Es sábado. Acabo de leer el blog de
mi patidifuso amigo: amargura por el futuro, decadencia, caída del pelo,
juventud cada vez más estúpida… Me hermana su desencanto y sonrío, no
debiera. Su indignación ante una
juventud que se ríe de su propia ignorancia me parece justa pero no puedo
sentirme igual, sólo me queda el desencanto, la sonrisa cínica y destemplada,
hueca del que no cree en utopías ni sueños de democracia. No tengo fuerzas, al
menos no hoy, para amargarme más.
Pero es inevitable
no pensar en el problema, por más que trate no puedo quedar ajeno a lo que pasa
a mi alrededor. ¿Hay algo rescatable? Los niños cada vez están más enajenados,
fuera del mundo, como si de pronto el coco o el roba chicos de mi infancia se
hubieran hecho presentes -qué digo presentes, omnipresentes y omnipotentes- y
se los hubieran robado a todos.
En mi cuadra ya
nadie juega al futbol, no escucho las alarmas de los coches debido a un
pelotazo al azar. Las calles se han quedado sin colores ni movimiento ni
gritos. Nadie va de casa en casa chiflando o lanzando piedritas para juntar los
equipos. No encuentro sobre las banquetas
las huellas de batalla del “stop” o las alas quebradas del “avión” o la carretera
soñada de las “metitas”. Mucho menos escucho aquella ambivalente canción y rito
de doña blanca y su jicotillo o ese “será melón o será sandía o será la vieja
del otro día, día, día, día"; ni hablar de la rueda de san Miguel, hace mucho
que se oxidó al igual que todas las canciones y danzas infantiles. Los sueños,
las imaginaciones –si es que aún existen– ahora ocupan la fragilidad del
internet, los deseos se configuran con una cuenta en las redes sociales, el
amor es la luz estridente de la pantalla a solas, la pornografía que nos ahorra
tiempo, dinero y esfuerzo.
Y sí, todo empieza
desde casa, la escuela puede hacer poco o nada, pues los maestros están mal nutridos
y no sienten amor por su profesión –lo sé, no todos, pero una minoría no puede
cambiar la situación del país por más que se diga lo contrario–. Esta falta de
amor por lo que se hace tiene muchas consecuencias, la principal es que no hay
empatía con el alumnado; otra, no menos importante, la mala preparación, el no querer seguir
aprendiendo más, quedarse estancado con lo poco y lo mal digerido con que se
acabó la carrera –si es que se terminó–. Las consecuencias son obvias, se sigue,
como si de una biblia se tratase, al libro de texto, que sí ayuda, pero es
solamente una guía –y para chingarla con faltas de ortografía– que no puede sustituir el trato HUMANO de un
docente.
Además, cómo poder
educar cuando el pobresor llega a duras penas a fin de mes. Para poder vivir
medianamente bien tiene que trabajar el día entero. Cómo ponerles atención a
los niños si se tienen más de trescientos alumnos. Por más que se quiera las fuerzas y el ánimo
se agotan con titánica empresa. La calidad es sustituida fatalmente por la
cantidad.
La empresa de ser
un buen maestro es titánica por el esfuerzo que se tiene que hacer, tanto
intelectual como empático; pero al mismo
tiempo es la más noble de todas porque enseña a pensar, y eso es lo que
realmente forma a un ser humano. El profesor pone los pilares de lo que será el
niño –no las bases, porque ésas sólo los padres– a lo largo de su vida. Cuando
se dice que se está educando al futuro de México, no es una simple metáfora, no
debemos verla tampoco como un lugar común, sino como lo que realmente es,
dándole el valor real, la importancia vital que tiene la frase; y por ello el
gobierno de cualquier país debería tener como prioridad la educación y la alimentación por encima de cualquier
otra necesidad. Y los padres, a su vez, tendrían que enseñarles a sus hijos a
respetar a un profesor, sea bueno o malo, porque éste está dando de sí para que
esa bola de mugre y mocos sea una mejor persona, un mejor ser humano. Porque un
maestro no sólo enseña ciertas materias, no, sobre todo humaniza, hace sensible
de sí mismo al niño, pero también del otro y le enseña algunas de las
herramientas indispensables para asir el mundo.
