Una libreta acarrea muchos
problemas sobre todo al abrirla e intentar escribir por primera vez en ella. No
es que intente reflexionar sobre “x” o “z”, poco importan los pensamientos
sobre la vida y la muerte o los desgastados bolsillos donde se guardan las
preguntas, siempre las mismas, sobre el ser; la filosofía es como un loco en
los parques públicos, como el Bautista vestido de limosnero, pero me estoy
desviando. Tampoco es que pretenda escarbar en la mugre de las uñas buscando el
sentido de la divinidad o mirar en las jaulas de las tardes o en las del
recuerdo.
Cuando al fin me
entregan una nueva libreta observo sus cantos, sus lomos, la imagen que escogí,
el tipo de hoja: color, textura, densidad; los separadores o separador, la
calidad de los materiales, las medidas, si está o no está bien alineada… Es
importante porque el objeto lleva a la escritura, pero a cuál, esa es la
pregunta que me hago al abrirla, con qué palabras inaugurar el juego y los
suicidios de la escritura, si es hermosa se complica porque mi caligrafía crece
igual que mi barba: disparatada.
Mi letra es
horrible, horrorosa, la odio pero ella encierra mi propia esencia desgarbada,
tectónica, errabunda. Es cierto que es incansable, podría escribir todo el día
si no tuviera la necesidad de comer e ir a trabajar, me emociona trazar una
palabra, la que sea y después juntarla con otra y luego otra y crear todo un
país sinsentido, inconsciente de su propia hechura, de lo patas arriba de su
forma; mi escritura es tan fea que me tardo más en descifrarla que en trazarla
en el papel, a veces me doy por vencido y doy a la pira del olvido cuentos,
poemas, crónicas y ensayos y cuanta cosa vomite y sean indescifrables.
Podría mentirme y
decir que es con pesar que escribo las primeras palabras en una libreta. Es
falso. Hay algo de perverso en el dibujo de las primeras letras, un goce por
desfigurar la virginal armonía, la paciente luz que no esperaba un garabateo
tan desmedido. La escritura siempre es una violación de la pureza y en un
cuaderno en blanco es doble la violencia, porque nuestro primer goce, el
regurgitar de nuestra brutalidad será su primera memoria, su rostro inicial, la
semilla de su cuerpo, las deformaciones de sus alfabetos.
Pero hay libretas
muy dignas que se imponen sobre mis querencias, que me impiden maltratarlas, su presencia es un espejo que me muestra tal cual soy: barriobajero; que hace más nítido el olor de hígado encebollado en el aliento o acentúa la grasa
de la milanesa entre los dedos. De pronto, no soy más de lo que siempre he sido, abajo los sueños de ser escritor, abajo esa imaginación que se desborda
en filigrana de tinta, en hondura psicológica, en apretadas cotas narrativas,
se es lo que siempre se ha sido: un hombre obtuso, un mal prosista y peor
poeta.
Lo mejor sería
quemar la libreta, pero el orgullo, el maldito orgullo hace apretar las pastas,
triturarlas entre los dedos o abrirla sin consideraciones, nada de gentilezas
ni de cariños, arrugar el papel y mancharlo con la grasa de la comida o el
queso de los cheetos y escribir la
primera sandez, el primer ripio, el primer lugar común, el más común entre
todos, al que cualquier mujer con dos dedos de frente escupiría sin pensarlo
dos veces, ése el que su sola imagen nos hace sonrojarnos, sentirnos fieles
discípulos de un Emilio Larrosa y de tantos pelmazos que creen que el amor es dulce,
que es un ramo de rosas, que es un hotel atiborrado de semen y gemidos un 14 de
febrero.
El
amor es más parecido a una maldita libreta nueva, una libreta que es un enigma
y una advertencia, un destino que no sabemos si acabará con nosotros pero no
podemos evitar recorrer ni dejar de clavar en él el escalpelo de lo que somos,
el deseo que nos mueve a intentar una y otra vez prolongarnos en esa escritura
infamante que nos designa, en esa negrura con la que tratamos de cubrir esa
belleza inalcanzable, esa armonía en blanco que sólo el papel impoluto contiene
y que la escritura jamás podrá conseguir, porque la sombra surge de la
imperfección de nuestro cuerpo, pero la sombra también es la verdadera alegría
del amor.