Se ha comido pavo o lomo y
romeritos, se han dado abrazos, desde la noche explotan los cohetes y el miedo
despelleja a los perros. El cielo está en guerra, ¿qué otra cosa es la
felicidad sino ese intento de lograr alcanzarla a costa de quien sea?
Abro la puerta y
el frío es el hijo desnaturalizado de uno que nació más al norte, más polar y
seco. Acá no se siente el brío, ni la desesperanza de estar afuera y la
esperanza de pronto llegar a un lugar, a cualquiera.
Hay niños y no
tanto encendiendo las sonrisas con pequeñas destrucciones, ¿para qué sirve un
cohete, unos fuegos pirotécnicos que no echan luz, sólo violencia, un rugido
que destempla el equilibrio, las armonías del espacio y del tiempo? Pero es
cierto, hay novelas, canciones, poemas que hablan de ello: existe una sed por
la destrucción y es tan humana que no la conozco en otra especie. Tenemos el
poder y lo ejercemos con violencia, no hay prueba más definitoria y concluyente
que un golpe, que un knock-out, o un
cohete lanzado para nadie y para todos.
El perseguidor y
el perseguido es un juego que inventamos nosotros; el ratón y el gato no
juegan, ellos cumplen un ciclo, una eterna dependencia de presa y cazador.
Nosotros jugamos a matarnos, a herirnos, a veces lo conseguimos y la jugada nos
sale cara: Manos amputadas, rostros desfigurados, carne chamuscada, un
asesinato inocente, una pequeña bomba en un bote de basura, en el pilar de un
estadio, una pedrada al vecino, una guerra entre Palestina e Israel, entre el
mundo.
No hay hogar como
el hogar, estoy en el umbral de mi casa, veo a los niños reírse y a los padres
enseñándoles los trabajos del fuego, el niño más grande será su poseedor ahora.
No fumo, me gustaría hacerlo en este momento, el fuego tiene tantos usos, nos
va quemando a diferentes temperaturas, a veces en un instante y otras poco a
poco, calienta los pulmones hasta dorarlos, retiene el pulso y disminuye el
tiempo, así fumamos hasta que el aire es negro, calcáreo y ¡pum!, el fuego es
ceniza o la mano que sostiene esa paloma se pone nerviosa y truena. En fin, siguen
los postres, el baile y, el viento, aunque no congela, es algo molesto para
alguien que ha vivido bastantes años en esta ciudad.
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