No
nos hagamos, ni usted, ni yo, ni sus hijos seremos nunca felices. No podemos
serlo, es contrario a nuestra humanidad de colmillo y mortaja, a la suciedad y
al polvo que se van acumulando en el mundo.
Lo
que necesitamos es aprender insignificantes trucos de magia; crear, para
nosotros y los demás, la ilusión de poder ser felices. Necesitamos vivir en
el engaño, creerlo con tanta rabia que en algún momento podremos morder la
vida misma con esa ilusión, hacerla, porque así lo creemos, verdadera.
Aunque
a decir verdad, yo no entiendo la causa del querer ser felices. ¿para qué serlo
si se vive tan bien siendo un cabrón y un descastado? Que como dice Bonifaz:
habiendo viejas pinche Pelona me das risa. La felicidad es, nunca se está
siendo, es inmóvil, un ojo sin párpados. Es estar –y no hay cosa más asquerosa-
en la sola contemplación de ella misma, babeando… No, no es cierto, sin baba,
nada de babas porque todos los fluidos de los que estamos compuestos van en
contra de la redomada perfección de la felicidad. Todas nuestras excrecencias y
excreciones son un exceso, una brusca manera de exponer nuestra corporeidad
maltrecha e inacabada.
La
felicidad, escúchelo bien, no se excede jamás, es un equilibrio de formas donde
el vaso está lleno y no le sobra ni le falta una gota de agua; o es, pensando
en uno de esos poetas que se la jalaban demasiado -ése que hablaba de diablos y
de putas-, un vaso vacío, sólo un vaso que se mira a sí mismo, que sólo ve los
contornos cristalinos de su propia existencia.
Dante,
que no sabía nada más que de su Bety, pensaba más allá de su Bety, hasta que
los peditos de ésta, su mal aliento, los berrinches propios de su edad
desaparecían por una claridad que cegaba todo bulto, todo rasgo de
individualidad en la niña. Para estas personas la felicidad brilla en algún
lugar de la nada, donde uno podría estar allí no' más, en la felicidad –jamás
siendo felices, porque la felicidad carece de movimiento.
En
sus fueros no haría falta contemplar el mundo, indagarlo, sólo sería necesario tener
los ojos vacíos para que sean llenados de la más hermosa luz y no de otra. La
felicidad no permite un brillo propio, individual, porque lo distinto es
imperfecto, lo otro nos muestra una parte que no conocemos de nosotros mismos o
de la cual simplemente carecemos, y esta
carencia rompería el círculo perfecto de lo que Borges llama la felicidad, de
la que nunca nadie podría escribir.
Las
diferencias nos hacen tener distintas cualidades y la felicidad es monótona,
monocromática, es una. Y cómo poder asirla si nosotros pensamos –algunos más
que otros-, si nuestra individualidad es un proceso que inicia y nunca termina, siempre estamos haciéndonos -si usted gusta póngase el adjetivo.
Para
ser felices, pero felices, felices de verdad, necesitaríamos ser eternos, y
para nosotros, seres contrahechos –ciertamente unos más que otros-, desnalgados
y peludos –en mi caso particular, tampoco se sientan aludidos-, es imposible serlo. La carne se pudre, la
mente es un avispero siempre en pugna; el deseo, en mi caso, es un oso
lamiéndome los huevos –ya cada uno escogerá su bestiario particular-; la voz, una flema en la garganta; y no hablemos cuando
se llega a la vejez, pues nada de perfecto hay en esta etapa, pues es allí
donde sentimos más el deshuesadero que somos. Lo corporal nos sienta en su…, pues
éste es un trono de dolor, un resquebrajadero que tenemos que volver a levantar
día con día hasta el momento en que sea imposible. No, no, no, el cuerpo humano
–por estar atado al tiempo-, y la mente –porque tenemos sueños y deseos- no son
aptos para la perfección, para la redondez única de la felicidad.
Mire
usted, para serlo necesitaríamos arrancarnos el hormiguero de la entrepierna,
la rata, la víbora y el cerdo que anidan en las manos, la cabeza y el estómago;
y el mandril que desesperadamente extiende su lujuria bajo nuestro pecho, que
se coge segundo tras segundo a nuestro corazón-alma-depósito de pureza y buenos
deseos-receptáculo de inmaculados pensamientos-hostia amasada por la baba y el
semen de nuestro señor padre, etc.,
etc., etc.
