Todo es un choque de azar, un golpe de dados,
un símbolo de algo, de lo que sea que nos escalde aunque sea un poco, compuesto
del lenguaje, de cada uno de nuestros alfabetos y de tiempo: pasado y presente;
pero sobre todo del futuro –así lo creemos–, aunque este porvenir diga más de
lo vivido que de aquello que aún no ocurre ni ocurrirá de la manera en que lo
esperamos.
Porque si hay destino, que no
lo creo, pero si existiera, éste sería retorcido, una trampa o una broma que
nos explota entre las manos. Como si alguien hubiera sembrado una especie de
semilla de bruma, de ceguera imperceptible en nosotros que todo “lo vemos y
sabemos”. Pero si creemos en la predestinación, en el designio ya dado desde la
cuna, aquella semilla-ceguera, etc., nos haría sentir lo errados que estamos en
esperar x o z cosa tal y como la imaginamos.
No, la semilla del destino, la
bruma, si creemos en lo “dado”, nos va cubriendo lentamente, va siendo nuestra
sombra y nuestro goce, nuestra ropa y nuestra desnudez; aire y tormenta que no refresca
ni enferma del todo, que no sabemos cuándo nos cubrirá o nos dejará a la
intemperie. Porque nadie puede saber para dónde crecerán las ramas de un árbol
y mucho menos hacia dónde el aire moverá la fronda de eso que fue semilla o
destino. Si hay uno, y en esto creo, es en el seguro azar de la poesía que es
destino, que es árbol y semilla, raíz y trueno, es un Jano que juega a las
escondidillas con su propio rostro, es eso, juego, el único credo que comparto
con todos en esta vida.
Vivir es estar a un paso del
precipicio, es traer un estigma invisible: tiempo, sí; y con éste llega lo
desconocido, eso que nos espera a la vuelta de la esquina y que cada una de
nuestras palabras, de nuestros lenguajes ante el mundo van esbozando –y en
muchos casos ocultando o negando–. Sí, hay golpes o manos que se nos caen de
los dedos y nos rompen la jugada y la sonrisa; y de un trago aceptamos o
luchamos o negamos la pérdida, la derrota ante aquel otro que se yergue y toma,
golosamente, la alegría que hemos perdido. Pero también con lo desconocido,
flor de dicha y desdicha, viene lo inevitable, lo fatal, ese dichoso árbol que
es apenas sensitivo y que termina en tierra, en polvo, en nada…, pero antes de
ese momento existe y existirá el juego.
Nacemos con una diana trazada
en nuestra nuca –si hay un fin y un destino es la muerte–, sus órbitas segundo
tras segundo, instante tras instante, se van robusteciendo, hincándose en
nosotros, incitando al hado de nuestro sino, si es que lo hay, para que lance
sus aguijones de vez en vez por puro solaz. Pues en ese vacío desde el cual nos
hiere, en ese punto ciego desde el cual debe de estar todo marionetista, todo hacedor,
la vida debe de ser muy aburrida sin sus juguetes, sin nosotros. El juego, inevitablemente,
termina cuando al el dardo ha encontrado su nido y siempre, pero siempre, tarde
o temprano, perdemos, nadie escapa al aguijonazo final.
Aunque hay que aclarar que
jugar sabiendo de antemano el resultado no es un sinsentido, necesitamos
hacerlo, pues en todo juego hay reglas, retos y un fin por conseguir. El juego
es un microcosmos de la vida misma o la vida misma es simplemente un juego.
Nosotros, por ejemplo, sin sospecharlo, jugamos con el diablo o el creador
porque no tenemos opción como tampoco éste la tiene, pero también y sobre todo por
el goce que nos provoca el juego.
Venimos a este mundo y no
escogemos ni siquiera el color de la ficha que seremos, pero sí podemos escoger
el modo de acomodarnos a ella; en el tablero tenemos la libertad de ir a tal o
cual casilla, nos creemos poseedores de nuestra vida y en efecto, es nuestra en
el tiempo en que sigamos jugando. Sí, tiramos los dados y sabemos que también
hay otros jugadores, hay imponderables que no podemos gobernar pero hemos
puesto nuestra voluntad en el siguiente movimiento; además es el azar, y no
otra cosa, lo que finalmente nos impulsa a seguir jugando.
El juego termina cuando estamos
completamente rendidos o decidimos no participar. La vida es un caos, es una
serie de indeterminaciones, de tanteos, pero es precisamente por ello que se
construye el juego o el laberinto, porque buscamos un orden, una meta, un faro
que nos oriente hacia algo, a lo que sea. El juego es todo menos ético e
ingenuo porque impone un modo de vivir,
es quizá la manera más ordenada de reírnos, es el medio de volvernos locos
pateando un balón de cierto modo y hacia cierta meta, aunque en apariencia
resulte contradictorio.
De este modo la locura en el
juego se dosifica, se edulcora. Estos arranques controlados nos ayudan a liberar
el caos que hemos ido reprimiendo ante el orden que nos imponemos para vivir en
sociedad, para formar comunidad. La locura es un acto solitario, es escindirnos
del mundo, por ello no podemos desquiciarnos así como así y del mismo modo no
podemos deshacernos de nuestra parte inconsciente o preconsciente o animal, por
ello la mejor manera de no quebrar el débil equilibrio de lo que somos es
jugar, pues éste combina lo consciente y lo inconsciente, lo animal con lo humano,
lo racional y lo irracional.
Pensar en destino es pensar en
un orden, en un plan trazado para nosotros. Por ello lo más concreto, tangente
del destino sería el juego, jugar es tener un rol predeterminado. Y en los dos
se funden las dos máscaras: lo trágico y lo cómico: la vida; que no es más que
la otra cara de la muerte. Ningún juego por más divertido que sea dura por
siempre. Tener un destino es aceptar la muerte y es mejor entrar en el juego
teniendo esto presente que jugar al tonto.
Qué diría el narrador de El manuscrito carmesí sobre esta entrada? Recuerdo esa vida como un casi desesperado intento por escapar a su destino, como si en su propia sangre llevara su sello. El azar, por otra parte (o quizá por la misms) nos hacer volver sobre nuestra contingencia, sobre nuestra condición de impotencia ante todo lo que nos supera. La chica mexicana que murió en el tren de Santiago de Compostela ¿fue destino o fue azar? Apruebo la metáfora de Jano, son las dos caras de una misma cosa. ¿No hablan los teólogos del libre albedrío, no escribe Dios derecho con líneas chuecas? Filosófico ensayo, vago, hasta se sale de la línea editorial del blog: de todo y nada. ¿Otro Jano?
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