Califico exámenes, soy una máquina
en medio de un caos sin reglas gramaticales, sin ortografía. Palabras
minusválidas, sentidos amputados. Acá un diente, acá, ¿otro? Aquí las frases
llegaron al mundo de antemano olvidadas, prescindibles; así se van, sin decir
nada, un folio cuyos números sólo rasgan las pupilas. El reloj avanza hasta la
hora de comer.
Texto tras texto
es lo mismo, no paro, mi cerebro está bien lubricado para la tarea, dispongo de
la mejor tecnología en el mercado. Soy la última actualización de mi lengua y sólo una coma
del lenguaje.
Todavía no se
inventa un algoritmo para los mil y un caminos del alfabeto, para juzgar lo que
es propio de nosotros: las palabras, sus sentidos: goce y milagro de la
expresión escrita, del hombre, de dios. La soledad nos pertenece porque podemos
deletrearla y dios puede ser todo lo omnipresente que quiera, pero si nadie lo
nombra habrá muerto; así los griegos perdieron a los suyos, así Cavafis
recuperó tantos jóvenes hermosos de la muerte. La palabra es mi Dios, nada me
faltará —sólo la comida, los libros, el gas, el teléfono…—. La palabra es mi
Dios, nada me faltará.
Avanzo, frente a
mí un amor sin r, sin fuerza, sin garra, sin rompe y rasga; allá una pareja
deja su singularidad, la intimidad de su cópula por una orgía de plurales,
¿desde cuándo comenzó la infidelidad? La marco, allí, sin nexo, sin cohesión, ¡sin
madre! Sólo en la escritura. En la vida cuando un hombre se
rompe no hay palabra que lo reintegre al mundo.
En la cama siempre duerme más de una persona, en una pareja al menos hay tres cada noche —¿recuerdo o de verdad me lo digo? Las
sombras y los gatos se multiplican en la obscuridad, también el lenguaje y las
pesadillas, como las putas palabras que tanto lamo y que, en mi trono de juez,
no son más que lama.
La filosofía y la
imaginación quedan fuera de mis deberes, tengo dos hierros clavados en las
miembros más suaves y flexibles de la mente. No puedo perderme, señalo, asiento
calificación, olvido y vuelvo a empezar: señalo, asiento calificación, olvido y
vuelvo a empezar… Una historia dentro de
una historia. La última será tan mala como la primera o peor, temo los
finales. La muerte es el fin del lenguaje.
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