Como
ve, es imposible. Es más, el propio lenguaje es imperfecto, siempre está en
constante cambio, cómo definir a la perfección tal o cual cosa, cómo llegar a
plasmar en una charla lo que pensamos con exactitud, es más, muchas veces ni
siquiera decimos lo que pensamos. Quizá la simulación, la máscara sea uno de
los medios de crear el engaño de la felicidad. ¿Ustedes cuántas tienen?
Pero
si me quito la máscara, qué me queda. No sin pena confesaré que si hablo a
calzón quitado es precisamente ese movimiento lo que me da goce, bueno, siempre
y cuando una señorita acomedida me lo quite.
Si yo pensara en términos de felicidad o al menos sobre un estado en que
me encuentre a la perfección: en guerra y paz con el mundo; éste sería el estar
empiernado; y mire que para imperfecciones, frustraciones y sufrimientos
padecer por las voluptuosidades ajenas, por esas mujeres que sólo vemos pasar
muy lejos de nuestra vida es vivir como un condenado, como un demonio en pena;
pero como dice Lope, de serlo jamás arrepentirse. Porque uno necesita arder
como la vela y consumirse y hacer torres de arena, porque necesitamos
sentirnos, necesitamos morir a cada segundo porque si no de qué forma podríamos
renacer.
Y
si voy a sufrir prefiero que sea por la tierna y triste certeza de no tener, al
menos por unas horas, la dicha de que alguien comparta su cuerpo conmigo –y si
me pongo melosón, su “alma”-, si voy a sufrir será en los infiernos que yo
mismo me he creado; jamás lo haré por ser pobre o por tener que levantarme
temprano y tomar el metro en horas pico; tampoco porque no pueda adquirir x o z
objeto. No, no sufro por un resfriado o por ser más pendejo que usted; así
nací, cuál es el caso de frustrarme por cosas que no tienen la menor
importancia.
Si
voy a sufrir que al menos sea lo más placentero posible, que el dolor sea caritativo,
como ese “dulce lamentar de aquellos pastorcitos” de Garcilaso; y me permita,
al menos, que encamado o en el onanismo de la escritura, la imaginación y el
recuerdo forjen un placebo de placer, que el deseo tienda la obscuridad que más
le acomode.
Que
cada uno sufra a su modo, pero que sufra a gusto, porque sólo así estaremos en
movimiento, buscando, deseando. Sólo por su gracia conoceremos lo que es tener
el cuerpo abierto, con las vísceras y las secreciones a flor de labio,
conoceremos esos infiernos que son necesarios conocer porque de sus hielos
beberemos el agua de la vida.
Hay
muchas razones para ser infelices, nosotros mismos somos el arquetipo de la
imperfección, porque la imaginación es un arma de doble filo, pues nos hace
contemplarnos a futuro, de construir una imagen que no se adaptará nunca a nuestra
realidad: ni yo tendré menos pelo ni podré, desgraciadamente, pasar revista a
cuanta niña vista y calce regular. Pero es precisamente eso lo que también me
hace feliz, el imaginar que es posible, el verme a futuro desnudo y rodeado de
miles y millones de tiernas y pequeñas lengüecitas que mojan mi cuerpo y se
llenan de los billones de vellos de los que estoy tan bien nutrido.
Lo
que ustedes necesitan es aceptar, como dice mi amigo el Bonifaz, el caldo gordo
de sufrimiento que nos toca en suerte. Porque de allí tomaremos la energía
necesaria para seguir luchando y amachándonos en este mundo.
Sufrimos
porque deseamos, porque muchos, sino todos, tenemos un diablillo que llamamos
sexo, un Pantagruel que nos escose, que nos anega las venas y las arterias de
sal, que termina por hincharnos el falo, por pudrirnos la mente en ese
hervidero de lascivia por el cual, del mismo modo, fuimos engendrados.
Sí
señores y señoritas, sí, el amor o el deseo, etc., es un estiercolero en el
cual sembramos nuestras mejores flores. La pureza nace de la más grande
podredumbre, nunca se les olvide. El sudor, la saliva, el aliento, los pujidos,
el semen, la sangre, los jugos vaginales, la mierda es lo más humano y bestial de
nosotros, lo más íntimo, lo que tratamos de ocultar con la ropa, con el baño,
con el silencio o el recato, pero es únicamente a través de lo corporal que
podemos llegar a ser felices, a sentirnos verdaderamente; y si usted lo desea,
trascender la propia carne en una entelequia amorosa que en última instancia
fustiga aún más la espina de la carne, las babas y los pujidos, para poder
seguir sustentando su utopía.
