Si algo he
aprendido de la poesía es que ésta es y cumple su función en el instante en que
encuentra su lugar en el mundo, en nosotros, por el simple hecho de que es una
“materia de paz” que congrega, que da la mano o que grita si el otro grita. Ruben
Bonifaz Nuño fue el poeta que me enseñó el oficio de cantar –desgraciadamente
he sido mal alumno–, y éste no sólo está fincado en el ejercicio con la hoja en
blanco, en ir a punta de cincel afilando una a una las palabras para que vayan
formando y formándonos en eso que llamamos poema.
La
poesía es sobre todo acto, justo grito que a pesar de ser desgarradura, alivia;
porque el canto, cuando en verdad lo es, nos arrebata de nosotros, es
catártico, nos purifica al término de la lectura y al entablar un diálogo con
nosotros nos acompaña y palia un poco nuestra soledad; porque hay alguien (el
poeta o esa esencia intrínseca que contiene todo poema) que también –como dice
Bonifaz– se quema en contra de lo que nos hiere “por amor, por ser hombre;/ por
amor de ser hombre[…]”
Por
tal motivo, la poesía sin amor y sin humanidad es sólo un tronco hueco, es sólo
retórica, un ejercicio racional que no nos lleva a nada. Rubén daba al mundo
con su poesía –y lo seguirá haciendo– lo que al parecer es gratuito, anodino
por ser intangible, la mano a quien la necesitase.
Cuántos
de nosotros ponemos una mano contra la injusticia cotidiana –y no me refiero a
las grandes iniquidades, sino a la de todos los días que vemos y nosotros
mismos llegamos a realizar o a padecer (en la universidad, ¿no apañamos el único libro de la
biblioteca que nos dejó leer el profesor?, ¿hemos cedido el asiento o la
sonrisa en el transporte público?, ¿hemos dado una palabra de consuelo a
nuestro hermano o nuestros padres?, ¿hemos sido fieles con nosotros mismos?,
etc.)–, cuántos, desinteresadamente hacemos algo por aquel que nos necesita y no tiene voz para
pedírnoslo.
Bonifaz
era un hombre de sonrisa fácil en un rostro duro. Su timidez, si bien odiosa
para él, era creación, era soledad que
en la escritura encontraba la manera de comunicarse, de estar con nosotros, de
poseernos y devolvernos llenos de fe al mundo, de mirar, pero mirar realmente
al otro, de entender el dolor que sufre e indignarnos y amotinarnos contra éste:
Mientras me queden rabia y voz y aliento,
nadie podrá
decir que sufre
sin que yo
grite, al menos, que no es justo.
Que nadie
lo merece, que no puedes
haberte
merecido el sufrimiento.
Sí, nadie merece sufrir, pero todos en mayor o menor medida lo experimentamos. La lucha es no sólo injusta, parece inútil porque la vida, este mundo que hemos hecho a “imagen nuestra” nos niega, nos cercena y en última instancia nos devora. Nos tasa y nos pone un código de barras, un valor que va en contra de lo que es humano, de lo que la sangre y el aliento significan. Por ello, en momentos, el poeta, mi poeta, mi amigo Rubén Bonifaz Nuño –y que me perdone la academia por negarme al uso del yo poético– piensa que su labor podría servir de nada:
Y yo quisiera. Yo pregunto
si el amor
no puede ser inútil.
Pero sin amor, y lo sabe Bonifaz, no existiría nada, no habría reconocimiento, lugar para la ternura. Sí, en el amor también se gesta la cólera, la rabia, la insatisfacción, hay frutos amargos; pero sólo por gracia de éste es posible estar en el otro, en ver en su mirada la nuestra, en sentir en su carne el ardor que nos devora o mirar cómo su tristeza desfigura nuestro rostro.
El
amor, el Eros, hace que el mundo sea habitable, porque desarticula -quizá por
unos segundos- la soledad. El amor une, funda sociedad, camaradería, religión
–en la más primitiva de las acepciones–, famila, compañía, fidelidad:
De cólera y ternura estoy poblado
porque
estás triste y sola. Desde el fondo
me quemo en
contra de lo que te hiere.
Por amor, por
ser hombre;
por amor de
ser hombre, estoy diciéndolo.
Lo que nos hace humanos, hombres es precisamente ese sentimiento. Es ver en el otro a nosotros mismos, es querer para fulanito lo que quiero para mí y cuando no se logra, cuando vemos que el tiempo se encaja rabioso sobre el otro, no podemos menos que:
Contra el dolor que tienes,
que no
puedo negar porque no es mío,
mi orgullo
de ser hombre se me enciende
como un
árbol colérico; te busca,
me hace
temblar el corazón, me lleva
hacia ti y
hacia todos, y te miro
como parte
de mí, como a mis brazos,
como a mi
hermana enferma.
Para mí, Bonifaz ha sido por mucho tiempo mi escudo y mi espada, ha sido la guía que ha dictado la mayoría de mis actos, porque su poesía es profundamente ética, está en la raíz del hombre, su canto lo invoca, lo recrea; danza en torno suyo para enseñar el modo de salir renacido del laberinto y ser parte del mundo, de la vida.
Pero
para hacerlo es inevitable que el poeta y que el propio lector sufran, se
encolericen ante la iniquidad que nos rodea, porque sólo así podrán estos,
nosotros –ustedes que lo han leído y leer es padecer–, sufrir una metamorfosis
(no un mimetismo, sí un querer ser por el otro, otro y el otro al mismo tiempo):
Creciéndome por dentro,
sacando
oscuras ramas por mi boca;
alzándome
los brazos, estirándolos
hacia
arriba, hacia enfrente, sin descanso;
sin
descansar moviéndose,
la ternura
y la cólera, al oírte,
me han
ocupado todo.
Pero al final, y Bonifaz lo sabe y pide ayuda, los trabajos del poeta terminan en nosotros, porque hay preguntas que sólo el lector o el oidor de poesía pueden responder, deben responder, porque sólo así podrá cobrar sentido el poema:
Y yo quisiera ver de qué te sirvo;
de que le
sirve al mundo que yo sepa
que el
dolor de los otros es injusto;
que no
están bien las cosas, que no marcha
el reloj
como debe, que el resorte
central… Y
tantas otras.
De qué nos sirve la poesía ahora, de qué recordar una muerte, sufrirla, hacerla nuestra, llorarla. Estoy alegre por haber conocido a un ser humano en toda la extensión de la palabra. Puedo creer que la bondad es aún posible, que no todo está perdido, que quizá pueda salvar a alguien o al menos ayudarlo en algo. No estamos solos en este mundo. Quiero decirle a Bonifaz y a ti que yo también estiro la mano y espero…
Sin haber tenido el gusto de conocerlo, sabes lo que pieso de la poesía y en general de la literatura. Aunque lo suponía, no me atrevía a afirmar, como tú lo has hecho, el carácter profundamente ético de la poesía de Bonifaz, y para quien es aprendiz del oficio es una de las primeras cuestiones a resolver: para qué lo hago, para quién, qué bien le hago al mundo; son preguntas ineludibles. Por lo demás, sabes bien lo que sé y lo que pienso del poeta.
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