He estado revisando mi blog de vez
en cuando, porque hay días en que uno se pregunta por qué y para qué uno hace
lo que hace y sobre todo si, como yo, lleva más de tres años haciéndolo. Me di
cuenta que entre la soledad y el amor se ha ido articulando mi escritura, al
menos en Vagalia. Pero estas dos obsesiones están ligadas a una pregunta:
¿quién soy? Tú que me lees, que quizá sea yo mismo al revisar de nuevo este
párrafo: ¿sabes quién eres? ¿Las decisiones que tomas, realmente las tomas tú?
La falta de
identidad o de una multiplicidad de ellas –que es la otra cara de no poseer una–
que tratan de equilibrar, de darle peso y armonía a esto que soy me ha
perseguido a lo largo de los años: sombras, espejos, laberintos, vicios, deseos
o sueños; no son más que objetos purgativos para mí, herramientas que
permiten buscarme.
El riesgo es
grande, pues por más que he tratado de salir de ellos, de alejarme para siempre
de mis obsesiones, he quedado encerrado en ellas, en mis propios medios de
exorcismo. La escritura, sépanlo bien, no libera, ata. Primero te lame los
genitales para después arrancártelos lentamente. Las palabras le dan voz al
dolor, lo matizan, lo encarnan fieramente a nosotros.
Aunque, no cabe
duda que sea normal no saber quiénes somos, al menos quiero creer que es así y
más en los tiempos en que vivimos. Nociones como país o patriotismo son
endémicamente sostenidas por la televisión o el futbol o por la enajenación
religiosa y, en menor medida –pues la educación en el país es casi nula– por
los centros educativos –aunque la enajenación que inoculan estos es quizá más
fiera que la de los medios de comunicación–. Nosotros somos más o menos
felices por las cosas que compramos y por la manera en que nos vemos. Por supuesto, que en charlas
oficiales o de cierto cariz “formal”, lo negaremos. Claro, tenemos que ser
rebeldes ante quien nos dice tales barbaridades. Pero en el fondo queremos lo
mismo que cualquiera, estudiemos ingeniería o cualquier carrera de humanidades –sí,
por supuesto que incluyo pedagogía–.
Somos el siglo que
todo lo fabrica o hace en serie: cogemos de la manera en que hemos visto en la
televisión, amamos con el mismo discurso que las telenovelas nos escriben y del
que renegamos conscientemente. Porque ahora todos somos lectores, aunque nada
más leamos las porquerías de Sabines y Benedetti –y sí, me sé de memoria varios
poemas de ellos–. Somos más sanos porque
todos son más sanos. Respetamos a los animales y los adoptamos como lo hacen
todos –sobre todo los de la Roma–. Usamos ropa entallada y lentes de pasta y
tenemos una Tablet o una Apple. Odiamos las corridas de toros,
porque vaya, cómo no odiar tanto salvajismo, pero jamás hemos leído a Lorca y
ese venablo que son las cinco de la tarde que, al menos para mí, justificaría la fiesta brava. Pues este tipo
de poemas la trascienden, la hacen eterna en cierta medida. A un negro no le
decimos negro; a un homosexual no le decimos puto porque es racista. En pocas
palabras nos cuidamos de pendejadas, de herir susceptibilidades que nosotros
mismos, culturalmente hemos ido creando.
Ser políticamente
correctos nos hace más pusilánimes, miedosos de decir lo que queremos decir y
además nos envuelve en un doble discurso, enmascara nuestra realidad, pues
amordaza lo que realmente pensamos de las cosas. Aunque de muchas de ellas no tenemos
consciencia, no sabemos cómo sopesarlas, pensarlas, pues nos guiamos por el
gusto de los demás, por lo que los otros digan. Yo por eso leo a García Márquez
y a Bolaño, y consumo productos 100% orgánicos.
Estoy tan alienado
como cualquier otro; porque la cultura también es una alienación impuesta por
la tradición de la cual bebamos, por lo que otros nos han dicho que es la cultura,
la intelectualidad. Aceptar este hecho es aceptar nuestro lugar en el mundo. Es, en la carrera de
Letras Hispánicas, conocer a Cervantes, porque vaya, cualquiera que sea de
letras debe de conocer El Quijote…
Sí, lo he leído, y sí, más de una vez y sí, me encanta, pero eso no me hace
diferente a las personas con quienes hablo; al contrario, me hace ser parte de
lo que se espera de mí. Por otra parte, nunca leeré Los detectives salvajes de Bolaño, porque se me hace más una moda
que otra cosa. Puedo estar equivocado, lo sé. Aunque leerlo o no leerlo me hace
pertenecer a un grupo u otro, estar en alguna de las dos caras de la moneda.
