Hay que deshacerse
de todo. Tirar por la ventana las tripas. Arrojar a la basura los dientes.
Regalarle a la que nunca nos hizo caso nuestra lengua –que sepa lo
perdido. Sacar el miembro por la
bragueta y con el cierre… No, eso no, hay cosas, y vaya cosas, que merecen un
funeral de cuerpo entero.
Abrirnos
el pecho con el cuchillo carnicero y hacer de tacos corazón –me acuerdo de un
mal cuento que ya no viene al caso. Ya nada tiene caso. Meter la mano en ese
pozo cerrado a la alegría y encontrar en el vacío del alma a la blanca nieves
húmeda y envejecida de nuestros sueños. Al aire con los pulmones negros de
tanto fumar discursos de gente idiota. Al diablo con las patas, hay que
dejárselas a los “Hermanos” como pago a sus golpes en la puerta.
Arrancar
de un tirón todas las venas y arterias para hacer con ellas una raíz o un
ramaje para los pájaros y los gusanos que hemos ido pariendo a lo largo de
nuestra vida. Negros, más negros que el cuervo de Poe, más negros que el coño
de aquella mujer que me tocó en suerte en mi cuarta juventud. Hay baños que tienen
memoria y pujidos que, de pasados, entristecen.
La
imaginación, que se vaya con sus locas, sus putas y sus monjas a otra parte.
Aquí el asilo ha quedado clausurado. Con el martillo aplastar cada una de las falanges
hasta que las uñas se desprendan gritando: ¡basta!, ¡basta¡; hasta sentir, sólo
eso, sentir que por última vez algo de nosotros se ha quebrado.
Lágrima
a lágrima enroquecer la mirada. Y
después reventar con esas rocas los cristales de la casa y la del vecino. Viejo
infeliz que nunca dejó a la niña salir sola. Mi pan amargo a las ocho de la
noche. Sin falta, la leche caliente, por su ausencia, se tornaba fría en mis
manos. Si hablara de la gula por su uniforme, pero ¡basta! Se terminó el tiempo.
Al
aire los pelos de mi espalda y de mis nalgas, siempre me imaginé como un ángel,
que mis alas de vello preludien mi caída desde el techo. No soy incoherente. Soy
agnóstico, sí; pero mi calidad de esteta me hace pensar en ángeles y en
vírgenes –lo último la verdad es que no, han manchado ya demasiado sábanas y
demasiadas conciencias.
Mi
amargura la dejo encima de mis libros y mis versos y mi nombre y que con ella
carguen y se chinguen y se caguen mis amigos. ¿La bondad? Nací sin ella. ¿Mi
belleza? Que se pudra entre las manos de las onanistas. Mi esqueleto que se
quede sobre el burro de planchar o como adorno para el día de muertos. Como
ofrenda pido cada 2 de octubre o el 1 de noviembre –depende el día que más les escalde–
que le sea entregado un laberinto y una mujer para que chupe y chupe hasta el
cempasúchitl sus huesos; y si arden, que les sople y les sople y les sople
hasta apagarlos. No quiero ser un fénix, pa’ qué, si jamás seré el de los
ingenios.
Órale con el poema en prosa!! La verdad es un texto que fluye muy bien y está en consonancia con tu etapa amargosa, qua parece estar llegando para quedarse. Memorias y aspiraciones en una gran frustración sin tiempo; es el trabajo del que escribe. La estética de los pelos y del burro de planchar.
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