…que el regreso por
la Sierra queretana –no sabía que hubiera Sierra por Querétaro; …que el
espíritu del verdadero mexicano –¿Cuál es el falso?; …que el centro cultural y
que esto y que el otro y aquello –pura pendejada escucho a mi alrededor. Como
dice mi hermana, soy un amargado, intolerante y antisocial.
Yo,
jodido en ti, de ti, por ti, sin ti jodidamente jodido; y triste y melancólico
porque se me ha terminado el café y ha dejado sin cauce a la saudade, enmarcada
en ese sol que parece un gandul de tercero de secundaria; y eso de tener que
pararme y comprar otro me da una soberana hueva, pero precisamente eso hace que
te me diluyas o al menos que no me jodas tanto las jacarandas de la Facultad;
pero esa sensación de vacío que tiene el vasito te arrastra y te revuelca hasta
la jardinera donde estoy aplastado esperando a que sea la hora de entrar a clase.
Lo
de estar aplastado me recuerda lo mucho que me gusta el té, bueno, las
bolsitas, después de tomármelo. Tengo una extraña fijación en adherirlas a las
paredes de la taza o el vaso, me gusta verlas pegadas, deslizándose algunos
milímetros como si fueran una especie aún no estudiada de caracoles o de
babosas. Sobre todo cuando tomo té verde o de limón.
Hacia
mí se acerca un grupo de personas. Ella tiene las manos en la chamarra, aprieta
los puños y jala la tela hacia abajo para que resalte –sin hacerlo tan evidente
(algo de pudor observo mientras la miro y supongo que piensa que una blusa muy pegada
y escotada sería demasiada obviedad)– la justa medida erótica de sus senos.
Pienso en lo que una amiga alguna vez me dijo y sonrío… Sus senos se dan como
un huerto cerrado y una promesa cifrada en el susurro de la ropa lamiéndome las
babas de la mirada. Ella, con una sexualidad y meditada indiferencia pasa de largo; por un momento olvido la saudade y el vaso vacío, pero al
irse la playa queda más sola que de costumbre.
Alguien
más entra, por más que me concentro no puedo saber si lleva o no perfume,
tampoco distingo su olor. Nos vemos y baja la mirada y enseguida le habla a su compañera.
Pero hay duda en sus pasos, entonces, para tratar de evitarla, de enmascararla,
pone más ahínco en cada pisada, como si fuera un soldado se acerca hacia mí, la
vuelvo a mirar y la fragilidad de su avance se afirma en esa marcialidad nerviosa, tan crecida que trata de negar sus escasos dieciocho-veinte años.
También la veo alejarse. Mi cuerpo es una Diana tocando en mi corazón.
Un
hombre, después de dejar a una mujer a dos jardineras de mí, se arregla el pelo y sonríe; le fue bien –eso piensa. Baja los
pocos escalones que llevan hacia la biblioteca. Su paso es confiado, ¿pensará lo
mismo al ver a la chica besar a alguien que llega?. Quizá lo sabe, pero tal vez la
siente cerca de caer en sus dientes –le falta un buen odontólogo. ¿Pensará que
lo engañará con él? Yo veo ese beso y la manera en que ella se levanta agradecida a abrazarlo. Sale de la Facultad sin salir de ella, como si de pronto todo a su alrededor se desdibujara. Yo mismo siento que me desvanezco al mirarlos. Por fin se deciden a dejar la Facultad -lo agradezco, porque todo vuelve a tener peso y sentido, incluso yo.
Quizá el hombre que entró a la biblioteca haya puesto esa sonrisa por necesidad, como una máscara ante ese rechazo que nadie podría saber o interesarse en éste. Pero, ¿quién no piensa que su vida es más importante que la de cualquiera, como si todos estuvieran observando y juzgando hasta el acto más nimio de nuestras vidas? Lastimosamente es precisamente la sonrisa lo que me hizo querer indagar en la suerte que tuvo…
Quizá el hombre que entró a la biblioteca haya puesto esa sonrisa por necesidad, como una máscara ante ese rechazo que nadie podría saber o interesarse en éste. Pero, ¿quién no piensa que su vida es más importante que la de cualquiera, como si todos estuvieran observando y juzgando hasta el acto más nimio de nuestras vidas? Lastimosamente es precisamente la sonrisa lo que me hizo querer indagar en la suerte que tuvo…
También
este cuaderno es una máscara, quizá para varios sea una pose de mamonería, sobre todo en la Facultad de Letras –pero
de nuevo, ¿quién estaría al pendiente de mí?–, quizá lo sea; pero también es un
vano intento, como concentrarme en el vaso vacío, para evitar pensar en lo jodido que
estoy por ella, al menos no se llama Jacaranda. Bueno, compraré un café y subiré a
clase, ya es hora…
jajajajajaajajajajaja y quién estará al pendiente de tí??? ooops...
ResponderEliminarAlguien dijo en un blog análogo que las obsesiones se vuelven poetizables. Recuerdo años de la Facultad (otra facultad por cierto)con las piernas colgando de una barde y tres jóvenes buitres a la caza de carne. Ahora el mayor de ellos se siente observado mientras toma notas y le da forma en unas líneas a su obsesión de siempre. :)
ResponderEliminar