lunes, 25 de diciembre de 2017

FUEGOS ARTIFICIALES


Se ha comido pavo o lomo y romeritos, se han dado abrazos, desde la noche explotan los cohetes y el miedo despelleja a los perros. El cielo está en guerra, ¿qué otra cosa es la felicidad sino ese intento de lograr alcanzarla a costa de quien sea?
Abro la puerta y el frío es el hijo desnaturalizado de uno que nació más al norte, más polar y seco. Acá no se siente el brío, ni la desesperanza de estar afuera y la esperanza de pronto llegar a un lugar, a cualquiera.
Hay niños y no tanto encendiendo las sonrisas con pequeñas destrucciones, ¿para qué sirve un cohete, unos fuegos pirotécnicos que no echan luz, sólo violencia, un rugido que destempla el equilibrio, las armonías del espacio y del tiempo? Pero es cierto, hay novelas, canciones, poemas que hablan de ello: existe una sed por la destrucción y es tan humana que no la conozco en otra especie. Tenemos el poder y lo ejercemos con violencia, no hay prueba más definitoria y concluyente que un golpe, que un knock-out, o un cohete lanzado para nadie y para todos.
El perseguidor y el perseguido es un juego que inventamos nosotros; el ratón y el gato no juegan, ellos cumplen un ciclo, una eterna dependencia de presa y cazador. Nosotros jugamos a matarnos, a herirnos, a veces lo conseguimos y la jugada nos sale cara: Manos amputadas, rostros desfigurados, carne chamuscada, un asesinato inocente, una pequeña bomba en un bote de basura, en el pilar de un estadio, una pedrada al vecino, una guerra entre Palestina e Israel, entre el mundo.
No hay hogar como el hogar, estoy en el umbral de mi casa, veo a los niños reírse y a los padres enseñándoles los trabajos del fuego, el niño más grande será su poseedor ahora. No fumo, me gustaría hacerlo en este momento, el fuego tiene tantos usos, nos va quemando a diferentes temperaturas, a veces en un instante y otras poco a poco, calienta los pulmones hasta dorarlos, retiene el pulso y disminuye el tiempo, así fumamos hasta que el aire es negro, calcáreo y ¡pum!, el fuego es ceniza o la mano que sostiene esa paloma se pone nerviosa y truena. En fin, siguen los postres, el baile y, el viento, aunque no congela, es algo molesto para alguien que ha vivido bastantes años en esta ciudad.

            

lunes, 11 de diciembre de 2017

CORAZÓN-LIEBRE PATAGÓNICA


                                                                                                                     a Gabriel Pacheco

A veces reconforta, no la muerte, sino la imagen que nos hacemos de ella o que otros han construido como una caricia, como ese beso en la frente de los niños que marcan las madres antes de dormir para espantar a los demonios.
A veces, una tumba es una liebre patagónica que nos libera, un claro de luz para descansar el infierno de todos los días, para reencontrarnos con el dolor de la infancia y  hacer de la pérdida irreconciliable que deja la muerte un abecedario de cabellos azules para poder conjurarla al nombrarla, para dejar de temerla: “yo te salvo si me escuchas”, decía Bonifaz Nuño; pero también, uno se salva al contemplar una pestaña de luz, una mano horadando en sus propias sombras, un perfil que se ha salvado del desastre, de la pérdida irrecuperable de sí mismo porque ha sabido cavar en el amor, ese animalillo a veces manso que nos lame las manos para curar las heridas que siempre están allí, abiertas, porque uno no existe lejos de su propia memoria y de unos cuantos nombres que han trazado el destino de nuestras manos.
El amor es un cuerpo apenas cubierto, es deslumbramiento en el derrumbe, es una cobija parda como nosotros mismos, como nuestra propia mirada ante el amor. Es una pared y una imagen laceradas por el tiempo y los errores que florecieron benditos y así maltrechos nos resguardan y nos revelan un instante de calma, “un golfo de sombras” para nosotros solos, para ahondarnos en un dolor que fortifica porque es creación, vida, no inmovilidad.
            Ni la palabra ni la mirada se están quietas nunca; en un cuerpo que espera, en un silencio indeciso, y sobre todo en la muerte, hay movimiento. Al artista se le concede la gracia de entender o intuir esa perturbación interior y así ayudarnos a conjurar nuestros propios demonios, pero sobre todo, a los suyos propios.

Somos islas habitadas por otros, Polifemos de rebaños intranquilos, hombres que esperan ante una tumba la altura de su propio milagro.

lunes, 4 de diciembre de 2017

EL GATO



Viens , mon beau chat sur mon coeur amoureux;
Retiens les griffes de ta patte,
Et laisse-moi plonger dans tes beaux yeux,
Mêlés de métal et d’agate…
                           Baudelaire.

El gato

Un trazo o el silencio de tu cabello,
el maullido rubio de tus muslos
surgido de las niñas 
de tu entrepierna:
soles que sólo tus ojos compiten en oros
y en tormentas,
                    en noches;
sobre todo en ésta en que mi mente
es zarpada por tu mirada de ágata,
por tus senos
―abejas obscuras me zozobran la boca.
Recorro 
el ronroneo de tu cuerpo
desde las lunas de mi espalda,
desde dentro y hacia dentro,
desde afuera y hacia fuera de mí;
vértebra a vértebra carcomiéndome
tú,
toda tú,
lames mi lengua,
las garras rojas de mi tacto;
insomne felino en y al acecho,
desde y para las sombras de tu carne.

(Textos de mi pubertad, que niego pero a ellos no les importa, me persiguen y exigen su memoria -y la verdad a este texto le tengo mucho cariño). Lo escribí hace más de diez años, quizá quince, cuando Baudelaire era toda la poesía que un joven necesitaba para arder.