Final de semestre, apuntes,
subrayados, futuras doctoras con la letanía del cuerpo humano en la boca, una y
otra vez repasan el sistema respiratorio, observo sus fosas nasales, el ligero
aleteo del aire, llenándolas, hinchándoles el pecho, se concentran en la
fisiología humana, sus dedos se mueven en la memoria, músculo a músculo, hueso
a hueso, las recorro, hago mi propio estudio de anatomía, caderas, glúteos, pantalones
blancos, el hermoso tejido de algodón o encaje trasminando por la tela porosa,
salubre, blanca, blanquísima, casi espuma, baba para los ojos.
Una
mujer es más hermosa con el rostro cansado, no sé, lo pienso al verlas,
desasidas de todo, de ellas mismas, de sus propias caras, reconcentradas en un
futuro que es ausencia de todo: del vagón, de la gente, de la jerigonza de los
vendedores, faquires y artistas del hambre, de mí. Cada gesto es libre,
salvaje, caprichoso, porque sus poseedoras, reconcentradas en la lección,
olvidan lo incontrolable que es una ceja, el carraspeo azaroso de la nariz, o
la mordida nerviosa del labio, la lengua lubrica las comisuras de la boca.
El rostro nos
traiciona siempre que puede. Surge, expande sus fronteras desde la oscuridad de
la consciencia que se reconcentra —por ejemplo— en un examen, en el ensayo, en
el fin de semestre… Rescato esos naufragios, doy cuenta de toda esa desmemoria,
de los rostros que sólo yo miro como se deben mirar, como desean ser mirados,
como un milagro, un instante ahíto de libertad, de pérdida intraducible.
Se
abren las puertas del vagón, ella se sienta, es ella, porque estas palabras le
pertenecen, lleva el pelo revuelto en el sueño, me ve, se lo enreda con el dedo
índice, juega un poco, lo lleva a su boca, sus dientes blancos, las hebras
negras, hondas, tronchadas, masticadas, aprieto la mandíbula, la baba se
reconcentra en la boca, sobre la lengua, es espesa, caliente, se desliza por la
tráquea hacia los abismos del estómago. Me mira, ve lo que yo no puedo de mí
mismo y trata de limpiar su rostro de lo que soy; empotra su espalda al
asiento, toma el control de cada músculo y hueso, es razón pura, equilibrio
reconcentrado, pero no puede olvidar que nuestras sombras se rozan; no la miro,
ya no, veo hacia donde sus ojos siguen el trazo negro de su silueta, lo muerdo,
lo lleno de saliva, temblamos, empieza el juego, el escarceo de sombras…, se
abren las puertas, entra demasiado gente, me mutila, la he perdido.
Ahora
es ella, lleva un short negro, muy corto, es toda muslos, medias negras que
simulan unos tirantes de negligé, la tela es semitransparente, ahumada, gaseosa,
el pelo largo, descuidado cuidadosamente, lentes de pasta, es un cliché, ¡pero
qué muslos!, soy todo manos, un molusco, un reptil con la cabeza demasiado
grande, encarnizada, el hambre me llena las venas, el pulso. Chamarra verde hasta
la cintura, hasta allí la sangre, me ahorca el pantalón, es un suicidio estar
así en hora pico; se me acerca un poco, le miro la boca, lo que la carne dice
de ella, la cintura, las nalgas, los muslos —el tiempo se agosta sobre su piel—,
la imagino hincada, de espaldas contra la pared, tumbada de cara al techo. Tengo
demasiados ojos para el deseo.
Copilco
y la maldita suerte, todas se bajan allí. Quedo casi solo, inicia el invierno,
la última estación me espera, Universidad se me figura un yermo, el esqueleto
del vagón truena, revienta un pulmón, un imposible en forma de suspiro que no
sabe transcribir nada. Desasosiego, el inicio de algo que no llega a tristeza,
de la memoria demasiado precoz, mujeres, todas, idas.
El amor me rebasa
y es tanto y es tan uno mi cuerpo, tan horrorosamente humano, tan flagelado en
el silencio... Colea el metro, el vagón me parte las ideas, el cielo es duro,
quebradizo, tan dado a este siglo de cuerpos desechables y odios gratuitos, a
este plomo de cuerpo, frío, ardoroso como la visión repentina de ese vestido
morado tan dado de sí, tan lleno de flores en pleno noviembre. Sonríe, dejo que
la sangre me endurezca, me muela la cabeza; otra vez ella, estamos de frente,
sentados, me mira, me quito la chamarra, regresan sus ojos, la curva cálida de su
boca…, mi aliento abrasa cada pétalo de su vestido...