Vi la mancha en la
camisa, no lo quería creer, de qué servía tanta experiencia, de qué si un error
basta para echar todo al caño. Estaba distraído, no pude reaccionar a tiempo,
pero esos rostros, esos gestos, por fin empezaba a entender todo.
Mi mujer me miró con los ojos muy abiertos, expectantes, quería permanecer en la negación de lo que estaba pasando, veía el esfuerzo sobrehumano que ponía en controlarse, pero no podía, no podía mantenerse impasible.
Mi mujer me miró con los ojos muy abiertos, expectantes, quería permanecer en la negación de lo que estaba pasando, veía el esfuerzo sobrehumano que ponía en controlarse, pero no podía, no podía mantenerse impasible.
Pasé
mis dedos sobre la tela, sobre mi pecho. Allí estaba, caliente, viscosa,
extendiéndose hacia abajo, marcando el último derrotero de mis pesquisas. Traté
de cubrirla con la palma abierta, como si aquel acto pudiera abolir lo
inevitable. Pero no era posible, ella se acercaba con los ojos llorosos, con la
boca semiabierta; con un ligero gemido estiró sus manos hacia mi camisa y pude
ver cómo sus dientes se hacían de azúcar o de lágrima ante aquella certeza obscura
que se derramaba hacia el suelo.
Todo
había sucedido unos días antes. No debí contestar. Eran pasadas las ocho de la
noche, ya era hora de irme a casa. Estaba a unos días del retiro. Ya no
preocuparía más a mi mujer, pero cómo negarme, ante todo estaba la
responsabilidad, además me aburría demasiado contando los días que faltaban
para mi jubilación.
Parecía
un loco, pero algo en su voz me hizo dudar. Inició la conversación mencionando
a su mujer y algo sobre un niño, que yo, por andar cansado, no pude saber bien
a bien a qué se refería. De todos modos, por lo que después me dijo la
investigación que tenía que hacer era inocua, no había ningún peligro y podría
obtener una buena tajada de todo esto.
Acepté
sin muchas ganas, sin dejarme llevar por sueños de gloria. Mi último trabajo no
sería el mejor ni el más peligroso, era más que nada un trabajo de voyeur. Pero aquí la profesión está muy
desprestigiada por la sociedad, demasiada corrupción, a pesar de que había
elementos como yo, siempre dispuestos a servir y ayudar. Por ello no me
afectaba tomar este tipo de trabajos, además sería un dinerito extra y no
estaría aplastado en mis últimos días de servicio recibiendo felicitaciones o
condolencias pendejas –no sé qué tienen con mi mujer, si pasar todo el día a su
lado no es para tanto, ni que fuera una bruja. Necesitaba caminar de nuevo.
Además, era el mejor pretexto para recorrer la cuidad y comer a mis anchas.
Decidí
esa misma noche comenzar. Las primeras pistas eran: un blog, llamado Vagalia y una entrada en particular:
“Las brujas de las gorditas”. El autor se hacía llamar Rafael de Bradomín. Al
ser un pseudoliterato decidí iniciar mi búsqueda en la Wikipedia, el primer
link que me apareció era sobre las Sonatas
de un tal Valle-Inclán. Me di cuenta de que su apellido era sólo un sinónimo de
ese escritor. Después de indagar en su blog descubrí también que lo llamaban de
diferentes modos: vago, peludo, sátiro y en uno, que fue una pepita de oro:
Roberto.
Ya
tenía su nombre y además, el muy idiota había dejado allí su foto –un
estereotipo del intelectual. Tampoco fue difícil averiguar se apellido: Acuña;
y como mi olfato me había predicho era un seudotinterillo, desempleado, recién
licenciado por la UNAM en Filosofía y Letras y que se las daba de escritor –al
menos eso decía en su “profesión” en el perfil del Face… –como si eso pudiera
ser una profesión. Meterme fue fácil, sólo hizo falta poner la foto de una
vieja chichona como de dieciocho-veinte años –casi pedófilo el cabrón– y
mandarle invitación. Son tan obvios los chaqueteros.
Aunque
soy muy duro con él, pero es que en este trabajo te acostumbras a ver a todos
como culpables y a tratarlos igual que a la calaña de todos
los días. En este trabajo no se puede bajar la guardia. Pero tengo que ser justo,
no me contrataron para saber su vida, eso sí sería realmente aburrido. En lo
que quedé fue en averiguar sobre la veracidad de lo que escribió en su
última entrada. Era una tontería, pero el que me contrató también quedó en
pagar los pasajes y todo lo que fuera consumiendo en el transcurso de la
investigación.
No
podía negarme, era un trato muy tentador –y bastante abusivo tengo que
confesarlo. Pues de antemano sabía que eran idioteces las cosas que estaban
escritas allí y en todas sus entradas –al menos en las cinco que leí, la verdad
era demasiada basura para perder mi tiempo allí; además, no como poco.
Después
de la tediosa lectura de “Las brujas de las gorditas” –mal redactada por cierto, según mi hijo, que ha
decir verdad es bastante inteligente, lástima que en México el cuerpo de
inteligencia de la policía es demasiado pendejo. Tiene mucho talento para
desperdiciar su vida en esto. Es mejor que siga con sus estudios en la UVM, que
acabe por fin Diseño, que dicho sea de paso, no me sale nada barato y ya
después veré cómo lo coloco con alguno de mis clientes. Cómo me hubiera gustado
que me diseñara mis tarjetas, lástima que esté a un paso del retiro–, pero
bueno, después de leer la entrada decidí ir al centro –otro de los lugares que
más menciona el autor del blog en varias de sus entradas– para iniciar mis
investigaciones.
Desafortunadamente
estaba lloviendo y ya había cenado; y para hacer una indagación a consciencia
se necesita de mejores climas y un estómago dispuesto. Así que al final no
llegué tan tarde a casa. De todos modos el dichoso “Vago” –que por cierto el
apodo se lo puso otro tinterillo –supongo amigo suyo– que puso un comentario
–hasta eso gracioso el cabrón– que me hizo preguntarme sobre las iniciales de la dedicatoria: ¿Quién
será ella? ¿Tendrá que ver con lo que leo?, ¿de qué forma podría estarlo? En fin,
si es necesario investigaré por allí. Al menos no me pagaron para averiguar
sobre el dichoso “Patidifuso”, sólo lo consignaré como parte de la indagación,
por si más tarde tenga que hacerle una visita.
De
todos modos el tal Bradomín aún iba a escribir una entrada sobre las salsas y
es mejor reunir toda la información posible antes de iniciar la búsqueda. Así
que, como ya tenía trabajo, decidí no ir a la oficina por unos días para pensar
detenidamente en el caso, explicándole al jefe que estaría fuera por la
investigación en curso. Así más relajado, con alguna que otra chela, mientras
mi hijo ve los partidos de la Euro podría pensar mejor sobre todo esto para
resolver en un tiempo adecuado las dudas de mi cliente; y de paso aprovecharía
para disfrutar a mi familia antes de iniciar con el trabajo de “campo”, pues
uno nunca sabe qué podría pasar mañana.
Un entradón (de tan largo). Me sentí hackeado de repente, y no sé por qué un tanto aludido. ¿Así que nuestro Sherlock Holmes conoció la salsa que se escurre en las camisas? ¿Así que la publicación en serie? Yo creo que te están embrujando en el Facebook y te han vuelto invisible, vago.
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