El 17 de abril de 1902 nace el que
para mí es el último humanista de México a la manera en que lo fue Alfonso
Reyes. Es un escritor que creía que la cultura era no sólo el patrimonio
principal de todos los pueblos, sino la manera de ser mejores, de unir
a las diferentes naciones del mundo. Su actividad diplomática como su labor
literaria estaban a favor del hombre, en pro de una fraternidad universal.
Jaime Torres Bodet
es la concreción tangible del hombre de letras, en él el oficio diplomático es la escritura llevada a la
acción, una es el reflejo de la otra, ambas conforman su unidad.
Lo que buscaba con estos oficios era poner a México en el mapa mundial, traer lo universal a lo nacional, abrir las fronteras; ampliar la sensibilidad artística, el horizonte de sus propias experiencias y, del mismo modo, llevar al mundo el pensamiento y el arte nacionales. Integrarlo, sí, pero sin perder su individualidad.
Lo que buscaba con estos oficios era poner a México en el mapa mundial, traer lo universal a lo nacional, abrir las fronteras; ampliar la sensibilidad artística, el horizonte de sus propias experiencias y, del mismo modo, llevar al mundo el pensamiento y el arte nacionales. Integrarlo, sí, pero sin perder su individualidad.
Octavio Paz en una
conferencia que dio llamada: “Poeta secreto y hombre Público: Jaime Torres
Bodet”; escribe que: “Torres Bodet no fue realmente un intelectual sino un
funcionario”. Y yo no puedo estar más en desacuerdo, porque no hay nada más
alejado de la realidad; su obra misma, que es enorme, es un testimonio amoroso
hacia la literatura. Por ello necesito escribir estas palabras, necesito
quitarme el mal sabor de boca.
En primera, esta
ponencia ¿magistral?, inaugural –ciertamente– que dio en el Colegio de México el
23 de Marzo de 1992 en el marco del Congreso
Internacional. Los Contemporáneos.
Homenaje a Jaime Torres Bodet, me parece una canallada contra un escritor que
ya no se pudo defender –me disculpo, sé que Paz también está muerto,
pero yo, seguramente, jugaba a las canicas por esos años y no conocía la
existencia de la crítica literaria, así que disculparán; además, no creo que el
premio nobel, si viviera, leería tan humilde blog– ; en segunda, y ya entrando
en materia, la primera parte de su escrito es un homenaje, sí, pero a su propia
figura, ya que narra sus primeros años de poeta, y cuenta la manera en que el
ya maduro Torres Bodet aplaudía y reconocía sus primeros balbuceos literarios.
Al menos, Octavio –y no demerito para nada su calidad como poeta pues ésta es
incuestionable- reconoce la bondad de don Jaime con todos aquellos jóvenes que
se le acercaban pidiendo su opinión.
En el ensayo, después de hacer
homenaje y monumento de él mismo, y cuando al fin se digna a hablar de Torres
Bodet, dice: “Nada en los ensayos y relatos de Torres Bodet tiene la perfección
e intensidad de “Dédalo y de algunos de sus sonetos”. Perdonen ustedes, pero no
creo que en catorce poemarios, seis libros de narrativa y otros tantos de
ensayos literarios no haya nada que iguale la perfección del poema citado por
Paz; además, ¿cuáles sonetos son los que cruzan por su mente? Escribió tantos
que al menos pudo decir el título de alguno, incluso hay un poemario que se llama así,
Sonetos. Por si fuera poco, en lo anterior citado,
menciona únicamente relatos y ensayos, pero acaso ¿no está opinando sobre
poemas?, ¿para qué meter la narrativa?, ¿por qué no hablar entonces de sus poemarios?, ¿se le olvidaron o
simplemente no quiso mencionarlos? Lo hizo ¿como una manera de restarles importancia? Pero vaya, para poner a consideración del
lector la faceta de poeta, citaré únicamente dos poemas de Torres Bodet, el primero del libro Poemas, 1924:
LA COLMENA
Colmena de la tarde, diálogo del
vergel:
La palabra es abeja pero el
silencio es miel.
