sábado, 24 de diciembre de 2016

FELIZ NAVIDAD




Soy un completo cerdo, soy tan cerdo que hoy me puse una camisa rosa, me iría desnudo a la cena de navidad si a nadie le importara ver a un cuerpo gordo entregado completamente a la grasa y a los azúcares. Pero a todos nos da asco la desnudez gratuita, cientos de años de evolución y cultura nos han alejado de nuestra verdadera naturaleza.
Quisiera decir que no me importa en absoluto mi físico, no es cierto, me gustaría tener el cuerpo nervudo, musculoso, pero mi debilidad es demasiada. ¿Ejercicio? Sí, debiera. Tengo tiempo, es cuestión de organizarse, pero qué difícil es hacer algo cuyos beneficios no son perceptibles hasta unos meses, años después.
Todo lo queremos rápido, aquí y ahora, ése es el credo de nuestra época; los placeres culinarios, las drogas, la cultura, la manera de integrarlos a nosotros cumplen con ese manifiesto de lo instantáneo. Los sentidos viven en el presente, en la inmediatez. El bienestar, en cambio, se va construyendo, así el amor y sus memorias; no la sexualidad, ésta última es sensorial, es instante que se disfruta al ser devorado, como los pasteles, como un corte de carne, como el vino de doce años que en un segundo no es más que una botella vacía.
No me importa el proceso, mientras yo no lo sufra, mientras no tenga que trabajar en ello, invertir mi tiempo y mis energías. Me gusta vivir en un mundo ya hecho, fui ahormado a lo que la industria culinaria, textil, cultural…, me ha impuesto. Vivo en el marasmo, en la total dejadez, abro la boca y trago y no me pregunto de dónde vienen estos jitomates, qué tipo de endulzante es aquello que es tipo chocolate y no chocolate, el cáncer es dulce al ser ingerido.
Nuestras necesidades son más que los satisfactores que hay en la naturaleza, no alcanza la flora y la fauna para satisfacer millones de estómagos, poco a poco encajamos el diente al tiempo, tratamos de acelerar las semillas, de hacer más grandes a los animales, boicoteamos al mundo y lo volteamos de cabeza, lo agitamos hasta que quede igual de trastornado que nosotros.
¿Cuántos químicos nos metemos por propia voluntad, cuánta violencia hincamos a los otros animales que habitan este planeta? Somos unos cerdos ―  término que tiene muy poco que ver con la especie animal, y más con los significados culturales que le hemos clavado a la palabra “cerdo” y con la cual etiquetamos a otros hombres igual de cerdos que nosotros. Nos merecemos el destino de esos pobres animales. Mi deseo es que seamos la próxima raza en ser exterminada de este planeta. Es por amor, entiéndanme, amo la vida, toda, somos una fracción apenas de ella, no somos la vida, no somos el amor, el amor nos desposee de todo y posee todo, la vida es esto y es también la mosca que intenta vivir sus veinticuatro horas, su mínima eternidad sin sospecharlo siquiera. ¡Qué van a entender!, si sólo son palabras escritas para nadie, y la escritura en estos tiempos goza de un descrédito sin precedentes, el lenguaje ― de lo poco que nos hace realmente humanos, junto con todas las manifestaciones artísticas del planeta―   ya no nos expresa, no somos ya nuestro vocabulario, Nietzsche; somos todo aquello que no poseemos, somos hacia el porvenir, nunca un presente, el presente no lo habitamos, vivimos en la desmemoria de lo que somos, somos para alcanzar la última actualización de nuestro firmware, somos el siguiente modelo, y es tan raudo el tiempo, lo hemos embrutecido de una manera vertiginosa.
No podemos ser bondadosos, no tenemos la capacidad de vivir en equilibrio con los demás, hemos roto todos los ciclos de la vida, somos la mano de la muerte, un instrumento de aniquilación que terminó por descomponerse y no hay nadie quien lo pare. Arrasamos bosques, lagunas, mares, ecosistemas enteros, y pensamos que es por nuestra sobrevivencia. Cuando no quede nada en pie, cuando no existan árboles ni frutos ni las hormigas ya sean, qué será de nosotros, qué paraíso querrá resguardar a tanto nido de víbora, a tanto veneno en conserva.
Vivimos en la gratuidad del odio, no hay un sentido para ser brutales y lo somos. Si algo nos une con el resto del mundo es la violencia, la guerra es lo que nos hermana, el dolor, lo dijo Kundera, no yo. Nuestro equilibrio está en el desequilibrio del terror, en el temor de que mañana caiga una bomba en nuestro vecindario o que el que se siente al lado de nosotros en el transporte público nos apuñale ― algo que es muy común en cualquier parte del mundo, no se necesita ser bilingüe, no se necesita conocer a otro hombre en la parte más alejada del planeta para saber que éste sabe de violencias: las ha padecido o las ha inferido. Eso nos hermana.
            Feliz navidad, mis hermanos, mis semejantes, lancen sus balazos al aire, emborráchense, golpeen a sus hijos y mujeres, perpetren un atentado contra la humanidad mientras nosotros brindamos y volteamos a otra parte, quizá una bala perdida, una contingencia alcohólica, una reyerta entre borrachos, un hasta aquí y una cuchillada sean mi regalo y un regalo para este pobre mundo. Felices fiestas.