Todo comienza por el apetito, no
hay mayor pasión ni motor para mí, después de coger y leer, que comer.
Encuentro una enorme satisfacción en sentarme a una mesa y partir el pan.
Además comer debe ser un momento de alegría donde no caben medias tintas. Y tiene que ver con dos factores principales: que los alimentos
estén bien preparados y sazonados y por otro lado la conversación, la reunión
con alguien más, que puede ser únicamente con nosotros mismos.
Comer es un acto
de comunión, un ser feliz por el placer mundano de tener la panza llena y
dialogar con alguien dentro o fuera de nosotros. Si no hay estos elementos en
la mesa entonces estamos ante una mala comida o café o lo que sea que se esté digiriendo.
Hace unos días
caminaba por el centro buscando un buen lugar para comer, últimamente he ido al Zaguán por sus comidas rápidas y económicas, además el sazón es aceptable, pero
no sé por qué ese día me dio por buscar algo nuevo. Entre en una “fonda”,
pero en primera el lugar se encontraba inoloro, como el agua, no percibía ni la
carne asada, ni el vapor de la sopa, ni nada; la comida era preparada por unos
jóvenes de pantalones entubados y pajaritas y lentes grandes y de colores como
si el color y la sazón se los hubieran echado en la ropa porque la comida era
insabora, como el agua. Después de finalizar me quedé transparente al ver la
cuenta de la supuesta comida corrida; digo supuesta porque en un pizarrón negro
a fuera del negocio dice comida corrida, pero qué comida corrida está en
ochenta y cinco pesos y a tortillas contadas.
Pero eso sí, las
mesas, las sillas, los saleros eran de plástico, como en las cocinas
económicas, sólo que éstos estaban pintados de colores pastel, y para ser sinceros se
me antojaban más que mis propios alimentos, al menos tenían mejor color. Aunque al estar comiendo todos los
objetos que decoraban o servían para algo en ese lugar me empezaron a causar cierto
malestar, porque no eran usados solamente como una estilización de lo que sería una buena
fonda, sino era una burla para todo aquel
que frecuenta las cocinas económicas.
Era como si los
diseñadores y dueños del lugar se les hiciera curiosito traer las cocinas
económicas a los clasemedieros potenciales que comieran en su negocio. Para
mostrarles a esta supuesta clase media la manera en que el pueblo traga.
Mientras trataba
de pasarme mi insabora, inolora y decolorada comida, escuché un trozo de
conversación que se desarrollaba en la mesa contigua: ¡Mira, Pame, unos saleritos
de plástico! Parece que traen faldita goeeeee, qué kukis. Cuando fui a
Querétaro, no sabes, nos metimos al primer restaurancillo que vimos porque Aldo
tenía mucha, mucha hambre y había de estos y los platos eran de plástico medio
quemados, yo tenía miedo de que hubiera cucarachas y mejor ni vi el aceite porque… ¡El tortillero, no mames, es de unicel! ¿Oye, pero será sano? Con eso
del cáncer ya no se sabe… Pero aquí se ve que sí cuidan la comida goeeey, no
creo que…
No sé ustedes,
pero a mí me molesta que la manera en que vivo, los objetos con los que como,
etc., sean usados para montar un espectáculo donde la mayoría somos vistos como
animales de zoológico o de circo, como si la "cultura" y el "refinamiento" no nos hubiera alcanzado, estuviera fuera de nuestro alcance. Y además, si es espectáculo es muy malo porque este tipo de lugares no son ni la sombra de una buena fonda, una comida corrida nunca sería “Gourmet” –o supuestamente
gourmet, porque lo que probé estaba muy lejos de serlo–, además los precios eran exorbitantes;
sin olvidar el letrerote de Wi-Fi; porque vaya, cómo vas a ir a tragar o a tomar un café
donde no se tenga Wi-Fi, goooeeeeeeyy, podrán no tener una buena comida pero el Wi-Fi siempre estará allí para llenar todas las carencias.