Pero mientras sea
una computadora quien eduque y el tamaño
del celular lo más importante que tenga un niño, cómo tener esperanza en el
futuro, cómo se va a respetar a esa figura que tiene las manos llenas de gis. La principal reforma debe de venir de casa,
porque si no es así, las cosas no cambiarán y esto es algo que afecta al niño
en todos los ámbitos de su vida; un ejemplo claro es el problema de obesidad;
si no se hace nada para quitar celulares, para apagarlos, y eso incluye a los
padres, y mandar a correr a los botijas, a jugar futbol, etc., ese problema de
salud seguirá en aumento. Se debe enseñar
a usar la tecnología como lo que es una herramienta y no como un estilo de
vida.
Se está
construyendo un mundo inhumano, impersonal y es paradójico que sea precisamente
la incomunicación, en este mundo tan globalizado, uno de los rasgos distintivos
de nuestros tiempos. La soledad más atroz nos ahoga y ni siquiera nos damos
cuenta. En países como Japón ya sucede, mujeres y hombres insatisfechos porque
estos últimos prefieren masturbarse a buscar entablar una relación humana con
todas sus complicaciones sí, pero con todo lo insustituible que otra persona
nos puede ofrecer.
La pereza nos
invade, no queremos invertir tiempo en el otro y sí perderlo jugando
infinitamente candy crush. Nuestro
tiempo lo llenamos de tiempo muerto, la vida se nos va en estar enajenados, sin
vivirla realmente. El arte no vale la pena, para qué estudiarlo si podemos
“sentirlo” y “hacerlo”. Todos podemos opinar de todo peritamente, a la mano
está Wikipedia para ello; pero nada sabemos, repetimos el discurso de alguien
más que es igual de ignorante que nosotros porque la pereza nos gana, para qué
aprender algo que podemos “sentir”, pero muy pocos sienten realmente.
Y toda esta
deshumanización, y es una verdadera vergüenza, comienza en casa y continua en
la escuela. Si yo, como profesor, no enseño a que el niño vea a su compañero de
banca como un igual no estaré haciendo mi trabajo, si no logro que sienta que
el mundo está en estrecha relación con su manera de vivir estaré fallando, si
como profesor de literatura no le hago entender lo maravillosa que es, lo
divertido que puede llegar a ser y el valor que tiene pues todo arte habla,
dialoga e interroga sobre el ser humano no puedo decir que de verdad esté
haciendo mi trabajo. Pero además si en el hogar no se enseña al querubín a comprometerse consigo mismo, con su
desarrollo, este mundo seguirá igual que ahora.
Hace falta enseñar
amor y respeto consigo mismo y con los demás. Hace falta dar el ejemplo de
apagar celulares en la mesa, de agarrar un libro por gusto para que el chamaco
vaya observando que leer no es un castigo, sino un regalo. Pero también hace
falta tener la panza llena para poder realizar todo esto y desafortunadamente
es una utopía pensar que el gobierno resuelva ese problema que afecta a la
mitad de la población. La enseñanza no se resuelve bajando los aciertos del
examen de admisión a las preparatorias o haciendo una reforma que afecta
únicamente los intereses de los sindicatos, el problema de la educación es un
problema de educación global que afecta antes que nada a los padres y a los
docentes que parece que desconocen la importancia de pensar que es lo que
finalmente debe de enseñar un profesor.
Al principio
quería hablar de la reforma educativa, del cacicazgo ejercido por los
sindicatos y que al ver mermados sus cotos de poder empiezan a ejercer el control
político que tienen al tener a su disposición a la carne de cañón que son los maestros
y que irónicamente son los que parecen ignorar que son mangoneados para que los
primeros puedan seguir conservando sus atribuciones dictatoriales en todo lo concerniente
al ámbito educativo: plazas –venta, herencia, etc. –, planes de estudio, certificación;
que deberían realizar personas que de verdad sepan del asunto y no unos
analfabetas que ven por sus intereses particulares y no por el bien de la niñez.
Y sinceramente
pelear porque se modifique esa ley o no es un sinsentido porque la reforma por la
que deberíamos luchar primero es por la que debe empezar en casa, en los padres
y en el corazón –perdóneseme la cursilería – de aquel que se para delante de
esa monstruosidad que es un alumnado e intenta transmitir todo, y de verdad
debe ser todo lo que sabe y debe saber para impartir una materia.