Antes que el despertador, antes de que
abra los párpados, mis ojos, mis oídos ya buscan el día. Pasa el gasero, los
cilindros ruedan por la acera, el de los tamales tiene un odio mal disimulado
al gritar su producto, y la campana de la basura parece anunciar el fin de lo
tiempos; los motores de los automóviles acumulan ruido, contaminación, prisas, ganas
de que mis ojos se duerman un ratito más.
La espalda ya se resiente de estar
sobre el colchón, las vértebras no están hechas para los sueños. Amanecí con
dolor de estómago, en la oscuridad siento un navajazo partiéndome
horizontalmente la panza. Hace frío, las cobijas no están, todo se ha ido hacia
el nuevo día. La oscuridad me ha fallado.
Los pájaros crean el mundo allá
fuera, dan consistencia al alumbrado eléctrico, a los postes de luz, a los
edificios más altos, a las nubes, qué sería del cielo sin los pájaros, qué
sería la locura, qué huérfanas quedarían las orejas así.
Un encono de
perros muerde la calle; delimita las cuadras, marca sus territorios; los más
peleados: la carnicería y la pollería; la verdulería tampoco se queda atrás. A
los animales les fascinan las zanahorias y los chayotes, al menos a mi perro.
No ha conocido los placeres de la carne, mucho menos la urgencia, el vicio, ese
hervidero de hormigas, de mil y un patitas al rojo vivo que escalda la cabeza
del falo, sin término y sin plazos. La carne me devora, me deja sin sueños;
vibrando en la espina del deseo, quedo.
Si algo nos liga
con Prometeo, no es el conocimiento ni el hígado ―vaya
que el mío es mortal―,
es ese sufrimiento interminable, ese cuervo, vicio doliente, alegría
desencajada de la piel y el sudor. Quizá sean las seis de la mañana o las
cinco; la erección no tiene horarios, la mía está despierta y dura, podría
hacer un agujero en la corteza terrestre. Si pudiera morderte el cabello, lamer
tus muslos, enterrar mi nariz en tu coño, subirte la falda y los colores. Cuáles
son los tuyos, qué tan apretados. Hago un esfuerzo por licuar el universo en
mí, lo jalo, lo concentro, lo vuelvo a jalar, por milenios, explota al fin, se
corre la luz de la habitación, es pálida, como las cortinas, es fría, como las
cortinas, es transparente, como las cortinas, es dura como el día que entra en
estos momentos por mis ojos. Suena el despertador, cinco minutos más. Hago un
primer intento por salir de la cama. El día, la desnudez, la erección, las
mujeres, los ladridos de los perros me avasallan. Gruñe el estómago, es inevitable,
quizá en la cocina haya omeprazol.
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