Lo que se busca es
simular una fonda, jugar a interpretar el papel de una sociedad igualitaria;
pero claro, no todos somos lo mismo; porque estos lugares saben poner su “buen
gusto” y “originalidad” del arte pop y su sopa Campbell en algo que para
nosotros ya trae consigo una esencia de buen gusto, familiaridad y originalidad
porque nadie, del más humilde al más rico le gusta comer en la porquería, y una fonda que no sea cálida, que no nos sintamos a gusto quebraría.
No, buscamos un
lugar que nos sea grato, que estéticamente nos haga sentir bien. Un
servilletero de gallinita, una servilleta de tela bordada para las tortillas o
los saleritos con sus falditas logran esa familiaridad. La costumbre es
necesaria para sentirnos bien. Lo que tratan de hacer estos lugares “hipster”
es desautomatizar, renovar estos objetos pero ya Warhol lo hizo de ese modo y
sólo una vez, después todo su arte fue una repetición de su latita; por tanto,
ni son originales ni le dan nueva vida a algo que sigue muy vivo porque un
salero y un tortillero siguen siendo útiles y nos causa cierto alivio y alegría al verlos
fuera de nuestros hogares pues nos hacen sentir como si estuviéramos allí o recordar a ciertas personas.
Lo que veo que
hacen en los negocios actuales es continuar una costumbre muy gastada porque
siguen una vanguardia que en estos días es un movimiento envejecido, sin más
trucos en la chistera. Para ¿qué tanto invertir en la fachada "retro", provinciana, pobre? Si tanto quieren
comer con saleritos de plástico y tortilleros de unicel también deberían de
emular los precios y mejorar, eso sí, el sazón.
Lo que es más
grave es que aquellos que van a estas “fonditas”, “cafeterías” no van por los
alimentos, sino por algo inasible como lo es el status, la máscara, el oropel
de lo que se desea tener y ser. Qué otra cosa es y ofrece Starbucks o lugares como Cielito Querido Café, que usas
los objetos que tengo en mi casa como adorno y por si fuera poco los venden a
precios ridículos como unas ollas de peltre.
Si lo que
pretenden, en el caso particular de Cielito Querido…, es resaltar la cultura
mexicana, y el sabor del café y la confitería mexicana, deberían usar insumos
de buena calidad y tener baristas preparados y no querer verle la cara a los
clientes, aunque éstos son los mayores responsables que se les venda ese tipo
de alimentos porque son los que finalmente atiborran este tipo de espacios.
La gente que
consume allí lo que busca no es el café, no es satisfacer al paladar, sino al
ego, quiere tener la ilusión de poseer cierto status social-económico y lo
logra al comprar un café por cincuenta-sesenta pesos. Además, pareciera que vuelve a las
personas más cultas pues basta con entrar en un Starbucks o en un Cielito… para
salir con título universitario y un halo de sabiduría o de diseñador (ponga la carrera que más le guste) o de
líder de opinión.
Se busca, ya no sé
si inconscientemente, ser un objeto, que tan sólo baste la mirada para saber no
sólo lo que se tiene sino lo que se es. Todo está en lo que se consume, pero al
mismo tiempo nosotros mismos somos instrumentos de consumo y entre más cosas
tenemos más valiosos somos, más nos cosificamos, no importa lo que tengamos que
decir, y no importa porque los pensamientos no se ven, no lucen, además qué vamos a licir si no pensamos en
absoluto.
Este ser feliz con
lo que se adquiere y acumula deriva de una honda insatisfacción con lo que se
es. La vida, los padres, el mundo en que se vive no cumplen con nuestras expectativas y no se tiene
más recursos para cambiar esa situación que llenarlo con placebos por el simple
hecho de que uno mismo no sabe quién es y por tanto no se puede llenar esas
carencias, es más se desconocen y entonces se buscan las salidas fáciles como es ponerse una máscara e
interpretar malamente un papel que ni sabemos si nos gustará, pero todos están
de acuerdo que es el único que hay y puede existir en este mundo globalizado: poderoso caballero don Dinero.
