El juicio viene, su rúbrica se
siente en la inminencia de los finales, de los ensayos todavía en la modorra de
las clases y en el olvido de las bibliotecas, pero poco a poco las ideas para
ese ensayo que no apuntamos y se han perdido para siempre empiezan a agobiarnos
con mayor insistencia, mas no cedemos aún; preferimos seguir siendo –o creyendo
que somos- poetas o novelistas y escribir en vez de un párrafo para ese trabajo
final de filología o mexicana un par de versos malos o media cuartilla con el
trazo de un personaje aún sin ojos, sin gestos, el esbozo de algo sin historia a la cual habitar y que nunca cuajará, porque más temprano que tarde tendremos
que ceder ante ese trabajo final.
Al paso de los
días se acumula la tensión, los arrepentimientos por haber ido a tomar el fin de
semana pasado y el jueves de esta semana y el viernes y hoy mismo estar
aceptando una invitación para evadir la responsabilidad de los finales; total,
si no pienso en ello no existe.
Pero
el juicio se acerca con las fechas de entrega impostergables. Las sonrisas
están encerradas, presas en el chasquido de dientes, en los mordiscos de labios
que han perdido la monotonía de sus horas. En el bar no nos divertimos porque
le damos vuelta a lo mismo, nos regodeamos en el sentimiento de culpa por no
estar trabajando a esas horas; sobre la música de Panteón Rococó o Café Tacuba
se impone la figura del x o z escritor que ya empieza a torturarnos, que exige
sus diez cuartillas, su pequeña ofrenda para que podamos ir escalando hacia el
escalafón del desempleo.
Al término de la
fiesta, de la desvelada, de los litros y litros de alcohol, nos damos cuenta
que no valió la pena haber ido, todos hablando de sus trabajos finales, despotricando
sobre los malos maestros que aun así exigen una tesis sobre un autor que ni
siquiera inspira; o comentando estrategias para abordarlos, maneras de ahorrar
tiempo nalga y entregar el mismo ensayo en dos clases o utilizar uno del
semestre anterior o al menos las mismas lecturas para varios ensayos. En fin,
todo es un cúmulo de desvaríos que nadie concreta porque todos los que estamos
allí no hemos hecho nada, bebemos esperando la última hora, porque todo se
mueve con mayor fluidez en las últimas horas antes del juicio.
El amanecer
después de la fiesta nos recuerda nuestra humanidad, la fragilidad de nuestro
organismo. Tenemos sueño, sed, nos duele la cabeza, el colon está inflamado,
imposible, imposible escribir ese ensayo de la métrica de Lope y el otro sobre
Onetti y su santa ma… de ciudad.
Nos metemos a
bañar con agua caliente y allí, en medio del agua, nos tomamos una chela bien
fría o recurrimos en el desayuno a unos chilaquiles y una chela bien fría o ir
al mercado por un buen huarache con bisteck y quesillo y, para variar, una
chela bien fría. Como se ve, la mitología es muy amplia y diversa sobre la
manera de cortar la cruda, aunque en muchos casos hay constantes. Para los más
arrepentidos, se sustituye la chela por litros de agua, gatorade o simplemente
no tomar nada para evitar vomitar o vomitar para que de una vez por todas se
sienta uno bien y se calme el estómago. Todo depende de los usos y costumbres
de cada casa.
Después de ver la
inutilidad de los esfuerzos por contrarrestar las consecuencias de la parranda,
nos encomendamos a dios, decimos que ni una más, al menos ya no tomaremos ese
maldito alcohol que sabemos fue el responsable del vómito y las llamadas que hicimos
y es mejor no volver a mentar. Con lo poco de sensatez y salud y orgullo propio
que nos queda pensamos en el pinche ensayo y nos decidimos con dolor de cabeza
y todo empezar a escribirlo -sino es que iniciamos la lectura del texto a
analizar-, pero en buenas intenciones se nos va medio día.
Por momentos el
dolor es insoportable y es mejor voltear hacia otra parte donde nada nos
recuerde el ensayo; tratamos de negar su existencia, pero el remordimiento no cede, y con todo y cruda nos decidimos a prender la
computadora, aunque en esos cinco minutos en que tarda en entrar al pinche
Windows flaqueamos más de una vez, pero al fin abrimos Word y de súbito la
pantalla blanca, blanca como nuestras ideas, nos taladra la cabeza
arrepintiéndonos hasta de los pecados ajenos.
Después de que
nada se nos ocurre, empezamos con algo que alguien más ya dijo, al menos para
no sentir que hemos perdido el tiempo, escribimos o mejor dicho escribo
–tampoco se cuelguen de mi ensayo-: Según Pimentel en el espacio se encuentran
los valores morales y simbólicos de cualquier texto narrativo… Y de súbito las
arcadas suben por mi laringe, el
espacio, el mío, empieza a girar, pierde todos sus colores en ese blanco
estridente que me hace casi tirar la Lap cuando emprendí mi fuga al baño.
