A mí lo primero que me importa al
llegar a CU es encontrar un baño. Tengo la vejiga pequeña y además hay una
cierta satisfacción en bajarme la bragueta, aflojar el vientre y sentir el
cableado de la verga anegado de orina. Ese fluir hacia la nada, al vacío de la
cañería me retorna a la literatura que es otra forma de sentir el cuerpo, el
alma, la vida que no es más que un río “que va a dar a la mar que es el morir”.
Por unos minutos
la calma me ahoga, siento que el viaje de casa a la Facultad de Letras no fue
más que un sueño; que estar parado viendo mi orina caer en la cerámica blanca
no es más que la sustancia de ese sueño o del paraíso –depende las ganas con
que haya llegado a los baños–.
A veces me
gustaría alargar esos momentos porque son pocos en los que puedo estar conmigo
mismo. El ruido del líquido en el fondo del urinario es una especie de música
de relajación, una especie de entonación mántrica, el punto nodal en que se
afianza la espina de mi equilibro y es allí, en ese estado de relajación, donde
puedo pensar mi día y no sentirme aterrorizado y apabullado por todo lo que se
supone tengo que hacer.
Al sacudírmelo un
poco, al verlo por última vez en esa calma: coqueto, mío, obsceno, soberbio
vena a vena; siento que la vida me ha dado más de lo que merezco y vaya que no
merezco tanto, hasta hay días en que llego a pensar que si el alma está fincada
en alguna parte es en el deseo y que su cuerpo es la envergadura de mi falo:
dura ternura en mis horas de arrebato.
En ese santuario
del cuerpo, de las miserias del organismo he pasado revista millones de veces a
mi vida, a miles de pensamientos que pululan sobre las aristas de lo que soy.
En los baños de la biblioteca Samuel Ramos las aristas que más se delinean son
sobre todo las intelectuales: la manera en que podría abordar cierto ensayo o
dirigir mis tiros en la discusión y en el análisis de ciertos textos. La
clarividencia –no es casual que el color que domine aquel templo sea el
blanco–, la inspiración están a la orden del análisis, de la creación, porque
no me pueden decir que hablar no sea un parto, que ciertos diálogos o monólogos
que empezamos a urdir para fraguar nuestros pensamientos al tartamudear sobre
literatura no lleven cierta huella poética. Y ni qué decir de algunos versos
que me salen al calor del fluido, palabra a palabra las frases se empiezan a
juntar empapándome las manos que en esos momentos precisan de papel y pluma
para no perder aquel rapto que en el remanso del tiempo –porque para todo aquel
que orina o caga el tiempo se distiende o deja, completamente, de existir– nos
ha sido dado.
Ya han sido varias
veces en que siento que llegaré tarde a clase por no tener verdadera
consciencia de la hora. Aunque a decir verdad nunca he llegado realmente tarde
y la razón principal es que tengo un don o una maldición, dependiendo como se
vea, con la puntualidad, pues simplemente algo pasa que siempre estoy en el momento
indicado, pero ése ya será tema de otra entrada. Lo importante es que el tiempo
mientras uno descarga el cuerpo deja de existir para darle paso a la
consciencia o a la inconsciencia que nos invade en esos momentos.
Yo por ejemplo, no
me imagino a Galdós o a Clarín sin ir a cagar o mear mientras escribían sus más
grandes novelas. De hecho, pienso yo, que la novelística del siglo XIX se debió
fraguar y pensar entre los azulejos o la pared rasa de los mingitorios. Las minificciones por consecuencia no son más
que creación hechas en el estreñimiento, premura de oficinistas y maestros que
de a bolitas de borrego descargan el apretado caudal de su cabeza. Finalmente
nuestra sociedad es eso: un estreñimiento sensitivo y racional.
Sin un espacio
propicio para la soledad la mente estaría atiborrada de todo menos de ella
misma. Un baño permite escuchar el eco o el vacío de la cabeza. Sentir el
rasgueo de pensamientos acumulándose en la mente, pugnando y pujando por salir,
“parto de sentidos”.
En la actualidad el paraíso ha
dejado de ser un jardín con una mujer encaramada en su belleza al pie de un
árbol. Ahora el edén es un templo cerrado, sacralizado por sus excreciones;
porque sólo en un escusado “la soledad sonora” y “la música callada” son
posibles literal y metafóricamente.
Estar en el baño
es descubrir, para el que se toma el tiempo, el cuerpo, su organismo, es sacar
de las tripas algo más tangible aunque incorpóreo que aquello que flota en
aquel mar de podredumbre. Si cada uno de nosotros debería de leer al menos una
hora al día también debería tener el tiempo necesario para digerir su comida, sus
lecturas o los acontecimientos acumulados en el día o en la noche. La
experiencia sólo se adquiere a través de pensar en nuestros actos, lo que no
podemos integrar a nosotros no se convertirá en experiencia y sólo se desechará
como la mayoría de nuestros días.
Definitivamente no puedo negar que uno de los mejores lugares para leer es el trono: ahí soy el tuerto entre los ciegos, ahí, con la laptop en una mano, leo la entrada de los vagos. Es verdad, se trata de un santuario que muchos no ven, amaestrados para rechazar las excreciones, como si ellas fueran algo desechable y despreciable y no el feliz final de un proceso de purificación. No sé si sea por una freudiana etapa anal mal superada o porque es uno de los sitios donde gusto más de leer (sin libro, revista o etiqueta de medicamento simplemente no me permito el acceso al trono)pero el cagar y cagar bien es uno de mis momentos favoritos del día y uno de mis más grandes placeres. Se te lee bien de autoestima, vago, ¿para qué te digo más? Si no te parece, bien puedes cagarte en este comentario.
ResponderEliminarthis is a disturbing text, quite accurate tho. Comes in hand to Family guy quote "I've been yo-yoing a turd for the last 20 minutes". sick, and sick.
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