En el poema anterior vemos no sólo
la asimilación que hizo de Tablada –más palpable, sin lugar a dudas, en Biombo–, sino la del propio Ezra Pound y
su poesía pura. Fíjese el lector en la armonía, condensación y fusión del
cromatismo y de los cinco sentidos en el paradigma léxico: colmena, vergel, abeja, miel; en los contrastes
entre comunidad e individuo o colmena y abeja; entre diálogo y silencio. El escritor no sólo ejemplifica la poética que
expone, también la trasciende. La palabra y sus trabajos, su arquitectura, después el silencio, el reposo, el disfrute callado del verso hecho, de la poesía sentida.
El segundo pertenece a Destierro, 1930
SALMO
II
¿Hasta cuándo he de ver cerrados
todos los oídos del bosque
sobre las gargantas que abre el
naufragio de una piedra en el río?
Por adivinar lo que imploran, en
ese grito confuso,
mi corazón limpiaría la selva entera de pájaros
y gota a gota, en la estrella,
escucharía endurecerse la luz…
Mujeres de palabras íntimas
y de tobillos pulsados para un silencio de ajorcas
lo bendecirían.
Porque nació en esa vecindad de la
música
en que la ausencia del viento
dibuja el contorno mejor de la rosa
y la vejez de la lira sonríe a la
juventud de la danza.
Pero el mástil no sabe nunca vencer
el error de sus velas
y la cólera se resiste en poblarme,
el dolor se niega a exprimirme;
en la uva de los lagares dejo
macerarse mi angustia
y que mis envidias fermenten con la
levadura del pan.
Pues ¿cómo he de ver cerrados todos
los poros del aire
sobre la interrogación de esta boca
que no se resigna a su espejo?
¿Y hasta cuándo tengo de ser el
jinete de este caballo nocturno,
extraviado, sin herraduras, en las
encrucijadas funestas,
inmóvil, con el mensaje de un rey
oxidándose en los clarines,
desnudo, bajo la lluvia, frente a
las ruinas de una mujer atravesada de espectros?
¡Ay, sólo frente a las ruinas de
una mujer atravesada de espectros!
De este segundo, prefiero que usted,
lector, saque sus propias conclusiones.
Quizá, lo que haya
en esa ponencia dictada en el COLMEX sea una incomprensión de Octavio Paz. No
niego el amor que les profesaba a los Contemporáneos, pero creo que no hay una
empatía con el escritor que describe. Lo que yo distingo en esas palabras es
una confrontación de visiones, de modos de apreciar y de vivir el mundo, un no
entendimiento por parte de Paz, como él mismo señala en Torres Bodet con
respecto a la obra de Stendhal. O quizá se deba a que miró la
espina ética y humana de don Jaime y la sintió ajena, imposible, inalcanzable,
y por eso la envidia lo hizo revolcarse en tanto vituperio.
Por ejemplo, el
afán de ascenso que señala en Torres Bodet con relación a sus juicios críticos sobre
Stendhal no es, en nuestro homenajeado, una cuestión de escalar en las esferas
de Poder, al contrario, es un afán de perfeccionamiento humano; lección, sí,
muy bien aprendida de González Martínez y que el premio Nobel no sabe mirar o
no quiso y por ello no entiende el alma de la estética de Bodet y de la propia vida que
intenta desentrañar en su discurso, pues la reduce
a su propio horizonte, a sus ambiciones mismas, a la manera en que él se
condujo a lo largo de su existencia.
Dice Paz: “La vida y la obra de Torres Bodet
son un capítulo de la larga y tormentosa historia de las relaciones entre el
escritor y el poder.” ¿Qué escritor no se relaciona con el poder? Además, ¿no
definirían más estas palabras a Paz que al ajusticiado? O, ¿acaso Paz nunca se
relacionó con el poder? O cuando dice que el escritor de Cripta es descendiente de los grandes servidores del Estado
absoluto o, un poco más adelante, que continúa la tradición de los grandes
déspotas ilustrados, yo por momentos me pierdo, yo ya no sé de quién habla, tal
parece una confesión velada del propio ponente, un sumergirse en su propio espejo.
