Siempre el maldito
punzón del deseo. A veces quisiera creer que hay algo más, no sé: tu voz, tus
palabras o tus ojos, pero el dolce stil nuovo
no es para mí. Además, fuera máscaras: ¿hay algo más acuciante y sincero que el
deseo?, ¿hay un halago mayor que este cuerpo herido de ti, envenenado, corroído
cuando te veo y cuando no? Dime, explícame: ¿qué sacrificio mayor puede hacerse
que el de querer desmembrarme entero entre tus muslos?
Porque
no, lo repito, no hay nada más sincero que la carne, ni más cruel ni más bello;
si busco algo que me defina está encerrado en ella. Se alimenta de mí, me hace
cometer estupidez tras estupidez, se burla cuando leo, cuando escribo –dice que
me engaño– pensando en otra cosa que no sea satisfacer su apetito.
Ha
carcomido mi interior o mi interior se ha saturado de ella y no me queda sitio
más que para respirar levemente; y si respiro, me obliga a seguir el peso de un
perfume, el olor de una piel, de un pubis o a imaginar, como ahora, la densidad
de tu aliento mordiendo mi boca.
Quisiera
pensar en ti por tus ideas, por lo inteligente que eres –porque vaya, lo eres–.
Me gustaría decirte que te admiro, que hablar contigo es encontrar puntos de
comunión y desunión, que alumbras ciertas aristas de mi malformada
mente. Pero todo ello hace que se atice más esta urgencia que me escalda, la
sarna se apura sobre mi tacto buscando de alguna u otra forma carcomerme
por tu ausencia, por imaginarte desgarrada entre mi cuerpo. Si pudieras ver cómo el
instinto se regodea en mí, de qué forma florece y babea sobre mi falo, quizá me entenderías.
Y qué te digo, cada palabra me cuesta más,
porque ya mis dedos sólo buscan palpar tus muslos, ir subiendo por ellos,
remontar tu carne hasta ahogar mi lengua en tus glúteos y morir: una, dos,
tres, no sé; tantas veces como fueran necesarias para conseguir unos segundos de paz, la paz que sólo al estar
ahíta la carne se consigue.
Aunque
después vuelva a supurar por dentro y cuando huyas –porque lo harás– tenga que
reemprender la búsqueda, el acoso, alcanzarte y ceñirte en la distancia -como ahora. Sin importar los alfabetos del mundo que tenga que remontar o inventar para
cercarte de palabras hasta retenerte, quizá sólo unas horas, unos minutos, pero
saber que estás allí, que estuviste conmigo y sólo eso importa.
Si
en algo podría disculpar mi comportamiento sería el hecho de que no conozco
otra forma de vida y temo –que es lo más probable– que sea ésta la única que
posea para soportar todo este peso de realidad, que es demasiado para un animal
que se contenta con tener un orgasmo de vez en vez.
Querido vago: hay problemas que una esquina de Tlalpan resuelve mejor que un par de horas frente a una pantalla. Ahora que, si hablamos de arte, ha sido el tuyo un texto de lo más diáfano y sincero que te conozco. Salud por las formas y deformaciones de la vida.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUna vez mas escribes sin decepcionar, éste debe ser uno de mis favoritos, la forma en la que escribes y describes hace que la imaginación fluya... como siempre excelente!
ResponderEliminarComo siempre Acuña excelentes escritos y como comentan sin decepcionar a tus lectores jejeje slds y estamos en contacto
ResponderEliminarpornografico, puerco, erotico, y muy cierto
ResponderEliminarWow, Roberto!!! Excelente!!! No había tenido tiempo de leer éste pero qué bueno que lo hice. ME ENCANTÓ!!!
ResponderEliminarAtte: Aline
pff... me estoy volviendo fan!
ResponderEliminary nada, nada más sincero que la carne...
ResponderEliminarMe gustó tanto... hasta la humedad.
ResponderEliminarGracias por existir y escribir tan bien.
Gracias a ti por tu tiempo y por tus pinturas n.n Un abrazote.
Eliminar