“Una pared detrás de la cual
está sucediendo algo”. Aquí, en esta frase que pareciera dicha de paso en una de
las grandes novelas de Victor Hugo, tenemos el germen de toda narración, de
cualquier historia habida y por haber. Que sería, por ejemplo, el teatro de
capa y espada, la comedia de enredos, del drama y de la literatura en general
si no hubiera una pared.
Ésta es
crucial no para contar una historia sino para hilarla, para encontrar los
diferentes puntos que la irán urdiendo: personajes, espacios, líneas
argumentativas, etc. El autor y el lector tratarán de darle sentido a esos
trozos de conversaciones en un todo armónico, aunque en apariencia no lo tengan.
Una novela no
está dirigida a un sólo individuo, aunque el acto de la lectura sea íntimo,
porque ésta, si es buena, tendrá el aliento de una época, tratará de englobar
en ella una arista de la vida, de su sociedad, aunque, al ser todos seres humanos,
también hablará de nosotros de alguna forma. No cambian los sentimientos, no
cambia el hecho del nacimiento y la muerte, lo que cambia es el enfoque, tanto
para el que escribe como para el que lee. Pero me estoy desviando, trataré de
regresar.
Las
historias aunque en apariencia se centran en dos ámbitos: uno abierto y el otro
cerrado, una aprehensible con los sentidos, tangible y claro –en la medida de
lo posible–; y el otro, prohibido, donde la experiencia y los recuerdos
empiezan a urdir su trama con la ayuda de la imaginación para llenar esos
huecos que desconocemos. Será precisamente este último el que tocará todo arte,
aunque al ejemplificar o tratar de hacerlo, se esté haciéndolo desde el ámbito social,
el de la tribu.
El segundo
estadio es crucial porque será éste el material, la herramienta de creación, un
ejemplo claro es el chisme, no se habla de lo que se ve, sino de lo que acontece
paredes adentro, de lo que intuimos que pasa en una mirada furtiva o en una
visita asidua a ciertos lugares. La mente empieza a tejer sobre esos hoyos y entre
más elaborado sea la puntada pasaremos del chisme a la literatura, que no es
otra cosa que un chisme sublimado.
En el
escritor este terreno vedado será la semilla de todas las preguntas y
respuestas habidas y por haber puestas
en juego, latiendo y generando correspondencias, muchas de ellas azarosas,
tanto afortunadas como malhadadas, pero que irán configurando un mapa del mundo,
que es en sí todo texto literario.
La
literatura y todo el arte en general se mueve por esos territorios inexplorados
o prohibidos, entra con total impunidad en la cama de una prostituta en plena
orgía o en la de un aspirante a santo, se cuela en la habitación de un motel de
paso donde una niña y un hombre intercambian papeles.
Toda obra
que pretenda narrar, describir, exponer o argumentar tendrá que responder una
incógnita, tendrá que tumbar los ladrillos o al menos asomarse por las hendiduras
que sus trazos, garabateos, golpes de cincel, etc., van abriendo para avizorar esas
posibles respuestas y llevar así a buen término la obra de arte, la que sea.
¿Qué sería
de El grito si Edvard Munch no
hubiera ahondado en el vacío, si no hubiera mirado desnuda a su sociedad y a sí
mismo? Esta visión tan íntima, tan carnal, pero al mismo tiempo tan descarnada
le permitió otear en la desesperación del ser humano, ver la profundidad de su
raíz que es un grito enmarañado y silencioso, un gemido que lo escinde del
mundo porque nadie tiene tiempo para prestarle atención, para verlo en toda su
orfandad y deformidad.
En Racine,
en obras como Andrómaca, Fedra o Ifigenia, sin una pared no existiría en ninguna de ellas la
posibilidad de la tragedia. Y lo mismo sucede en la madre de todo el drama
occidental, el griego. Aquí también es esencial el muro. Pues no vemos a un
Edipo arrancándose los ojos en escena. No asistimos en Ayante, ni a la matanza de los ilusorios enemigos ni al momento en que
el héroe trágico se encarna la muerte en aquella blanca y afilada playa.
En la
lírica quizá es más difícil de ver esta historia entre paredes, pero ¿qué es el
cuerpo?, acaso no es éste también una muralla que guarda lo que pensamos y lo
que sentimos respecto a todo. Es en nuestra interioridad donde está el germen
de todo movimiento, de todo impulso, de la vida y de la muerte. La poesía es el
estadio más puro de la literatura porque no hay (o al menos eso nos quiere
hacer creer) un intermediario entre la experiencia literaria y nosotros,
lectores: “No decía palabras, acercaba tan sólo un cuerpo interrogante/, porque
el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe,/ un árbol cuya rama no
existe…”
En el poema
las palabras parecen que dejan de serlo, que se diluyen en materia orgánica del
espíritu, tornándose en ritual, en otro cuerpo, pero al mismo tiempo en ángel y
demonio. Sólo la lírica es capaz de irrumpir de una manera tan violenta y
cambiar, muchas veces, el rumbo de nuestro ánimo. En este fragmento de Cernuda
las letras son sólo un gesto, un sonido que es un cuerpo que vibra por sus
interrogantes, que al final de cuentas es otro cuerpo que también se interroga
con la pregunta de su propia carne, tratando, entre ambos, de encontrar o abrirse
un sendero de respuestas, aunque éstas sean tan ilusorias como la propia piel,
no así el deseo que les dio forma, que es tangible y carnal porque es una duda
que al plantearse existe y quema.
En la narrativa
no necesitamos ahondar en nuestro tema, escoja una Novela de Victor Hugo; lea a
Cervantes, El Quijote… o Maten al León de Ibargüengoitia; o de
Muñoz Molina, El Jinete Polaco. No
importa la obra, de hecho tampoco si es un cuento o una minificción, siempre
habrá una pared donde se desenvuelva una historia y es sólo por gracia del
escritor que asistimos a ésta, que se nos abren las puertas que en la vida real
están cerradas a cal y a canto.
El arte nos
hace estar presentes en lo prohibido, ser los metiches más descarados e impunes
que puedan existir. Una escultura, una catedral, una pintura también son una pared
que se abre o que derrumbamos ante nuestros ojos, la primera luz que vemos en
ella, la primera tela que se rasga se da a partir, como en el poema de Cernuda,
de una pregunta: ¿qué es lo que estoy viendo?
El
cuestionarnos es pensar y pensar es ponernos en un punto determinado con
respecto a otro o lo otro. Es en la duda cuando empezamos a delinearnos, a ser;
y el arte, al hablar del hombre desde una perspectiva interior –dentro de una
muralla– nos interroga directamente, nos deja ver no sólo nuestras
resquebrajaduras, sino a lo que les dio forma, sentido o su sinsentido, pues
muchas veces en la vida como en las historias no todo tiene porque tenerlo,
pero al mismo tiempo al ver, al estar presente en esas conversaciones nos
explica quizá más que la Historia misma lo que somos y el rumbo probable que
tomaremos, aunque nosotros o ese instante que somos y no más, al final será el
que dará el siguiente paso.
Recuerdo que un amigo me dijo hace no más de una semana que no sabía qué era la literatura, que no lo podría decir. De pronto cae una pared y me encuentro definciones, teoría y hasta poética, como si hubiera sonado la trompa en Jericó. ME gustó aunque sí es casi casi para iniciados, vago elitista.
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