Odio el principio y el fin de los ciclos. Enero y
diciembre son los meses más detestables del año. Eso de hacer en el último mes
un inventario, como si se tratase de recoger y limpiar a uno mismo, me parece
absurdo. Además, por más que se trate de limpiar, tanto el interior como el
exterior, siempre quedarán guardadas unas que otras porquerías.
Aunque el inicio del año tampoco es
mejor, pues uno se hace un ilusorio cronograma de vida –perdonen el léxico, una
tesis de maestría me espera–, con el que se tratará de aterrizar el propósito
de limpiar las porquerías que quedaron del año que se fue, instaurando, por
supuesto, otras, incluso peores que pueden llegar a hacer extrañar las pasadas.
Ahora bien, para todo aquel que
piense hacer una lista de propósitos, los malos hábitos, los vicios, ciertas
costumbres nunca cambian, no se engañen. Si usted es un tragón empedernido, un
Pantagruel de las garnachas, como un patidifuso amigo, no dejará de serlo. No
hará ejercicio al menos que se quiera coger a alguien, a veces la huevonada es
más fuerte que el sexo –créamelo, sé de lo que hablo. Si usted no sabe cantar,
para qué meterse a un coro, si tiene dos pies izquierdos y no le gusta el
baile, para qué tomar clases –al menos de que exista una mujer en el coro o en
las clases de baile y…
Pero volvamos al final del año,
nosotros hacemos el recuento a partir de los extremos, y eso un economista o cualquier
persona que vea alguna competencia de clavados sabe que los números más altos y
bajos se descartan del total. Pero parece que el ser humano nunca se rige a
partir del equilibrio, sino del sobresalto: nuevo trabajo, un amor, una
ruptura, una muerte, un hijo recién llegado, etc.
Si juzgo mi vida por esos “sobresaltos”
lo más extremo que tuve fue la operación de vesícula de mi hermana y digo, no
me operaron a mí, pero fue todo. Por lo demás, empecé igual de jodido el año
que como lo termino y seguramente el que viene lo empezaré igual y lo terminaré
de la misma forma, hay cosas que nunca cambian. Los amigos, los mismos
bastardos de siempre, y espero que sigan así a pesar de sus propósitos, aún me
falta pulirlos un poco más para soltarlos al mundo. Por mi parte, sigo igual de
guapo: peludo y gordo, con algunas canitas que me dan madurez y me hacen lucir
interesante –sí, como lo notaron sigo soltero, pero pueden mandarme sus curri
culums y ya veré qué pasa.
He leído bastante este año, he
escrito, sí, pero no tanto como quisiera, he cogido…, bueno, digamos que he
cogido a secas, no soy un valkirio del colchón, pero se hace lo que se puede.
Sigo odiando a la gente, aunque ya no me molestan las faltas de ortografía,
digo, se necesita algo de fealdad en la escritura como en el mundo de vez en
cuando para que pueda sobresalir un poco. Sigo burlándome de las personas, no
puedo evitarlo, yo lo llamaría crítica constructiva, para mí es bastante
edificante, debería de existir como disciplina olímpica, pero qué decir, la
vida no quiere que haga ejercicio.
Podría decir que ya tengo el punto
de amargura exacta, pero sé que algún pendejo me amargará un poco más este año
que viene, esos nunca faltan. La música, la amo pero ella me desprecia, no me
deja tocarla. Algo pasa con el café, me encanta pero pienso que terminará por
destrozarme los huesos. Me cagan las viejas superficiales, pero yo soy un
superficial, malditas paradojas de la vida, aunque siendo sincero, si está
buena y me hace caso, no me voy a poner de exigente, una mamada siempre es una
mamada. La última temporada de “House” fue una mentada de madre, qué bueno que
se terminó. La política, bueno, este año escribí más de lo que hubiera deseado
sobre esta mierda, pero mi hermana dice que soy un ser completamente
escatológico, y aunque normalmente se equivoca, al menos sobre los juicios que
hace sobre mí, tengo que reconocer que en este caso tiene razón, aunque hay de
mierdas a mierdas, espero que el siguiente año este tema no sea muy importante
para mí, ya con el Proceso y la Jornada tengo para cagar aguado todo el año.
Les daría un mensaje de fin de año,
pero la verdad, aunque me ponga muy feliz de que me lean y siempre lo voy a
agradecer porque me regalan su tiempo –digo, tampoco es que hagan muchas cosas
importantes, pero finalmente es su pinche tiempo y ése nunca regresa–, no los conozco y ni me
interesa hacerlo, por ello no les deseo nada, ya con sus parejas, madres, su
soledad, sus malos gustos musicales, su analfabetismo funcional, su fealdad,
sus vicios, etc., tienen para todo un año, para qué desearles algo que finalmente
sería algo que deseo para mí. Igual ustedes ni quieren terminar de escribir una
novela, creo que me excedí, igual ni siquiera quieren leer una novela este año
y si lo que realmente desean es practicar los diferentes matices del rebuzno,
pues bueno, cada quien.
Cada año es una moneda tirada al aire,
espero que tengan buena suerte en el juego, si no, pobres de ustedes; –puta
madre–, allí está el mensaje con el pinche deseíto, ni modo, a veces pienso en
los demás, es algo que tendré que cambiar el año que viene. Qué se le va a hacer,
nadie es perfecto.