Cuando pienso en la Universidad,
pienso en la UNAM, en sus alumnos, en la vida intelectual, artística y sensible
que aportan. Esta trinidad se resume en una palabra: movimiento; que permite
tanto a la institución educativa como al país seguir respirando, que se
transforme, que pueda subsistir a pesar de tanta deshumanización.
Por ello, cada
alumno comprometido verdaderamente con su casa de estudio –cuando ésta tiene
como principios rectores el humanismo (que no es otra cosa que ser sensible al
otro) y el desarrollo del pensamiento– es un espejo de ésta y por ello foco de rebeldía
crítica que hace visible el traje nuevo del o los emperadores “democráticos”, el
envés de la palabra y la escenografía que los gobiernos y sus pitonisos –los
medios de comunicación– quieren imponer sobre la fraternidad, igualdad y libertad,
que deberían ser la base de cualquier movimiento revolucionario o democrático.
Por ende, el
universitario en esencia debe ser un ser pesimista –que inconformes lo son
todos-, pero al mismo tiempo un motor de esperanza, pues pone a girar las
interrogantes que muchos no nos atrevemos a formular: políticas, culturales o
religiosas.
El servicio social
del universitario radica en poner el dedo en la llaga. A la abuela, por
ejemplo, un día le expone la pedofilia de los sacerdotes –a veces sin mucho
tacto-; al padre o a la madre le llena de hormigas laborales la cabeza; a la
hermana o al hermano le desmaquilla un poco el mundo, desentalla unos centímetros su vocabulario
para airear ese cerebro atiborrado de marcas y futbol. Por un instante su voz
llena más la sala que la telenovela de moda, que todas esas marchas que los
noticieros y los políticos tratan de amordazar y que amordazan. El
universitario es o debiera ser un conjunto, un universo de voces dispares, de
geometrías en constante expansión, caos que en esencia busca una utopía de
fuerzas en equilibrio.
Por ello mi
molestia fue mayúscula –sin comprobar
primero– al comprar un libro homenaje donde aparecía el nombre de Rubén Bonifaz
Nuño –universitario y joven por excelencia–; pues su hechura era de un lujo que
no he visto en ningún poemario de éste: las tapas eran de tela con letras
doradas, el papel grueso, como si fuese de los que se usan para los libros de
pintura, las letras tenían –por el exceso de tinta– cierto volumen que casi me
saltan de la hoja.
Tanto
gasto se me hizo excesivo, pues no eran textos de Bonifaz –que sí merece
ediciones de lujo–. Pensé, primero, en el narcisismo tremendo de los profesores,
en querer ver sus ponencias en un libro tan enjaezado como sus egos. Me dio coraje
porque nuestro Boni..., jamás hubiera querido algo así, para él la palabra es
un oficio de y para el hombre, un dar la mano a quien la necesite.
Pero al fin y al
cabo lo compré por dos razones, la primera porque para mí es muy querido el
nombre de Rubén Bonifaz Nuño y la segunda, me costó treinta pesos porque estaba
en los libros de saldo de la Facultad de Letras. Y ¡qué bueno que lo hice!,
pues al abrirlo pude tragarme el agror de mis pensamientos, pues no era un
libro de profesores, más bien era una pulsera amorosa a Rubén hecha por alumnos
de Letras Clásicas.
El libro está
constituido por ponencias que se leyeron en presencia del homenajeado el 12 de
noviembre de 2007, y en el cual yo y un amigo –obsesivo de los templos amorosos
del poeta– tuvimos la fortuna de asistir. Mi sorpresa radicó principalmente en
la vida que tienen esos textos, en la sinceridad y limpieza con que están
escritos. No es un libro que trate de grandes hallazgos críticos en la obra de
Rubén Bonifaz Nuño –es imposible por la brevedad de cada una de las ponencias–,
pero es un libro necesario para conocer el encuentro de estos jóvenes –reflejo de
muchos, de mí mismo– con el humanista, el poeta y traductor; pero sobre todo
con la gran persona que era Rubén.
Me gustó su
lectura porque tiene un aliento desmedido
y caprichoso –como es toda expresión amorosa- que permite reconocernos y
recordar cómo fue el primer acercamiento con nuestro escritor o escritores
favoritos, o con esos genios que guiaron nuestra elección sobre x o z carrera y
contribuyeron con lo que somos.
Es un libro de memoria,
de testimonio vivo, orgánico porque despierta el recuerdo de nuestras juveniles
elecciones; por lo mismo es un libro motivado por el amor y, por ende, es un
abanico de sensibilidades, de voces a pie de grito, a pie de escritura, si bien
limpia, descoyuntada por la emoción de hablar sobre esos seres que iluminaron
un poco el camino que pisamos y que, a nuestras posibilidades, homenajeamos con
sincera fraternidad.
¿Los ves? Siempre la entraña por delante! Ese hígado, caray! Da mucho gusto saber que homenajes como ése, para alguien como Bonifaz existen. La pompa de la edición es accesoria ante lo que contiene. Faltó tal vez tu texto, dada la admiración que muestras por su obra. Me gustó tu entrada porque ya se extrañaba la espontaneidad de un texto breve, nacido de la sorpresa y que camina parejo con tu sensibilidad. Un abrazo.
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