Hoy desperté en el suelo. Últimamente me he hecho a
la idea de buscar una nueva cama. La mía, al ser individual, no es apta para
dos personas, mucho menos si se comparte con un elefante. Desgraciadamente, una
más grande no cabe en mi cuarto. Pero no los he puesto en antecedentes, ustedes
perdonen.
Hace tiempo –el seis de enero para
ser exactos– llegó –junto
con una discografía de Nina Simone que cantaba grave y heridamente contra la
ley SOPA– un elefante. Causaba sorpresa, sí, pero ya estoy acostumbrado a este
tipo de incoherencias en mi vida.
Al principio no sobrepasaba mi
cintura. Era como un perrito faldero, me seguía a todos lados, me movía la
colita y ponía su trompa entre mis manos, olisqueándolas, buscando la sal que
me sobraba de los cacahuates o algunos rastros de manzana.
Le puse Jenruchito porque –mea culpa– estaba demasiado consentido,
además se daba a querer, no podrían culparme si lo vieran. Lo que yo no vi al
principio –y ahora me lamento– era una carta que decía que el elefante no era
mío. Pero fue demasiado tarde cuando la leí, ya me había encariñado demasiado.
Jenruchito me seguía a todos lados,
sobre todo al baño –pienso
que quizá, en cierto sentido, al estar desnudo, descubría un extraño parecido
entre nosotros. Un día que me estaba bañando, vi la sombra de su
trompa detrás de la cortina y me asusté, pensé que era una serpiente que se iba
acercando poco a poco. Mi miedo a las víboras me hizo salir a toda prisa, me
tropecé en la puerta del baño, se me cayó la toalla –ni pensar recogerla–,
y corrí desnudo hasta la sala.
Para mi mala suerte había visitas y
hacía frío. Su paso lento y armonioso –al salir del baño– contrastaba con el bochorno
y las risas –muy mal disimuladas de los presentes. Al verme con las manos en la
entrepierna, me sonrió, urdió un ruido como de trompeta destemplada y corrió hacia mí e hizo un movimiento con la trompa para olfatear mis dedos,
que me hizo recordar aún más mi miseria.
Pero aparte de ese tipo de pequeñas
vergüenzas y de lo incómodo que es dormir con él –sobre todo cuando le empiezan
a salir los colmillos, pues tengo que ponerle unos corchos enormes y por si
fuera poco, no se está quieto y siempre me destapa. Tuve que coser seis cobijas
juntas para no pasar frío.– le he tomado verdadero cariño.
Mi cartera –claro– no es la misma, no
me imagino lo que sería de mí si tuviera novia, además ya escucho el: “o el
elefante o yo”; y ni pensar escoger, siempre he sido muy desidioso, además no
podría dejar desamparado a Jenruchito y con lo que come…
Le encantan las sandías y las
manzanas. Una vez tuve la inconsciencia de llevarlo al mercado. Tuvimos que
trabajar los dos para pagar la cuenta de los puestos de fruta que devoró. Ese
día, perdí el apetito.
Cuando vamos al parque le gusta estar
donde hay muchos niños o perros, pero sobre todo busca al globero. No me puedo
descuidar ni un segundo, porque me he llevado algunas desagradables sorpresas,
como aquella vez que tronó todo un ramo de globos y la verdad no sabía dónde
meter la cabeza.
Allí, tengo que aceptarlo, negué que
conocía a Jenruchito; le enseñé al globero la carta que me dejaron –y que tanto
me ha torturado porque no quiero entregarlo– donde decía que él no era mío, que
si a alguien le debía de cobrar sería a esa persona que señalaba el remitente y
que por lógica no era yo. ¿Qué podía hacer?, la verdad son tiempos difíciles y
más para una persona y su elefante.
Con el tiempo, me di cuenta que le
gustaban sobre todo los globos rojos y azules, así que le compro dos y se los
amarro en cada cuerno, así el globero –en apariencia– y yo –disimulando bastante mal–
estamos tranquilos.
Quizá a Jenruchito le gusta ver su
cara más redonda de lo normal reflejada en ellos o sienta felicidad de ver a
otro como él, aunque de un color distinto. Sé que está contento porque empieza
a correr por todo el parque y hacer ese ruido que se asemeja mucho a una buena
carcajada.
Cuando veo que no hay ningún peligro,
y puedo estar en paz unos momentos, me dan ganas de fumarme un cigarrillo. Al
principio, no sabía por qué, nunca me ha llamado la atención ese vicio. Presiento
que fue a raíz de traer para arriba y para abajo esa carta –llena de manchas de
nicotina, café y olor a tabaco– que no me deja dormir y que amenaza con
llevarse mi felicidad o lo que sea que ese bodoque trajo a mi vida.
La letra es muy femenina. A
Jenruchito le gusta olfatear la carta –aunque nunca le he mostrado su
contenido. Hace un ruido raro cada vez que la huele, como si pronunciara el
nombre de aquella persona y el cual no mencionaré, porque ahorita, sobre mi
hombro, está Jenruchito leyendo y no quiero sentirme con más remordimientos de
los que ya tengo. Pero bueno, ya basta de desahogo. No
puedo escribir más por el momento. Además, pesa
demasiado para seguir soportando su peso sobre mis hombros…
No ma, vago. Es una gran entrada, con mucha desenvoltura narrativa e imaginativa, se lee fácil y de corridito. Con un toque de humor (salvo lo del parecido) que no te conocía. Igual y la puedo votar entre mis favoritas, hehehe!
ResponderEliminarExcelente entrada, felicitaciones, me resuktó muy amena esta lectura.
ResponderEliminarMe recuerda un libro infantil "Un elefante sin circo".
ResponderEliminarExcelente en verdad.