Soy un completo cerdo, soy tan
cerdo que hoy me puse una camisa rosa, me iría desnudo a la cena de navidad si
a nadie le importara ver a un cuerpo gordo entregado completamente a la grasa y
a los azúcares. Pero a todos nos da asco la desnudez gratuita, cientos de años
de evolución y cultura nos han alejado de nuestra verdadera naturaleza.
Quisiera decir que
no me importa en absoluto mi físico, no es cierto, me gustaría tener el cuerpo
nervudo, musculoso, pero mi debilidad es demasiada. ¿Ejercicio? Sí, debiera.
Tengo tiempo, es cuestión de organizarse, pero qué difícil es hacer algo cuyos
beneficios no son perceptibles hasta unos meses, años después.
Todo lo queremos
rápido, aquí y ahora, ése es el credo de nuestra época; los placeres culinarios,
las drogas, la cultura, la manera de integrarlos a nosotros cumplen con ese
manifiesto de lo instantáneo. Los sentidos viven en el presente, en la
inmediatez. El bienestar, en cambio, se va construyendo, así el amor y sus
memorias; no la sexualidad, ésta última es sensorial, es instante que se
disfruta al ser devorado, como los pasteles, como un corte de carne, como el
vino de doce años que en un segundo no es más que una botella vacía.
No me importa el
proceso, mientras yo no lo sufra, mientras no tenga que trabajar en ello, invertir
mi tiempo y mis energías. Me gusta vivir en un mundo ya hecho, fui ahormado a lo
que la industria culinaria, textil, cultural…, me ha impuesto. Vivo en el
marasmo, en la total dejadez, abro la boca y trago y no me pregunto de dónde
vienen estos jitomates, qué tipo de endulzante es aquello que es tipo chocolate
y no chocolate, el cáncer es dulce al ser ingerido.
Nuestras
necesidades son más que los satisfactores que hay en la naturaleza, no alcanza
la flora y la fauna para satisfacer millones de estómagos, poco a poco
encajamos el diente al tiempo, tratamos de acelerar las semillas, de hacer más
grandes a los animales, boicoteamos al mundo y lo volteamos de cabeza, lo
agitamos hasta que quede igual de trastornado que nosotros.
¿Cuántos químicos
nos metemos por propia voluntad, cuánta violencia hincamos a los otros animales
que habitan este planeta? Somos unos cerdos ― término que tiene muy poco que ver con la
especie animal, y más con los significados culturales que le hemos clavado a la
palabra “cerdo” y con la cual etiquetamos a otros hombres igual de cerdos que
nosotros. Nos merecemos el destino de esos pobres animales. Mi deseo es que
seamos la próxima raza en ser exterminada de este planeta. Es por amor,
entiéndanme, amo la vida, toda, somos una fracción apenas de ella, no somos la
vida, no somos el amor, el amor nos desposee de todo y posee todo, la vida es
esto y es también la mosca que intenta vivir sus veinticuatro horas, su mínima
eternidad sin sospecharlo siquiera. ¡Qué van a entender!, si sólo son palabras
escritas para nadie, y la escritura en estos tiempos goza de un descrédito sin
precedentes, el lenguaje ― de lo poco que nos hace realmente humanos, junto con
todas las manifestaciones artísticas del planeta― ya no nos expresa, no somos ya nuestro
vocabulario, Nietzsche; somos todo aquello que no poseemos, somos hacia el
porvenir, nunca un presente, el presente no lo habitamos, vivimos en la
desmemoria de lo que somos, somos para alcanzar la última actualización de
nuestro firmware, somos el siguiente
modelo, y es tan raudo el tiempo, lo hemos embrutecido de una manera
vertiginosa.
No podemos ser
bondadosos, no tenemos la capacidad de vivir en equilibrio con los demás, hemos
roto todos los ciclos de la vida, somos la mano de la muerte, un instrumento de
aniquilación que terminó por descomponerse y no hay nadie quien lo pare. Arrasamos
bosques, lagunas, mares, ecosistemas enteros, y pensamos que es por nuestra
sobrevivencia. Cuando no quede nada en pie, cuando no existan árboles ni frutos
ni las hormigas ya sean, qué será de nosotros, qué paraíso querrá resguardar a
tanto nido de víbora, a tanto veneno en conserva.
Vivimos en la
gratuidad del odio, no hay un sentido para ser brutales y lo somos. Si algo nos
une con el resto del mundo es la violencia, la guerra es lo que nos hermana, el
dolor, lo dijo Kundera, no yo. Nuestro equilibrio está en el desequilibrio del
terror, en el temor de que mañana caiga una bomba en nuestro vecindario o que
el que se siente al lado de nosotros en el transporte público nos apuñale ― algo
que es muy común en cualquier parte del mundo, no se necesita ser bilingüe, no
se necesita conocer a otro hombre en la parte más alejada del planeta para
saber que éste sabe de violencias: las ha padecido o las ha inferido. Eso nos
hermana.
Feliz
navidad, mis hermanos, mis semejantes, lancen sus balazos al aire,
emborráchense, golpeen a sus hijos y mujeres, perpetren un atentado contra la
humanidad mientras nosotros brindamos y volteamos a otra parte, quizá una bala
perdida, una contingencia alcohólica, una reyerta entre borrachos, un hasta
aquí y una cuchillada sean mi regalo y un regalo para este pobre mundo. Felices
fiestas.