra, y mi familia y la mayoría de las personas tienen demasiadas que me
marean con tantos conocimientos de los que carezco o de los que sinceramente me
tienen sin cuidado. Lo que más me sorprende de todos ellos es su pragmatismo
ante la vida, es loable la manera en que se ignora todo excepto a uno mismo.
Su
chingó a su madre o su chinga tu madre es una filosofía, un modo de vivir que
debería aplicar, pero no puedo, algo en mí hace que todo lo digiera, que me lo
trague cuando es intragable y termine chingándome, tratando de dar razón a lo
irracional, de ser ecuánime cuando el mundo no lo es ni tiene por qué serlo.
Yo
sopeso y pienso cuando lo que se requiere es una acción física, no ideas; que
por muy buenas que sean a veces ni terminan en el papel y aunque terminen allí
no sirven para nada, no resuelven los problemas del mundo, no cambian a los
políticos ni a las personas ni nada. Ni la revolución francesa, ni nuestra
“independencia” surgieron de las ideas y sí del grito desaforado, del
hambre, de las vísceras y el odio, del ansia de tener lo que otros poseían. No
se busca el equilibrio se aniquila lo anterior y se instaura algo nuevo e igual
de parcial.
Una
idea, y sobre todo las temperadas, no mueve el mundo, la escritura humanística,
social, no revoluciona a una sociedad cuando ésta no piensa en la generalidad
del ser humano. La ley ciertamente es escrita, pero se legisla a favor no de
los hombres y del bien común, sino del poder, del dinero, y mientras nuestra
escala de valores y necesidades esté así, la palabra –aquella que está al
servicio del hombre- sólo sostendrá utopías personales, nos permitirá vivir
cómodamente en un onanismo intelectual que nada puede hacer ante una mujer
carnosa que nada sabe de escritores y poco le importan las palabras bien o mal
trazadas en la hoja, el caso de Lucía Méndez y Rubén Bonifaz Nuño es buen
ejemplo de ello; o ante un balazo, ¿qué razones se pueden levantar para detener
el plomo que se clavará en algún corazón?
¿Quién
se pone a pensar que una vida es irrecuperable, que ese que cae abatido, que
aquel que pide limosna o que vemos ser golpeado y no miramos es nuestro
semejante, nuestro hermano? Es mejor leer y escribir, olvidar el pragmatismo
que encierra “un dar la mano a quien lo necesita” para vivir cómodamente en
esas chaquetas mentales que terminan, algunas veces, en blogs de poca importancia.