Vomito, ¿agua?,
¿alcohol en estado puro? ¿Alguien me puede explicar qué es lo que vomitamos
cuando sólo sale líquido incoloro? Lo
pienso aún apoyado sobre mis rodillas y con las manos empotradas al óvalo crema
de la taza; y de pronto pienso en una entrada para mi blog sobre estas
disquisiciones; podría desarrollarse muy bien, pero en seguida el dolor me
parte, se encabrita mi estómago y una arcada tras otra va llenando mi
existencia.
Al detenerse voy
al lavabo a limpiarme la boca y el sudor de la frente, cierro el grifo y con
una mano voy tanteando la pared y con otra limpiándome los residuos de agua de
la cara, así me dirijo hacia el sillón, rescato la Lap, pues con la prisa quedó
con medio cuerpo fuera del sofá; agradezco a los dioses por haberla conservado
y me la vuelvo a poner en los muslos. La sensación es cálida, por un momento me
olvido de mi cabeza, del frío que lo circunda todo, de mi ensayo y abro, sin
hacerlo conscientemente, el Facebook, le cuento a un amigo que me duele un
chingo la cabeza y que no puedo hacer el puto ensayo sobre Onetti que me mira
desde la cuarta de forros detrás de sus lentes con unos ojos gigantescos,
apuntándome con el índice, como juzgándome, le miento la madre y volteo el
libro, no sé qué pendejadas me dice el Chubi desde el chat del Face…, con tal
que me manda el link de una melodía de una china o coreana o japonesa, bueno
asiática y de pronto el dolor de cabeza se intensifica, trato de cerrar la
ventana del Youtube pero por error cierro la de Word pierdo mi inicio –y todo
mundo de letras sabe lo que cuesta el inicio de un ensayo-; por fin cierro la
otra y se la refresco al hijo de la chingada que me hizo sufrir de esa manera y
así entre bromas e insultos me dan las seis de la tarde.
Voy a comer algo y
ahora sí me dispongo a trabajar, nada de Face…, al menos cinco cuartillas, me
digo; qué son cinco cuartillas, las acabo y descanso una horita y después haré
otras cinco. Por fin, rehago la frase de Pimentel y enseguida escribo: En
Onetti el espacio es fundamental en toda su narrativa…
No he leído todo
Onetti, pero por sentido común, digo, no hay texto narrativo sin espacio y si
en algunas de sus pinches novelas el espacio es Santa María y hay un libro de
crítica de Fernando Curiel sobre éste, pues entonces es lógico que el pinche
espacio sea fundamental en la narrativa de Onetti- sobre todo en su novelística
–remato el párrafo-.
Aquí sí cuido mis
palabras y mejor acoto, porque sólo he leído un cuento de él: “Un sueño
realizado”; y no la vaya a cagar al hacer extensivo lo del espacio en todo
Onetti–. Continuo con el ensayo: No está de más, aunque la crítica se ha
interesado mucho en ello, mencionar las
novelas cuyas acciones se desarrollan en Santa María –en la contraportada
vienen cuáles son, y bueno, decir crítica es decir solamente Fernando Curiel
que es el único libro que pude hojear; pero de seguro muchos críticos han
tratado el espacio, es lo de hoy–.
Ni siquiera he terminado media cuartilla y ya
no sé qué más decir sobre el pinche Onetti. ¡Para qué escogí a Onetti en primer
lugar!, pude haber agarrado a alguien del que vimos sólo un cuento, pero no, mi
mamonería, mi pose de intelectual caguengue me hizo levantar la mano y escoger
la puta novela sobre la economía del “Guardagujas” de Arreola. Si hubiera sido
Arreola todo sería más sencillo, quizá ya llevaría cinco cuartillas o hubiera
terminado el ensayo para esta ahora.
No, no, la verdad ahorita
ya no puedo hacer nada, son las diez de la noche y no sé en qué se me fue tanto
tiempo, mejor lo dejo, al menos por hoy, estoy trabado y con mucho sueño, la
verdad así no sale nada, para qué forzar las cosas, pero mañana serán cinco y
pasado otras cinco y las últimas cinco en tres días, ese pinche Onetti me la
pela y así el siguiente fin ya estaré libre para lo que se presente.
De la entrada anterior a esta hay un giro en sentido inverso al que damos del carnaval a la cuaresma. Hay que dejar al intelectual caguengue en su contemplación mística del Astillero, de Larsen y sus paisajes grises de un Plata que ni siquiera imagino, hay que dejarlo unos cuarenta días antes de que se nos regrese de nuevo al carnaval, de sus entradas fúnebres y agridulces a sus cotorra memoria del niño arrepentido de sus travesuras. Finalmente, el destino del ensayo será X, por si hacía falta volverte a echar en cara que lo hubieras hecho sobre el cuento. Te gusta la mala vida, hasta pareces escritor.
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