Me miras y no sé si es tu mirada el calambre que
siento atizando la verga.
No es tu lengua, no.
Ella estimula otra necesidad, otra herida que requiere
estar lubricada y tiene la forma de una oreja enloquecida, de un susurro
arrancado de todas partes, incluso de tus ojos.
Qué tremenda distancia abren de mi piel a la
tuya.
Si fueras sólo ojos,
si creyera en el papel azul de tus lágrimas
o en el monstruo que me mira desde ellos,
doble mirada que oculta ¿cuántas mujeres?,
¿cuántos de mis propios deseos
engrapados en las violencias de esta ciudad?
Qué ganas de lamer la frialdad de tu frente,
de embarrarme en tus perlas.
Apriétame el cuello, querida,
la sangre no escurre sola.
Desboca la última carta, la única que me ha
salido ganadora.
Después cierra los ojos...,
vamos, linda, nada te va a pasar.