Porque no hay más, esta sociedad está desmatizada, es bipolar. Vivimos en un
gris que es o bueno o malo. Si tienes un perro, no puedes amar los toros o
aceptar comer carne. Si eres intelectual y no denuestas a x programa televisivo,
o aceptas salir en x noticiero corres el riesgo de perder credibilidad; cuando
ésta, no se engañe nadie, es subjetiva siempre, porque somos nosotros los que
decidimos en quien creer o no, en quien fundar nuestra fe, lo que pensamos que es verdad.
Todo es apariencia,
porque todo es lo que parece, no tiene un fondo, vivimos en la carcasa. Nuestro
siglo no puede digerir discursos complejos, no podemos ver más allá de nuestras
narices, nos deben de dar las cosas ya molidas de antemano, explicadas, sin una
retórica que estéticamente estimule la mente y los sentidos; y la razón
principal es que no tenemos la capacidad de leer entre líneas, de ver al otro
en su complejidad y sencillez.
La literatura, o
lo que se considera literatura en la actualidad e incluyo a escritores serios,
vive una debacle intelectual al igual que todas las artes. Si no, sólo vaya a
echar un ojo a los museos de arte contemporáneo, en las instalaciones que hay
desperdigadas por su ciudad. El vacío de contenidos es atroz. Nos ven la cara
de pendejos y nosotros sólo asentimos y aprobamos cualquier desperdicio,
cualquier oquedad que nos presenten; o ¿qué es poner personas humanas en
charolas gigantes de unicel? Por dios, dónde está el mensaje oculto, si
burdamente nos dicen lo que somos y lo que es esta sociedad. Nos tratan como
retrasados mentales y lo aceptamos, porque nos hacen creer que somos
inteligentes, que capturamos la esencia de ese tipo de burlas, que hemos
entendido lo que no requiere ser entendido porque está servido para nuestra
pereza mental.
Creo que lo más
sano, o un primer paso para ser, es aceptar la alienación. Ahora, yo acepto la
mía, baste de baños de pureza, que con mi bien me baste. Aceptarse es el primer
paso a la libertad, al valemadrismo más bondadoso. Es aceptar al otro y dejarlo
ser, sonreír con cierta indulgencia al verlo buscar una salida que no existe,
que también buscamos en su momento. Pero es imposible sobrevivir más de un
siglo, a una época entera y el cambio no se da tan rápido, la consciencia tarda
en modificarse, en pensar de otro modo, como para poder construir una salida de
lo que vivimos.
Porque nadie, y
entiéndalo bien, nadie puede salir de esta mierda que han construido para
nosotros. Es mejor aceptar la realidad y tratar de vivir sin la venda, los
grilletes están, pero prefiero verlos y aceptarlos como unas pulseras que
dicen: Universidad Nacional Autónoma de México; que negarlos como si fuesen un
estigma, una mancha que nos acompañará por el resto de nuestras vidas. Busco mi
lugar en el mundo y si no me gusta, buscaré otro que también han puesto para
mí, pero al menos ahora entiendo el juego y puedo disfrutarlo sin querer
suicidarme o entristecerme demasiado.
Es un mundo complejo en el que vivimos, o en el que vagamos, en tu caso. Y para evitar que nos perdamos en las honduras le ponemos las etiquetas a todos los productos con un tache o una palomita que van cambiando según la moda del momento. Curioso el fondo ideológico de tu texto (por alienación te tacharán de marxistoide; por tu gusto por la fiesta brava, de asesino despiadado) lo curioso es que ambas etiquetas serían incompatibles, eres un pinche fallo en el sistema, ¿tienes una pulserita de la UNAM? Ah, pues con razón ahí pura escoria, ¿eh? de esos que obstruyen las calles, pero tú hablas contra las marchas, ¿no? Entonces ¿qué chingados eres? ¿De qué lado estás? ¿No tienes lado? ¿Eres puto (perdón, homosexual?) Yo no entiendo, por eso, como dice mi respetabilísimo C.Presidente Lic. (¿en qué y por qué universidad?) Vicente Fox Quesada, lo mejor es no leer. ¡Bendita ignorancia! Y luego para que sean puro amargados y raritos los que escriben!! Amén...
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