Una pasión empieza
siendo algo inocuo como el gusto por el chocolate o por los tutús o por las
piernas de las bailarinas de ballet. Pero no sabemos de ella hasta el momento
en que es demasiado tarde, en que sentimos la voluptuosidad, la gula, el placer
donde otros ni siquiera se lo imaginan o no con el mismo grado de intensidad.
Un aficionado a la ópera no es el mismo que un apasionado, éste sabe de
historia operística, de cantantes, de interpretaciones, de compositores, etc…
Para resumir, emite un juicio sobre lo que escucha y lo que ve que va más allá
de un me gusta o no me gusta.
Ciertamente,
la masturbación o el sexo podrían considerarse erróneamente una pasión. Pero
pasión quiere decir entendimiento, búsqueda, estudio; y el onanismo o el sexo,
al ser algo necesario para el organismo, no precisan de un aprendizaje
especializado.
Quizá
tengamos talento o estemos dotados para ello, pero éste si se quiere llegar a
perfeccionar se tiene que trabajar día a día. El conocimiento del cuerpo,
incluidas sus partes erógenas es una materia bastante compleja y extensa, una
prueba de ello es la yoga tántrica, que no se reduce –como se cree
mayoritariamente en occidente– al sentido sensorial y sensual, vaya, al saber
coger. El tantrismo, para no profundizar más, es una forma de llegar a la
divinidad a través del conocimiento y dominio del cuerpo.
La
adicción, tampoco se puede considerar una pasión, porque nos niega, nos reduce
a la codependencia, no vamos a ella libremente, sino por la necesidad creada en
el cuerpo. El goce se diluye por la avidez del organismo a la droga, apaga los
sentidos, los confunde, la razón es anestesiada. Una cosa es usarla como
experiencia mística o religiosa, como búsqueda interior y exterior y otra por
la adicción que nos ha causado. Cuando se depende de ella, el yo se diluye, los
caminos se apagan, los sentidos simulan estar en todo, aunque la realidad es
que no están en nada. Una pasión es todo lo contrario, ésta es consciente, se
disfruta o se trata de gozar por entero, siempre se quiere conocer más de ella
y termina afectándonos y definiéndonos, su visión que nos crea se impone en
todo nuestro entorno.
La
comida o ciertas bebidas como el café; el cigarrillo, el afán coleccionista,
ver series de televisión o ir al cine o buscar un rostro hermoso cada día e
intentar no olvidarlo jamás, pueden convertirse en una pasión. Ésta, cuando es
verdadera, viene acompañada de un afán totalizador de la experiencia. Se
ejercitan y se ponen los cinco sentidos y nuestro entendimiento en aquello que
nos arroba.
El
apasionado atraviesa los límites sabiendo que los atraviesa; se pone cadenas con entera libertad; es consciente del peso de los
grilletes, pero sabe que es el justo por paladear de ciertas experiencias sólo aprehensibles
para los iniciados.
Ejemplos
sobran, como descubrir en el café esas notas de sabor y olor que hace diferente
cada taza y que su adquisición fue solamente posible a través del tiempo y el gusto por la
bebida; al igual que escuchar ciertos instrumentos y la manera que copulan con otros en
una pieza musical. Aquel que roba libros también es un apasionado, porque no
sólo sabe el valor de la lectura, también la del libro como objeto de arte.
No
importa el riesgo, una pasión, es una pasión, cuando se adquiere muy
difícilmente podremos librarnos de ella. Como decía un personaje en la película
El secreto de sus ojos: una persona
puede cambiar de vida, de religión, de trabajo, pero nunca, nunca de pasión.
Entre más se razona, ésta se integra a nuestro ser, consciente e
inconscientemente.
El
caso extremo es el sibaritismo, la sublimación de ese placer. Pero el riesgo es
alto, pues, por lo regular, implica, en primera, una mayor cantidad de dinero;
en segunda, una insatisfacción por todo aquello que no esté al nivel de nuestro
refinamiento. Por ejemplo, uno de los grandes sibaritas de la historia fue Proust, éste contrataba un cuarteto para que le tocaran una y otra vez
cierto movimiento de una sinfonía.
El
placer, al depurarse, se vuelve más complejo. Ya no satisfacen las mismas cosas
que al principio, pero se comienza a disfrutar con mayor amplitud y agudeza lo
que nos apasiona, abriendo las puertas, incluso, a sensaciones más complejas e
irrepetibles.
Claro,
que si uno sigue este camino puede terminar confinado, por voluntad propia, en
su habitación –depende mucho el placer que pula–, pues el mundo exterior podría
llegar a perder significado, a no coincidir más con nuestros gustos e intereses.
La
lectura y la escritura son un riesgo grande cuando se convierten en pasiones,
pues una cabeza reducida o simplemente más pequeña de lo normal me recuerda a
Monterroso –al igual que ciertos partidos políticos; un conejo, un sillón verde
y una pareja huyendo de una casa a Cortázar; un jardín, una frente amplia, una
persecución que no termina nunca a Borges; una biblioteca, el cerebro de
Alfonso Reyes.
Sería
farragoso citar a lo que me remite cada cosa, ya son tantas que a veces pienso
que todo ha surgido de la literatura, que no hay cosa, por mínima que sea que
no haya aparecido en alguna de las páginas que he leído y si no puedo
recordarla, allí estará perdida en alguna página que no me ha tocado leer y
quizá nunca lea.
Y
si a esa pasión por la lectura se le suma la de la escritura, el riesgo es
descomunal, pues no puedo dejar de pensar historias, soluciones, caminos, finales,
personajes, imágenes, descripciones en cualquier lugar que me encuentre. Trato
de saber qué piensa el de al lado, qué pasará por la cabeza de aquella otra que
no alcanza a subir al metro y en su mirada –imagino– que a causa de esos
segundos por los que llegó tarde se le ha cerrado para siempre el mundo.
La
realidad ajena a nosotros, en este caso, puede perder significado o estar
supeditada a la ficción. Para mí, la mayoría de las veces es más importante
saber qué puede surgir de mi cabeza sobre una hoja de papel que salir a la
calle.
Puedo
engañarme o inventar mil y un pretextos, pero la verdad es que últimamente
prefiero perderme en la infinidad de mundos, historias, descripciones,
personajes, mitos y avatares que me ofrece la literatura que los azares –y me
refiero sobre todo a las mujeres– que pueda encontrar a la vuelta de la esquina.
Pero, cuando he pasado varios días sin salir tengo que tener muy presente esa frase que Borges, quizá escribió para mí: todo encuentro casual es una cita; para darme ánimos de salir al menos por un par de horas.
Pero, cuando he pasado varios días sin salir tengo que tener muy presente esa frase que Borges, quizá escribió para mí: todo encuentro casual es una cita; para darme ánimos de salir al menos por un par de horas.
Me agrado Acu;a bien bien jajaja slds canijo
ResponderEliminarAy sí, ay sí me chulean un ensayo y ya quiero experimentar en el género. Además, bien a lo Montaigne, terminas hablando de ti. Aunque fue la parte que más me divirtió, recordé una voz un poco pasada de cerveza que decía: "es que ustedes sí viven la Literatura"...
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