Si
alguien nos gusta, si le sonreímos, si tratamos de verla es porque la
quisiéramos ver desnuda, es porque necesitamos clavarle toda nuestra
genealogía, chuparle todos los adjetivos que tiene entre esos médanos que ya ha
poetizado tan bien Eduardo Lizarde; porque nuestra felicidad, o ese engaño
colorido que llamamos felicidad, está en tratar de completar esa mutilación que
llevamos como marca de nuestra humanidad. Sólo en el otro, que también es un
ser incompleto, podemos llenarnos y llenarlo por un breve instante, cerrar el
círculo que pronto se volverá a abrir, y está bien, debe ser así porque sólo
así tendremos la oportunidad de volver a apretarlo aun con más fuerza.
Necesitamos
nuestra dosis de sufrimiento, necesitamos no parar de sufrir, porque éste nos
obliga a movernos, a buscar una manera de seguir respirando. Necesitamos esas
mujeres de Tablada, las de la Quinta Avenida, que se encuentran en los salones
de clases, en el cine, en la panadería, en el transporte público, en el trabajo,
en el bar, en el café que frecuentamos; las necesitamos tan cercanas a nuestros
ojos y tan lejanas de nuestra vida, porque hacen posible la poesía –eterna
insatisfecha-, aguijonan el deseo, que es imaginación, que es vida, movimiento;
porque, dígame usted, ¿qué sería la vida si no pudiéramos imaginarla a nuestro
antojo, menear un poco a la putilla de rubor no tan helado ?
Por
ejemplo, que sería si no pudiéramos imaginar alguna de esas señoritas, puede
ser una rubia o quizá una pelirroja o una morena, de ésas como la suerte,
turgente, dadivosa que hace ver a mis manos, allá tras lomita de su carne,
chiquitas, chiquitas…, Usted disculpe la digresión…, como decía, si no pudiéramos imaginarlas tumbadas junto a
nosotros o al menos sufrir en el deseo de no tenerlas qué sería la vida, qué la
felicidad al verlas de repente y saber de antemano que no podremos decirles el
más sagrado y criminal de nuestros deseos, que tan bien expresa Tomás Segovia:
Pero, ¿cómo
decirte el más sagrado
de mis deseos, del que menos dudo;
cómo, si nunca hombre alguno pudo
decirlo sin mentira o sin pecado?
Este anhelo de ti feroz y honrado,
puro y fanático, amoroso y rudo,
¿cómo decírtelo sino desnudo,
y tú desnuda, y sobre ti tumbado,
y haciéndote gemir con quejas tiernas
hasta que el celo en ti también se yerga,
único idioma que jamás engaña;
y suavemente abriéndote las piernas
con la lengua de fuego de la verga
profundamente hablándote en la entraña?
de mis deseos, del que menos dudo;
cómo, si nunca hombre alguno pudo
decirlo sin mentira o sin pecado?
Este anhelo de ti feroz y honrado,
puro y fanático, amoroso y rudo,
¿cómo decírtelo sino desnudo,
y tú desnuda, y sobre ti tumbado,
y haciéndote gemir con quejas tiernas
hasta que el celo en ti también se yerga,
único idioma que jamás engaña;
y suavemente abriéndote las piernas
con la lengua de fuego de la verga
profundamente hablándote en la entraña?
Regresé a esta entrada mientras escribía la mía de esta semana, pues tenía ganas de aludir a esta tuya tan sólo en el título. Sin embargo, paso los ojos por ella y me voy dando cuenta de los vasos comunicantes que tiene con el poema que me diste a leer, y con mi entrada de Colonia Plenitud (la charla de Memorias influyó muchísimo) y la que estoy escribiendo ahora, Y a pesar de todo, en el fondo hay una divergencia enorme en nuestros modos de contemplar las cosas, a pesar de las charlas, las lecturas recíprocas, la formación. Es impresionante. Parece que tuviéramos disitntas respuestas para las mismas preguntas, preguntas necesarias para nuestro tiempo, para nuestra vida, para la la voz que intentamos formarnos. Salen en ellas nuestras obsesiones, nuestra forma particular de ser. Ya habías impresionado a mis amigos con esta entrada que leí, pero confieso que no había leído con atención. Sospecho además que si le he encontrado cosas nuevas ahora que vuelvo a ella, es porque como el río o las llamas de Heráclito (pinche mamón, pero me gusta la imagen) es un texto que deviene, es decir, un texto que vale la pena seguir leyendo. Es también, si no me equivoco, todo un planteamiento poético, al menos de esta etapa tuya como escritor. No quiero hacer más largo el comentario que la entrada. Un abrazote, peludo.
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