A ver visto engaño
tal en rostro verdadero. Ciertamente no es así el verso, pero en estos tiempos,
quién va a leer o encontrar el error en él. Es más, ¿quién, que no sea un ñoñazo,
lee? y ya no digamos poesía del Siglo de Oro español, y ya no digamos poesía.
Digo, hay que ser sinceros, usted es un ignorante. Sí, usted, no se haga el
loco. La boca –y eso lo sabe bien– sólo le sirve para tragar o escupir al pobre
señor abecedario; quizá, sí, también para hacer un buen trabajo oral, quién lo
niega; y me dirá, justificadamente, que allí hay arte, no lo dudo. Pero cierre
usted la boca que la cosa no va por allí y deje que suelte todo mi veneno.
Bien,
mire jovencito, ¿cree que por leer a José Emilio Pacheco, a Carlos Fuentes, a
Volpi –perdón que casi me ahogue de la risa, hay letras que son duras de tragar–
usted ya es una persona culta e instruida? Pues sí, lamentablemente el estado
de la cultura se tasa de tal manera que hay que aplaudirle el esfuerzo –y mire
que ya leer a ciertos autores cuesta uno y la mitad del otro (y tan caros que
están, dicho sea de paso).
Cuesta, por el
tiempo: no tenemos; digo, si sólo se la pasa 12 horas enchufado al face, pues es muy poco como para
desperdiciar, ya no digamos una hora, sino media para la lectura. Cuesta, además,
por la somnolencia, la falta de costumbre, principal enemigo de la literatura. Pero no porque los
libros sean aburridos, la causa es que ha perdido la capacidad de imaginar, quizá nunca se ha imaginado nada, pobre
de usted, pero no lo compadezco realmente, es cosa suya.
Pero
ya que es un monstruo de la literatura, tendré que dejarlo por la paz.
Pero hay gente menos afortunada, su amigo, muy bien puede ser ejemplo de ello. Y sí, es la palabra adecuada
para adjetivar lo que ahora nos compete. Porque es una fortuna el poder leer,
pues la literatura se goza, ¿acaso no estamos ávidos –perdone por la palabra
dominguera– , deseosos de conocer la vida de fulanito de tal?, ¿no disfrutamos
del chisme?; pues, ¿cuál mejor que conocer las entrañas de ciertos hombres?,
aquellas que el pudor mantendría en un absoluto silencio y que por la gracia de
la literatura, y sólo por ella, podemos conocer. Ésta amplía nuestro horizonte,
nos abre otros mundos, dibuja una nueva arista dentro de nuestra cabeza;
pero bueno, al ser ustedes –yo no– burros de noria o lo que es lo mismo, al
leer el tv notas o ver, ya no digamos señorita Laura, sino cualquier programa
televisivo, poco nos puede importar –perdone, ésta ya es demasiada condescendencia
y no se la merece– poco LE puede importar, porque no llega a comprender, pues
su cabecita al estar abonada por el estiércol de las grandes cadenas
televisivas no está apta para abrir su razón y sentidos ante la comedia humana,
las luchas interiores que se desarrollan o se esbozan en un libro.
No
crea que mi intención es que lea, a mí su vida me importa poco. Pero
ciertamente estaría mejor si algunas personas vivieran su degradación lejos de
mí. Desafortunadamente tengo que aguantar el raeggetón del vecino o la voz
destemplada de las vecinas mientras se arrancan los tubos de la cabeza. Aunque
sinceramente no es tan grave si pienso que, por fortuna, yo, no soy ellas y no
las tengo que aguantar las veinticuatro horas al día. Ha de ser horrible vivir
con el foco apagado y la boca siempre abierta. Me gustaría tanto meterles un
libro entre los labios mientras hablan -y no en sentido figurado.
Sí,
la lectura está oxidada, los libros cerrados, muy cerrados a razón de la sinrazón.
Todos lo sabemos, ¿y queremos hacer algo?, no. Como ya le dije, a mí no me
importa que sea una bestia. Ni a su familiar más caro le importa un comino si
usted lee o no, digo, puede ser un bruto, pero nadie se ha muerto de serlo, al
menos que de verdad usted lo sea en exceso y sería una muerte, seguramente,
bastante ridícula.
Pero,
si la ignorancia se contagiara, sería el primero en darle el remedio; pues líbreme yo de ser como usted. Sí, a ti, a la que no deja de parar oreja en este diálogo. Sí, chiquita, sí, a ti, a la que no
suelta el celular con fundita rosa –hay mi vida treinta y cinco años y aún la
femineidad la expresas con ese color, ternurita–. Sí, a ti te hablo, ¡ay, cosa! –y con “cosa” lo digo también en
sentido literal.