Por ello mismo, la
gente que sí tiene el dinero, y que son un puñado de personas, abusan de nosotros
porque nos gusta lo sencillito, buscamos siempre las soluciones rápidas y
fáciles: lo que se ve no se juzga, para qué decorar la mente, mejor remodelar
el cuerpo. Y claro, para juzgar se necesita tener dos dedos de frente, se
necesita pensar, ver realmente al otro sin prestar atención a su ropa o a los gadgets que tiene y eso, vaya, lleva su tiempo, no, es imposible, mejor comprar el iphone 14. Para qué intentar emitir un juicio. Para qué
pensar si se puede vivir muy bien en la ignorancia, en la insensibilidad.
Ser y crecer y ser
felices humana y profesionalmente vienen emparejados con el autoconocimiento,
sólo así podremos romper con el dominio que la ilusión del dinero impone hasta en lo más esencial que es la
alimentación.
A mi modo de ver
es una pendejada tratar de alcanzar un cierto status comprando a precios
exorbitantes algo que no lo vale, o yendo a lugares que emulan nuestro propio
hogar o fondita pero en los cuales ni el sabor ni el ambiente van en consonancia
con los precios con que se anuncian.
Un vaso de unicel
y un logo no hacen la diferencia, tampoco un pantalón o una tableta o un iphone
porque es algo que cualquiera que tenga dinero o sacrifique ciertas cosas puede
comprar sin importar la clase social. No somos lo que compramos, porque si es
así, sinceramente no somos nada. Si
tenemos únicamente una utilidad, si sólo podemos realizar una cosa: la de comprar otros objetos, el de acumular más;
seríamos también cosas, porque éstas realizan a lo sumo dos o tres tareas. Pero
no, no somos unidimensionales, no es posible que nos gobernemos y nos movamos
por la adquisición de bienes y seamos felices por ello.
Para salir de esta
alienación debemos comenzar a pensar, a actuar sobre nosotros mismos, a
quitarnos la imposición que la industria y el gran capital nos imponen. Al
pensar y al imaginar empezamos a saber quiénes somos y eso nos permite crear,
facultad que sólo el ser humano puede tener.
Inventamos
objetos, pero antes los imaginamos y con esto hacemos arte, escribimos
historias o hacemos música o pintamos, o descubrimos una nueva teoría
matemática o encontramos una forma de sanar el cuerpo, etc.; pero del mismo
modo la creación tiene una doble vía porque se da también en aquel que padece
el arte ya que pone el que ve o escucha o lee todos sus sentidos, sus deseos
y obsesiones para interpretar aquello que tiene delante.
Somos seres complejos
porque pensamos de diferente forma, porque deseamos de distinta manera y porque
podemos crear de la nada, el único límite, y ya lo dijo alguien más, es nuestra
imaginación y ésa sólo se puede apreciar si tenemos la constancia para concretarla en un papel, en la pintura, en la creación de un mueble, etc. Lleva tiempo
saber quiénes somos y aceptarnos y aprender a ser felices, verdaderamente
felices, pero creo que el único camino para llegar a ello es pensar e imaginar.
Me gustó mucho tu ensayo, aunque me quedaría más con la primera parte, la de las fonditas y el aprecio a la comida. Lindo.
ResponderEliminarMuchas gracias por leerlo y por los comentarios. Saludos.
ResponderEliminarSe va volviendo cada vez más necesario dar batalla a la cultura de oropeles, que es a la vez una manera de disfrazar la voracidad del mercado como desarrollo intelectual. Es terrible que algo tan autóctono, auténtico y cotidiano como las fondas empiece a camaleonizarse. Supongo que el negocio será exitoso, como siempre, en perjuicio del cliente. El inicio del texto trasmina tu coraje cuyo arranque seguramente tuvo lugar en la cuenta de 85 pesotes. Tómalo como una inversión, ¿qué sería de esta entrada sin tu comida desabrida, si, como yo en mi tacañería, hubieras preguntado antes de ordenar? Buena entrada. De la crónica a la sociología y luego a la didáctica.
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