Es seguro que mire tus piernas, particularmente tus
muslos. Sí, sí, también tu cara y tu boca –eres hermosa, a qué tanta vanidad de
tu parte–, pero esta noche, si pudiera, haría una tesis sobre tus pierrrrr-nassss.
Si algo me atrae de una mujer a primera vista es su culo y sus muslos, quién te
manda…
Al menos nadie podría decir que no
me dedicaría de tiempo completo a mi campo de estudio. A pulso, y vaya que lo
tengo acelerado, me ganaría una beca. Ya me imagino los adelantos cada fin de
semestre, ese ahondar en mi tema de estudio, ese querer compenetrarme con cada
letra de ti, con cada diente tuyo que se me clava en la locura, en el ansia de
ti, en el dolor de saberte cada vez más mía y cada vez más próxima a perderte,
porque digo, una tesis no es para siempre.
¡Qué gozoso sería ir milímetro a
milímetro escribiéndome en ti! Citándome en tu cuerpo y en tus pies, marcando
con mi saliva pequeñas didascalias para guiar al deseo, improvisar un párrafo de
miradas con la urgencia de retomarte noche a noche hasta terminar contigo,
hasta acabarte y acabarme prensado en tus piernas.
Soñarte, padecerte, insomne ante el
filo de tu entrepierna, ante las miles de cuartillas que mi aliento guarda
sobre tu boca y que quizá sólo un ciento hablen de este bogar nocturno, de ese
saberte entera hasta en esos límites en que te desdibujas, en que tus fronteras
no son más tuyas ni mías, sino del pasado, siempre del pasado, porque nunca
somos, ni seremos. Fuimos, siempre fuimos ahora y para siempre.
Vigilia y sueño recorriéndote, una
y otra vez hasta dejarte acabada y yo satisfecho y triste de haberme entregado
a ti. Pero sabiéndote entera, mía, pero ya ausente, ya doliendo y dando nueva
forma al azar o su sinónimo: la vida. Ya hecha a mí, tú, pero autónoma, viva,
enseñando a alguien más que la literatura es un juego de palabras para conjurar
un cuerpo, aunque éste en apariencia sean dos o sólo tú en la soledad de mi
lujuria.
Los mayores descubrimientos se dan
por torpeza; y en mi caso todo comenzó con un pantalón de mezclilla y un examen,
aunque sinceramente me gustas más cuando usas medias de colores; a veces soy
como un niño, qué quieres. Además, últimamente he llegado tarde a todos los
arcoíris del mundo y verte caminar, ver tus muslos domar y teñir la tarde es
recuperar un poco el día y el tiempo perdido.
Me gusta verte en movimiento, caminar
al lado tuyo, aunque sólo te vea pasar. No creas, en esa banca donde tomo mi
café yo voy contigo, me desgarro a lo Petrarca y José Alfredo para poseer la
elasticidad y el río de tu cuerpo.
Entiéndeme, necesito fijarte,
encarnarte a mi memoria, hacerte andar hacia mí con toda esa jauría de demonios
que conforman tu cuerpo, sobre todo en esas horas de necesidad, que en este
clima y con la soledad que me cargo últimamente son casi todas las del día, las
de ahora, por ejemplo, vestidas de saco azul y suéter rojo.
Una de las formas con que he
intentado evocarte es por medio de la música, pero aún no encajas en un ritmo
determinado. La voluptuosidad de tu cuerpo ciertamente me predispone a la orgía
de tonos, pero en ti no encuentro pompas ni soberbia; sin embargo tumbas el
árbol de la tarde y enciendes en mi piel el vuelo del crepúsculo.
Vaya, es difícil de explicar, eres
como un longplay que llena los
sentidos, que los hace conscientes de su carnalidad, pero también de la
necesidad de ser tiempo, de ser principio y fin, anchura y distancia. En ti la
prisa se parte y se clava sus propias manecillas, no puede ser de otro modo, al
menos para mí, nunca ha sido de otra manera.
Porque digo, si fuera alma, ¿cuál
sería el sentido de tu cuerpo o de la rotundidad de tus muslos? ¿Cuál el de mis
pantalones enredados entre mis piernas buscando dentro de las palabras el
conjuro de tu carne, el de tu voz quizá más tierna, pero más acabada, más tú,
más juego, más niña?
Al alma lo que es del alma y al
cuerpo lo que es del cuerpo. Quizá se mezclen o quizá la piel es el vestido o
el cuerpo del propio espíritu. ¿Quién lo sabe? Además, ¿a quién le importa si
de pronto en picada siento la mordedura de la sangre en mi entrepierna y la
noche se abre y tiene tus medias y tú llegas con los muslos desnudos a recoger
tus colores que yo he robado para mí intentando chantajearte con… y quizá…?
Son las once y cacho de la noche,
tres cervezas es demasiado poco para ahogar el deseo o para olvidarte o
anestesiarme en un sueño sin sueño. Ni a barco ni a ebrio, ¡qué diría Rimbaud!
Lo que yo me digo es demasiado para decirlo con tan poco alcohol. Siguen siendo
las once y cacho de la noche, sigues siendo las once y cacho de la noche, sigo
siendo y es noche, noche, noche...
Quizá sean éstas las 864 palabras más provocadoras que he leído en este blog. Qué decir! Está la declaración de tu poética personal (si dieras un taller, quizá tuvieras seguidores malos): "la literatura es un juego de palabras para conjurar un cuerpo". La afirmación cobra sentido cuando recuerdo la ya famosa enumeración de tus tres prioridades vitales, que en honor a la privacidad, silencio. Entre leer este texto y una oración o un conjuro creo que hay poca distancia; de verdad sentí que se me aparecía y que la veía pasar frente a mí, tan carnal que se puede tocar (no hablemos de prohibición social) y a la vez tan evanescente como una idea, de esas ideas que acaban por volverse entradas de blog.
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