Hay cosas impostergables, a veces
ni siquiera el sueño lo es. Por fin terminé una tesis disque de maestría,
corregí un cuento para el taller de los martes cuyo gemelito será una novela,
no tan gorda –espero–; y ahora, después de tenerte tan olvidado, vuelvo a ti,
blog mío, tan feo, peludo y amargo como su dueño.
Me gustaría
pedirte una disculpa, pero no vales la pena, eres un perro, uno cuya fidelidad
sería imposible de perder. Sabes que dependes de esta sarta de pendejadas, de
mi humor, de lo bien que dé cuenta de mi vida. Aunque sé muy bien que sonríes y
mueves la cola cada vez que me suceden mis pequeñas desgracias.
Odio ver cómo
salivas de contento ante las ridiculeces que me suceden, no por culpa del
destino, sino por ser como soy: un ser desnalgado, con un cerebro tosco, chaparro
y encima demasiado jarioso. Sí, búrlate
Tripas, pero estamos en las mismas, porque desgraciadamente cada pelo tuyo,
cada pulga que te cosquillea y hasta cada
perrita que te quieres montar han sido imaginadas por mí.
Mira, te explico
cómo están las cosas porque ya estoy harto de que estés mordisqueando mi cabeza
todos los días. Sí, siento un poco de culpa por no escribir en ti, pero no es
justo que a fuerza quieras que yo diga algo cuando estoy seco, cuando la vida
me ha exprimido tanto que hasta el CONACYT me ha dejado sin dinero. Dime, ¿sabes
lo que es la vida después de la beca? Porque los muy… te hacen renunciar al
trabajo para dártela y después cuando se acaba el dinerito ¿quién te vuelve a contratar?,
y si se escoge la beca al pago de pobresor es porque uno no vive con tres mil
pesos, se sobrevive: renta, luz, gas, internet y comida, que en algún momento
de mi vida creí prescindible. Sí, ¡qué
listo eres Tripas!, estoy encabronado, es que tener hambre es como tener rabia,
tú de las dos cosas haz de saber más que yo.
Mira Tripitas, me
caga que me toques las pelotas a cada rato, ni te las puedo lanzar para que vayas
por ellas y ni tengo allí la inspiración, bueno, la mayoría de veces sí, está
bien, pero no siempre. Además a ti ni te queda ser como ese personaje de
Unamuno en Niebla que interpela a su
creador. Yo ni tengo los modales de
ese señor y, como te he desaparecido estos meses, puedo seguir haciéndolo, mira
que se me da muy bien hacerme pendejo, corazón tengo muy poco.
Mi compromiso
contigo no es literario, es de vena, eres un desfogue, mi diario de señorita, el
porno cuando uno no llega a fin de mes o cuando la vida ya nos emparedó; eres ese
cuchitril que lo es porque es propio, y que no, no me ladres a la Woolf, que por
allí no va Tripas, bueno, un poco sí; pero entiende, no me gusta pasearte cuando
tengo otros perros olfateándome los pantalones. Contigo necesito dejar ir el
vientre y no es lo mismo hacerlo con tiempo que sin él.
Tú eres un perro
que se pasea, me gusta dejarme conducir por ti, que tomes las calles que se te
den la gana, que de repente rompas el ritmo, me cambies el tono de tus
ladridos, olvides lo que hace un minuto te contaba y salgas con algo que sólo a
ti se te podría ocurrir. Si fueras mujer serías odiosa –¡ah, te imaginé como
mujer, qué asco!, y qué feo eres hijo mío – , pero como eres y yo soy parte de
ti trataré de empulgarme contigo más seguido. Chicle y pegue y una señorita te
quiera acariciar esa cabeza peluda y dura que tienes.
Bueno, pulgas, me
despido que hoy tal parece que daré una charla sobre cervezas, me cuidas la
casa y sí, se sigue llamando Vagalia, invita a tus amigos pulgosos, total.
¡Quién dice que la escritura no es una espulgada necesaria que solemos descuidar de vez en cuando! Bienvenidos de vuelta el vago y el tripitas. Los perros se parecen a su dueño y valen más por su lealtad.
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