domingo, 29 de mayo de 2011

EL ARTE DE LA FUGA


Como la ropa amontonada en el suelo, como las cobijas desterradas del colchón; así, exiliado como la noche, amanezco y no encuentro en la mañana huellas de mi sueño, de lo feliz que fui y que no puedo recordar.

Y me pregunto si en verdad era yo, si no era solamente ese narrador que va contando las cuitas de otro, ese lector que se emociona con las peripecias del héroe y las siente suyas, son suyas porque en su cabeza, don Juan, Portos, Odiseo tienen su rostro; su cuerpo vibra como si él mismo bajara de esa torre dejando temblando entre las sábanas a la dicha consumida y consumada; advirtiendo en su propia respiración el peligro de la próxima aventura: la persecución, la lid, la temeridad expresada en palabras y en acciones dejando la frase memorable, el epitafio preciso de esas horas, de un único instante que serán el santo y seña de su inmortalidad.

Pero al abandonar esos mundos poblados de deseos cumplidos, al sentir la luz rompiendo la serenidad de la ventana hasta violentar mis párpados, abrirlos a la fuerza como esos rufianes que aprietan y agitan los brazos de tantos huérfanos de Dickens imponiendo la nieve y la neblina de su desesperación, así el amanecer me despierta, me deja a la intemperie de la cama, de mi cuerpo sin abrigo, desnudo, incapaz de entender si quiera la interrogación que le impone cada día la vigilia; el mirarse como no creyendo que aquello que ve soy yo mismo; yo como un asta bandera sin bandera, igual a la que miro desde mi ventana, erguida en su soledad sin sentido, pero con la frente en alto, ignorándolo todo, a mí mismo, pues no puedo formular una pregunta y quizá ni siquiera es la primera ni la más importante de las muchas que puedo hacerme para lograr, al menos un poco, hacerme habitante de este mundo.

Y entonces me doy la vuelta y dejo el reflejo de mi espalda en el cristal de la ventana como mi retrato más fidedigno, como mi respuesta a esas horas que han terminado por despertarme; y entonces, vuelvo a la habitación buscando el sueño o al menos la negación de ese mundo que me espera y ya me empuja a bañarme, a vestirme, a desayunar, a leer e intentar perderme en alguna de esas historias para ser otro, para cambiar mi vida por la de alguien más, porque yo hace mucho que me busco en alguno de esos laberintos que leo, imagino o he soñado.

sábado, 21 de mayo de 2011

EL SUEÑO DEL DESEO


Es noche y quisiera sacudirme algunas ideas, pero tengo miedo de la verdad o de las posibles y maltrechas verdades que siempre son una mentira a medias, un simulacro del dolor, de la miseria de la vida que siempre nos toma de improviso. Porque seamos sinceros, quién puede hablar de verdades, de certezas, cuando el mismo tiempo, en el espejo, nos va desdibujando, nos niega un gesto y después otro y luego otro, y al final nos sorraja la manera de sonreír, la seguridad con que antes nos peinábamos con descuido, como por negligencia.

Veo en el vaso la gracia con que los hielos hunden su desnudez en las humedades del whisky, veo las huellas de mis dedos sobre el cristal como las de un fantasma que no puede dejar de tomar y sin que lo vea va bebiendo de mi mismo vaso; recuerdo el líquido fustigando mi garganta, pero hoy no, hoy no quema, hoy sólo es ese escozor en la lengua por querer decir algo, por el mero gusto de mentar, de abrir un sendero hacia las lágrimas.

Suena una canción en silencio; ahora, "el mariachi" de Bonifaz, el triste, el abandonado, el que estira una mano y no hay nadie que la tome y yo quisiera estrecharla, pero de qué le serviría mi mano, la miseria que quizá sólo yo me creo, hablo del de antes, no el de ahora que se mira desencantado de todo, que bebe, no para mitigar un dolor sino, por mera costumbre, la misma que tiene la sombra de nosotros, nuestro viejo traje de emperador.

Pero yo quería hablar de verdades o de esas mentiras que me creo como ciertas, que me funcionan y me conforman y ya son parte de mi piel y de lo que por pereza llamo alma, como suspirar por nadie, como enamorarme a lo idiota de una imagen que forma el agua de los sueños y que sólo basta un piquete de mosca, un rechinar de puertas, una luz para destruir el espejismo, la plenitud del amor; esa búsqueda que quizá sólo en el sueño y en la imaginación –tal vez- por fin se sacia; ese deseo que ha dejado de serlo porque ha alcanzado la totalidad en su irrealidad y desconoce por fortuna su soledad y la carencia de su nombre, porque como dice Cernuda: el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.

