¿Por qué la indignación al escuchar
las palabras servir y atender; sobre todo si se practica un oficio? Desde el
ceramista, pasando por el maestro, el barista, el médico, el carpintero y el
poeta, deben de tener en claro que su profesión no es sólo para sí mismos.
Hay mucha alegría
en dedicarse a eso que se ama, pero ésta se intensifica al pensar en el otro, al
lograr que sonría con aquella veta de luz que nos “llena”. Si no tenemos en
claro que los materiales y el talento puestos en un oficio están al servicio de
las personas, nuestro trabajo quedará mutilado, algo en él habrá enmudecido.
El
poeta Rubén Bonifaz Nuño escribió: Yo conozco un oficio: aprendo a cantar… Él estaba
consciente de lo que implica la palabra “oficio”, del trabajo y del amor que
conlleva para el perfeccionamiento de dicha artesanía, en su caso verbal. La
construcción poética no es tan diferente de cualquier oficio más tangible; y el
poeta no es más ni menos que un artesano —no debiera aspirar a más—, si es que
quiere servir al mundo. La palabra también se va puliendo, se le quita la
rebaba a la lengua o se encuentra precisamente en esos ribetes la forma
particular que hace de tal o cual verso único.
Cuando
ese verso o poema u obra artística ha tocado a alguien, estos han cumplido su
función social. La tarea más importante de la literatura y del arte en general
es la de sensibilizar a su espectador, hacerlo más humano, que sienta que
el individuo que va al lado suyo en el camión está igual de cansado por
trabajar ocho miserables horas, o más,
por un injusto salario; que el profesor sentado en los últimos asientos de la
noche también se ha quedado sin ojos ni voz por haber pasado todo el día frente
a unos monstruos —muchas veces sin educación— tratando de enseñarles algo; o
también nos hace mirar la propia fragilidad en el esqueleto de pájaro de aquella
señorita casi náufraga en el pasillo del microbús, ésa, la que apenas logra permanecer
erguida, con la fatiga descolocándole el pelo, con el recuerdo punzándole la
espalda por haber servido y preparado una cantidad brutal de café.
El arte nos
permite percibir esos detalles, hacernos conscientes de que no estamos solos,
de que el egoísmo no debiera privar nuestras acciones. Del mismo modo, el
artesano del barro, el panadero, el saltimbanqui, el barista…, deben saber que
la esencia de su oficio está en el servicio. Por ejemplo, sin la ilusión de la
cafeína muchos médicos y maestros estarían perdidos; o ese milagro que es el
círculo de una carcajada, sin los payasos, sin esos provocadores del mundo,
serían menos mágicas, más amargas; los señores que preparan las guajolotas a
las puertas de las escuelas son esenciales para que el lombriciento
preparatoriano —y universitario— soporte la clase de química o de etimologías,
o la agria locura de la maestra de lit. europea…
Me sorprendo y me
duele cuando un artesano se ofende al escuchar los verbos servir y atender
relacionados con su oficio, o cuando se desconoce su verdadero significado. Me
gustaría reivindicarlos porque no son sinónimos de sometimiento o menosprecio; no
son un indicador de status social; tampoco es un favor que el artesano nos hace
por vendernos su pieza, cuando se le paga por su trabajo. El servir y atender están
enmarcados en el terreno de la reciprocidad, ambos, cliente y artesano, esperan
la especie y las monedas pactadas de antemano; el trato es injusto cuando
cualquiera de las partes incumple con esto.
Ser útil para
alguien es una de las maneras en que podemos llegar a ser más humanos, un medio
para sentirnos completos. Causa una gran satisfacción enterarse de que otra
persona ama lo que hacemos, que está feliz por el producto que hemos realizado
y está dispuesto a pagarlo. Saber que alguien me lee y disfruta de lo que
escribo me llena de una alegría sin dividendos —en parte porque nadie me paga
por hacerlo.
Desde aquí
agradezco a todos los que me han servido o atendido: maestros, colegas, escritores,
baristas, chefs, meseros, ceramistas, estilistas, libreros —aunque ayer sufrí
una mala experiencia por parte de uno—, músicos —ningún político—, etc. Gracias
a ustedes mi vida ha sido un poquito menos pesada y he aprendido a disfrutar
del café, de la comida oaxaqueña, de ciertos escritores, de cervezas, sobre ediciones
de libros, cantantes… Asimilar sin su guía todo lo que me han transmitido
hubiera sido imposible, además no lo hubiera gozado igual.
Gracias.
Les transcribo el
poema completo de Rubén Bonifaz Nuño, él sabe mejor que yo decir lo que es el
oficio del poeta:
Caminos, esquinas,
encrucijadas.
Silencio de gente
que se ha dormido;
que se ha
protegido con paredes
y puertas y carne;
que se oculta
de su corazón que
sabe.
A estas horas,
ay, amigos míos,
artesanos,
pintores,
astrónomos, marineros,
estamos
despiertos. Es trabajo
nuestro el de
arreglar algunas cosas.
Hace falta estar
atentos, tendidos
para no perdernos
nada;
para recobrar lo
que olvidamos.
Pensar, conocer,
por ejemplo,
qué es lo que
sucede cuando se encuentran
dos que van a
amarse; qué, cuando muere
a solos alguno que
quisimos.
Y cuando sentimos
que un invisible
se instala de pronto
al lado nuestro,
o se va en
secreto, nos abandona,
¿qué hay, que no
era nuestro, en la primera
mirada, el saludo
que cambiamos con alguien?
Vivimos confusos;
pero en torno
un mar apacible y
en orden
cerca nuestras
islas desordenadas.
Ay, amigos míos;
señoras, señores
que no me escuchan:
hay oficios
buenos, necesarios a todos;
el que hace las
camas y las mesas,
el que siembra, el
que reparte cartas,
tienen un lugar
entre todos: sirven.
Yo también conozco
un oficio:
aprendo a cantar.
Yo junto palabras justas
en ritmos
distintos. Con ellas lucho,
hallo la verdad a
veces,
y busco la gracia
para imponerla.
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