Para este bufón
que
jamás aceptó su vida;
la condena
de sí mismo,
su
malnutrida alma,
sus
huesos
sufrientes
por la enormidad de su espalda,
de su
aliento y de esta verga
consumiendo
el universo
y tu
pequeña boca:
hormiguero
de sombras
que
disimula los blancos
hombros
del deseo;
honduras
turbias de tu rostro,
corridos
por el vinagre y los vinos
de esta
soledad, sal, semen,
vida a
gritos
en hoteles
de insomnios
y de
ausencias
que a
vivo dolor,
en plena
herida de ternura
vuelven
entre el sosiego de las botellas
dejándose
herir por los verdirojos,
verdinegros,
verdiciegos
zumbidos
de rocola.
Corazón
malparido,
corazones,
corazón enmariachado
que no
sabe si reír
o
mostrar en el escupitajo de la canción,
el
espanto de sus querencias;
y
entonces el desastre,
la
cojera del gesto,
de sí
mismo
que no
sabe saberse,
tenerse
ni sostenerse,
mucho
menos salvarse,
huir de
su fosa de felicidad,
de esa
persecución
que rabiosa,
lo deja allí,
amachado
en un llanto
que nunca
aprendió a llorar.