Ven, nadie
murió. La bella señorita se paró y se fue. Pudo haberme
golpeado, pero como para ella yo soy el estúpido y necio, prefirió irse –las
ironías de la vida. Además, por otra causa no me gustaría educar a los
ignorantes: burlarme de la gente es uno de los pocos placeres que me quedan y
es difícil hacerlo si éstas son inteligentes. Como verá, razones no me faltan
para no querer mover un dedo sobre el asunto de su estupidez.
Total, la educación sirve –y
todos lo sabemos– para ganar dinero. ¿La felicidad?, ¡hombre, ya llegará! Lamentablemente,
si se dedican a algo que no les gusta, difícilmente tendrán tiempo
para ser felices. Pero eso qué importa, el dinero nos da de tragar y nos sirve
para comprar cosas. ¡Qué hermosa manera!, ¡qué dulce simplicidad la de ser feliz! !Qué a
gusto se la pasa un ignorante! En parte los entiendo, mis hermanos, mis no, no y no y no tan
semejantes…
Pero
no, escogí, y lo pongo hasta con mayúsculas, ESCOGÍ ser maestro –ante todo por la diversión que me causan esas creaturas que por deficiencia de mi vocabulario llamaré: estudiantes; y en manda por todo lo que la vida me ha dado- y practicar el oficio de la literatura. Estoy jodido –económicamente–,
pero soy feliz, medianamente, digo, podría serlo más pero tendría que pasar por
encima de varias personas para lograrlo o al menos de negar su libre albedrío para complacer ciertas lubricidades;
y la verdad no es para tanto, no me puedo quejar con mi pedazo de felicidad, sería demasiado
querer obligar al otro a hacer cosas que sólo a mí me parecen interesantes. Además
con lo chaparro que estoy sería difícil lograr someter a alguien y ya hubo, al
menos, tres personas patéticas y chaparras con ínfulas de poder absoluto y creo
que su reputación no fue la mejor, digo, me sería difícil conseguir amistades
con una presentación como: Hola, soy un genocida, quieres un trago. ¿Salud?… La
verdad, esa vida no es la mía, demasiado estrés, y bueno, sí, hay que
considerar las muertes, los llantos, digo, lo hijo de puta no se me dio mucho,
al menos en el plano de la acción. Lo mío es lo intelectual.
En
resumen, estos tiempos no están hechos para que gente como yo sea feliz. Bueno si con felicidad se busca algo más
que tener dinero para comprar cosas y tener un hijo –no entiendo a las personas
que son felices por el sólo hecho de reproducirse–, de hecho hay personas muy
feas que deberían ser multadas por cada creatura que crean y que malforman –si
se puede aún más– a lo largo de su vida. Pero tampoco la Historia trató muy
bien al tipo que llevó a un extremo lo que yo acabo de mencionar. Además, lo mío
es pura brabuconería. Total, un engendro más, sólo es un engendro más; aunque quizá,
ésa sea la causa principal de que cuando vamos en el transporte público o en la
calle no nos fijemos en el otro; digo, hay cosas que es mejor no ver. En
definitiva, los monstruos que me ofrece la literatura son más bellos. Prefiero al monstruo del doctor Frankenstein que a la señorita Laura. Bien
dicen que la realidad supera a la ficción, aunque en la realidad los momentos
poéticos son más difíciles de apreciar que en la literatura.
Y
usted perdone, siga en su ignorancia. No, no, mi estimado, no es que lo trate
de ignorar, le juro que me gusta leer… Si usted lo dice, está bien, es aburrido. Sí, supongo que imaginar
cosas es difícil. ¿Por qué leo? Góngora me dice más de usted que usted mismo. Empezando
por el léxico. Digo, usted no aporta mucho. No, léxico no es una
grosería. No, sé que Góngora no lo conoce, ¿cómo podría? ¿Y entonces qué puede decir él de usted? Es que estoy leyendo un romance… ¿No jóven, un romance no es una relación entre dos personas enamoradas, es un tipo de composición poe… Olvídelo, no tiene caso. Pero bueno, este romance es escatológico y a usted le huele la boca. Usted perdone, ¿lo insulté?, ¿debí decir: quiere un
chicle? Qué lástima que ya se vaya, cuando al fin comenzábamos a entendernos…