Y la respuesta es lo que perdemos al despertar y tenemos que volver armar desde el principio, desde los huesos hasta que vuelva a encarnarse, hasta que tenga sed por buscar esa verdad, esa sinceridad que siempre es una máscara que se niega, que se pretende no tener o al menos se intenta quebrar; pero irremediablemente nos sostiene, nos mantiene a flote, sobreviviendo por encima de los espejos, del alcohol; a través de las incógnitas y los azares del sueño y del deseo.

sábado, 14 de mayo de 2011

EL VACÍO DE NOMBRAR


Hay palabras que pesan, sustantivos que adjetivan la realidad, una realidad que quizá no interesa comprender, racionalizar sino vivirla; es como ponerle una pijama azul o rosa a un recién nacido o pintar todos los amarillos de canarios.

Como novio, amante, esposo, padre, madre o amigo hay palabras que realmente me oprimen, como si tuviera un papel determinado en alguna puesta en escena, sin poder aflojar la corbata o la sonrisa; como si el mero título ya predispusiera el tipo de mirada, la rapidez de las pulsiones: pues a un amante le debe de hervir forzosamente la sangre y al amigo es imposible encontrarle en la saliva la lujuria.

Es cierto que sería imposible vivir en una sociedad en donde el acto de nombrar estuviera vedado; pero creo que decir rosa no es describir a la rosa, aunque la palabra las abarque a todas como decía Borges; pues al menos para mí, nombrar es respetar esos espacios en apariencia vacíos: el silencio, las sombras, el aire justos para no ahogar al objeto o al sujeto. Pues es el misterio, el azar los que muchas veces nos van dotando de ciertas expresiones, rasgos, distintos modos de movernos, de hablar o quedar callados; como la luz a determinadas horas bañando el alumbrado eléctrico o la cabellera de una mujer.

Por ello trato de evitar ciertas palabras que coartan el impulso de transformación; esa voluntad de ser que es intrínseco al hombre y siempre es voluble y volátil; si me apoyo en ciertas columnas prefiero que sean las salomónicas humeantes de Ortiz de Montellano; y si voy a degustar un buen vino y un buen queso necesito tener el paladar inspirado, pues el vino es como la boca femenina o como el tacto de la lengua entre los pezones: siempre cambiante, siempre otro; aunque el gusto por la embriaguez sea uno sólo.

Nunca hay que olvidar que los caminos para llegar al goce son siempre distintos y mutables y muchas veces carecen de palabras o su definición está en la indeterminación, en ser más sombra que cuerpo, más orgasmo que alma o más deseo que realidad. Pues un hombre a veces es mucho más por el cigarrillo entre sus labios que por su propio nombre y el cigarrillo es más por el humo que por el papel arroz enrojeciéndose lentamente sin importar la marca de la cajetilla; y esa asociación de elementos dejan de ser un rostro y un cigarro para convertirse en el retrato de la espera, en una de sus acepciones.

martes, 3 de mayo de 2011


Aspira, una, dos, tres, aspira. No, nada, no quiero, que se queme, que arda dentro, que no salga; no, no, no. Para qué, adentro, nada más adentro, más adentro que se pudra, que golpeé los pulmones, que los hinche, que los abra, que se quede. Que no asome aunque las venas estallen. No, sin salida, no quiero, que la convulsión no siembre sus raíces en mi pecho, que no ladre en mis ojos.

No, me niego, me niego, si he de quebrarme que sea, pero en silencio, donde yo mismo me ignore, donde no me sé ni me sepa, donde no tenga rostro. Si va a ser, si es imposible decir no, que sea dentro del aliento, muy en su fondo, en esos animales de leche, en esos espejos por quebrarse, en esos colmillos sin carne y sin hueso.

Si ha de ser, si no puedo evitarlo, que sea en la nada, donde yo mismo no haya sido, donde no exista más que como posibilidad y no en esta certeza que no puede, que se resiste, que mantiene apenas su no, su ya basta, su ya, su piedad, sus labios con apenas nada; y de lágrimas digo que no, deshecho que no, de alma que no y no, no...

No, imposible, no puedo y es el mundo, el griterío de la vida, la derrota, estas calles, cada uno de los reflejos de mi rostro, cada una de las sombras que me siguen, que me tragan quienes prorrumpen en no, que no, que no y no...