La gente me silba; pero
dentro de mi casa yo me aplaudo, al contemplar el dinero en mi cofre.
Horacio.
Las definiciones ayudan mucho en casos de confusión,
claro, que responden a generalidades de ciertos conceptos y por ello se crean
las diferentes acepciones de cada término. Son necesarias
porque sirven de guía para orientar la interpretación o el sentido de lo que
queremos decir.
Por ejemplo, en México hay un
término que en política es muy manido y la importancia de conocerlo es
fundamental para entender un poco el suceso de hace algunos días: legitimar.
Para la Real Academia Española
significa, en su primera acepción: convertir algo en legítimo -pobre de Aristóteles, by the way. Entonces, eso
–lo que sea que fuese– no está legitimado, necesita hacer algo para que lo esté,
para tornarse de bastardo a primogénito ante la sociedad.
Veamos cómo funciona esto; tenemos un hecho: La dedicatoria a EPN por parte de Márquez de su pelea, con la consiguiente entrega de los guantes, la chamarrita y la fotito.
Veamos cómo funciona esto; tenemos un hecho: La dedicatoria a EPN por parte de Márquez de su pelea, con la consiguiente entrega de los guantes, la chamarrita y la fotito.
Ahora bien, EPN no se podía
legitimar con Juan Patatas, porque quién chingados es Juan Patatas. Necesitaba
alguien que fuese conocido por todo el país, pero no sólo eso, porque si no,
muy bien el Chicharito pudiese ser esa figura próxima a caer en desgracia. Era
crucial encontrar a alguien que estuviera de moda. Necesitaba el momento y el
lugar adecuado.
El gladiador, Márquez, entra a
escena, la fortuna le había sido adversa en peleas anteriores, pero nadie puede
dudar de sus triunfos, del coraje que puso en cada pelea. Esa es la persona
adecuada, él es un modelo del mexicano:
alguien decente y luchón, que sale adelante con lo que tiene sin pedirle nada a
nadie. Es valiente, es arrojado, es sincero y ama al país. Ya está la figura,
ahora a montar el circo.
Al fin, llega el día, “aquel que va
a morir” levanta la negrura de sus puños, pone un pie que hace vibrar los
nervios de la lona. Enseguida, sale el tigre filipino, viene herido, es el campeón
ilegítimo del pueblo y necesita demostrar lo contrario. Todo en él es un rugido
de sangre, una maraña de músculos, en su cabeza arden miles de voces, quiere
encontrar el silencio, la paz, el equilibrio, piensa en muerte y en rapidez, en
terminar pronto y salir, sin dudas, victorioso.
El mexicano se ha preparado bien,
además en sus puños tiene el aliciente de un bono. Sólo él conoce lo que
ganaría si deja al tigre tendido en la arena, aunque algunas cosas se le
escapan, nadie puede ganarlo todo en esta vida.
La lid no puede ser comprada, no ayudaría al propósito de su César. No se puede legitimar una mentira con otra. Tiembla, sus músculos se hinchan y se cierran como un mazo y un escudo; a practicado cuatro meses y medio y se siente listo.
Recuerda o le recuerdan a Chávez y a Salinas, la firma de guantes, el pasado se le hace presente, pero todo se olvidará -se dice-, Chávez nunca dejará de ser Chávez y yo, bueno, ante mí tengo mi destino.
La lid no puede ser comprada, no ayudaría al propósito de su César. No se puede legitimar una mentira con otra. Tiembla, sus músculos se hinchan y se cierran como un mazo y un escudo; a practicado cuatro meses y medio y se siente listo.
Recuerda o le recuerdan a Chávez y a Salinas, la firma de guantes, el pasado se le hace presente, pero todo se olvidará -se dice-, Chávez nunca dejará de ser Chávez y yo, bueno, ante mí tengo mi destino.
El hombre es el eco de otro hombre,
pero él no lo sabe, no ha leído a Borges, la única verdad es el dinero que sus
puños han conseguido. Vive tranquilo, nadie lo podría acusar de mal hombre, todos
suben en las mismas condiciones, es su trabajo, no necesita que un escritor le
venga a decir que es el remedo de alguien más, no necesita un peso extra en su
vida, bastante le costó llegar a donde está para tener remordimientos. Se vive
bien siendo un hombre sencillo.
Tira el primer jab, sonríe al
comprobar el sudor del otro bañando su guante, su antebrazo y sus pupilas. Siente ligeros los hombros,
está un poco nervioso al principio, el cuerpo algo adormilado. Pero conforme transcurre la pelea, la sangre de ambos empieza a espesar los
minutos. El colmillo le abre una oportunidad y lona. El tigre está herido,
necesita demostrarle a todo mundo que no le han regalado nada, se para, no le dolió. Empieza a
apretar la rapidez de los nudillos, le rompe el tabique, lo manda al suelo. La chicharra.
Regresan a sus esquinas.
Márquez de repente no se siente tan
confiado, se mira las manos, el cuerpo, trata de ver la esquina del tigre
filipino, de buscar sus puños, esos puños que por momentos no pudo ver en el
cuadrilátero.
Se termina el descanso. El felino
está herido y arremete con todo, pero no es su día. La virtud innata del
campeón esa noche se quedó sin suerte, baja la guardia –como si él no
controlara su cuerpo, como si fuera otro el que lo dirigiera caprichosamente esa
noche- y el mazo llega a destino, después nada. El azar nunca es benigno, pocas
veces ha estado del lado del pueblo y ésta no es la excepción. Cae el usurpador
del título. Muera el César y viva el César.
Pero el circo no ha terminado, los
juegos siguen. El héroe hinchado y sangrante, agotado se dirige a las cámaras para
ratificar la veracidad de la batalla. Sangra una sonrisa, el dolor, la deformación de su rostro lo envuelven y lo resarcen de su próximo acto, el que viene masticando desde el momento en que divisa los micrófonos. Acumula los huevos suficientes para humillarse y mentarle la madre a la democracia, a
tantos hombres que como yo lo consideran un ejemplo deportivo. Por fin abre la
boca y pide y agradece a su salvador, a su Peña, digo, a su César.
Pero el esclavo, porque eso es un
gladiador, no ha terminado con su trabajo. Tiene que ir hasta el palacio y
rendir pleitesía, entregarle las reliquias de la batalla y a mostrarles a todos
los hombres que el devorador de tigres es un leoncito amaestrado, un adorno en
la silla del emperador.
Por fin la foto, sonríen, uno
creyendo que ha conseguido unos terrenitos, el otro mostrando su poder y
haciendo que todos los demás vean que ese hombre valiente, de cuna humilde, de
rostro sincero confía en él, que lo corona con su triunfo que es el suyo y
funestamente el de todos nosotros, el que nos merecemos.
El circo en su honor ha concluido,
el poder ha sido legitimado por el pueblo, por uno de sus hijos pródigos. La corona
ha sido colocada férreamente. Dos hechos lo nombran presidente legítimo: uno,
la fuerza pública le obedece y así nos lo ha demostrado; dos, el pueblo mismo,
lo ha ensalzado. No hay más, al final del día los juegos han terminado como se
esperaba.
La desventaja de no haber vista la pelea es no poder sincronizar mis recuerdos con tu narración. Lo que me da gusto es que ya no se traga tan fácil la gente el numerito. Pero al César lo que es de Peña y Márquez sus terrenitos en Atlacomulco. Me gustó.
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