Tal vez la clave
de tantos desatinos se encuentre en la propia ponencia, dice Paz: “No fui
realmente su amigo –nos separaban muchas cosas– y, además, debo confesarlo, en
dos o tres ocasiones algunos equívocos empañaron nuestra relación.” Debo
confesar que no conocí a Octavio Paz, pero, ¿no era rencoroso?, ¿no era vengativo? Sólo sé que a mí no me corresponde
responder a estas preguntas.
Ahora bien, cuando
cita de Torres Bodet las siguientes palabras: “me gustaría articular, al morir,
la palabra quise…” A continuación Paz se
centra en la acepción del verbo menos espiritual, el querer lo interpreta únicamente como un
subir escalafones en el engranaje del
poder, como un deber cumplido y no más; por qué únicamente el medro rodea los
pensamientos del miembro de la generación del 15. Cito la respuesta que le encaja
a Torres Bodet: “Lo consiguió: su vida fue un asenso en el que cada escalón
subido fue un deber cumplido.” ¿eEn quién piensa?
Uno, ¿por qué no interpretar el verbo en el sentido de ejercer la voluntad humana?; dos, Torres Bodet
al escribir esas palabras sobre la muerte lo que traza es el afán de mentar, de "querer"
asir la palabra siempre fugitiva del deseo, que es, en últimos términos, un movimiento constante de creación y de muerte;
palabra que en esencia es inalcanzable porque es el motor de la vida misma; necesaria
no sólo para el amante sino también para el poeta, sobre todo para el poeta; el querer no se puede
satisfacer porque es lo que mueve a todo ser humano, es la incertidumbre
intrínseca a ella lo que nos obliga a actuar, mental y físicamente, a dar un paso hacia adelante; tres, ¿por
qué Paz da por hecho que Torres Bodet fue más allá de la palabra “quise”, que
la detuvo, que la llevó a su final, a su muerte, a su materialidad más brutal, a un mero peldaño
de poder, del deber cumplido? No, no creo que sea así, el suicidio mismo de Jaime niega la propia
aseveración de Paz.
Todo ello me hace
preguntar: ¿acaso no hay bienes, querencias intangibles e incuantificables,
sobre todo para el intelectual, para el artista? o ¿para el propio creador de Piedra de sol, no hubo nada más que un ansia
de poder?; ¿por qué centrarse en ello?, ¿por qué buscar la paja en el ojo ajeno?; ¿por qué reducir al poeta,
ensayista, cuentista de ese modo? La ponencia de Paz, al menos para mí, es más una
venganza a destiempo que un sincero homenaje.
Pero no quiero
terminar esta defensa sin citar la concepción de la crítica que tenía Torres Bodet, pues fue
mi otro aliciente para escribir la entrada; dice don Jaime en la entrevista concedida
a Emmanuel Carballo:
El
crítico auténtico ansía la afirmación de una solidaridad de hombres libres, y
busca (en los héroes del pasado) el estímulo indispensable para la construcción
de un futuro cada vez más humano y de amplitud más universal[…] Sólo aquello capaz
de expresar, a la vez, lo más profundo e intransferible de la persona humana,
lo más genuino del pueblo a que pertenece y lo más general de la humanidad,
ayuda en definitiva a la realización del hombre como persona, a la perduración
del pueblo como fuerza política nacional y al progreso del género humano, como
protagonista intrépido de la historia.
Alguna espina antigua traería clavada nuestro "ilustre Nobel" y padrino del poder intelectual del país. Nos queda muy claro lo difícil que es conciliar el humanismo con la Ética, el genio con la ambición o la soberbia. Es cierto que el errar es humano, pero cuando esos "errores" se convierten en sistema y aprendemos a tolerarlos estamos corrompidos; entonces es fácil descalificarlo todo y aferrarse a las verdades que hemos creado en favor nuestro. Es una pena, pero así está el mundo.
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