martes, 24 de febrero de 2015

LA VIDA SE MASTICA


Hay que dar la primera dentellada y después no cejar, seguir tragando aire, horas, fragmentos de perfumes, sombras; comerse entre calles y comidas la alegría de unos senos que dan forma al recuerdo de un café o las piernas, los muslos, los glúteos comprimidos en un pantalón que sobra, pero al tener demasiada imaginación los echaría al final de menos.

No es fácil, nada lo es, los colmillos crecen hasta muy tarde, hasta que la rabia escurre como una densa baba, casi negra, casi mercurio quemado o como miles de hormigas ardiendo, chocando entre ellas, aplastándose al salir de un hormiguero recién abrasado; los incisivos, en cambio, necesitan de cierta mala leche, de algunas canas, de un punto gris o una luminosidad opaca en los ojos para empezar a encajar sus raíces, el bisturí que disecciona todo, que lo deja abierto, sangrando, en un grito ahogado y constante…

Tener una dentadura completa es muy parecido a un proceso gástrico, casi espiritual; pues el hambre inicia con el deseo, en la cabeza, con cada pensamiento que nos hace darnos de bruces con el mundo, con la idea que tenemos de nosotros mismos y que nunca es exacta, siempre hay algo que no sabemos, que nos hace rumear una y otra vez hacia dentro, más allá de ese palacio de vísceras y huesos.

Uno desde que nace tiene la necesidad de morder porque la vida se devora, jamás se nos da; vivir no es nacer, la vida se tiene que arrancar e ir tragando, se exprime a cada paso en esta ceguera que es el tiempo, en el rompecabezas desdentado del destino. Porque vamos sin ojos y tenemos que estar dispuestos a quemarnos por el propio tacto, por nuestra piel y la otra: la exacta, la imaginada, la posible y la dada y que siempre, aunque no queramos, nos sorprende; porque no sólo el cuerpo, sino el otro, en su totalidad, es un faro en medio de la noche, una brújula enloquecida, ese espejo sin cristal del cual somos también un pequeño reflejo. Porque tampoco somos eternamente en soledad, hasta el pensamiento deja de mantenerse de onanismos, ni siquiera se pudre, sólo se seca, se hace polvo, nada.

No se nos regala el amor ni sus sufrimientos, mucho menos las pocas sonrisas que desgajamos, por ejemplo, del olor a mandarina que persiste en los dedos o de esos muros o esos árboles que alguna vez fueron el universo de un rey o una reina con las rodillas raspadas y los calzones rotos; o de esa tarde, la tarde que se transformó en aliento, en secreto ahogado y enrojecido, en noche abierta que nos transfiguró, que hizo de la piel trigo quemado y de los huesos un límite roto, lejano, disperso, sólo una memoria de derrotas que nos parece ajena, casi imposible ante la llama, ante el oro sonámbulo que somos por un instante.  

Al ser arrojados al mundo gritamos para apurar el crecimiento, hay que mamar y después clavar los dientes en los pezones para sentir el sabor acibarado de la humanidad: su carcajada, su odio, pero también su ternura; necesitamos dientes y palabras que se les parezcan para encajar el cuerpo a una forma que nos inquiete, que nos persiga, que nos arranque la espina dorsal y la siembre en ese terreno que buscamos y que pisamos sin saber que es el nuestro, que es esa patria, esa isla, ese mundo, ese dolor, esa luz que hemos arrancado por nuestra empecinada terquedad de sólo existir dentro y fuera del tiempo, dentro y fuera de alguien, dentro y fuera de nosotros mismos, dentro y fuera de lo que llamamos vida, destino, mundo.

viernes, 13 de febrero de 2015

TRIPAS

                                                                                                                                 a Puggie



Hay cosas impostergables, a veces ni siquiera el sueño lo es. Por fin terminé una tesis disque de maestría, corregí un cuento para el taller de los martes cuyo gemelito será una novela, no tan gorda –espero–; y ahora, después de tenerte tan olvidado, vuelvo a ti, blog mío, tan feo, peludo y amargo como su dueño.

Me gustaría pedirte una disculpa, pero no vales la pena, eres un perro, uno cuya fidelidad sería imposible de perder. Sabes que dependes de esta sarta de pendejadas, de mi humor, de lo bien que dé cuenta de mi vida. Aunque sé muy bien que sonríes y mueves la cola cada vez que me suceden mis pequeñas desgracias.

Odio ver cómo salivas de contento ante las ridiculeces que me suceden, no por culpa del destino, sino por ser como soy: un ser desnalgado, con un cerebro tosco, chaparro y encima demasiado jarioso. Sí,  búrlate Tripas, pero estamos en las mismas, porque desgraciadamente cada pelo tuyo, cada pulga  que te cosquillea y hasta cada perrita que te quieres montar han sido imaginadas por mí.

Mira, te explico cómo están las cosas porque ya estoy harto de que estés mordisqueando mi cabeza todos los días. Sí, siento un poco de culpa por no escribir en ti, pero no es justo que a fuerza quieras que yo diga algo cuando estoy seco, cuando la vida me ha exprimido tanto que hasta el CONACYT me ha dejado sin dinero. Dime, ¿sabes lo que es la vida después de la beca? Porque los muy… te hacen renunciar al trabajo para dártela y después cuando se acaba el dinerito ¿quién te vuelve a contratar?, y si se escoge la beca al pago de pobresor es porque uno no vive con tres mil pesos, se sobrevive: renta, luz, gas, internet y comida, que en algún momento de mi vida creí prescindible.  Sí, ¡qué listo eres Tripas!, estoy encabronado, es que tener hambre es como tener rabia, tú de las dos cosas haz de saber más que yo.

Mira Tripitas, me caga que me toques las pelotas a cada rato, ni te las puedo lanzar para que vayas por ellas y ni tengo allí la inspiración, bueno, la mayoría de veces sí, está bien, pero no siempre. Además a ti ni te queda ser como ese personaje de Unamuno en Niebla que interpela a su creador. Yo ni tengo los modales de ese señor y, como te he desaparecido estos meses, puedo seguir haciéndolo, mira que se me da muy bien hacerme pendejo, corazón tengo muy poco. 

Mi compromiso contigo no es literario, es de vena, eres un desfogue, mi diario de señorita, el porno cuando uno no llega a fin de mes o cuando la vida ya nos emparedó; eres ese cuchitril que lo es porque es propio, y que no, no me ladres a la Woolf, que por allí no va Tripas, bueno, un poco sí; pero entiende, no me gusta pasearte cuando tengo otros perros olfateándome los pantalones. Contigo necesito dejar ir el vientre y no es lo mismo hacerlo con tiempo que sin él.

Tú eres un perro que se pasea, me gusta dejarme conducir por ti, que tomes las calles que se te den la gana, que de repente rompas el ritmo, me cambies el tono de tus ladridos, olvides lo que hace un minuto te contaba y salgas con algo que sólo a ti se te podría ocurrir. Si fueras mujer serías odiosa –¡ah, te imaginé como mujer, qué asco!, y qué feo eres hijo mío – , pero como eres y yo soy parte de ti trataré de empulgarme contigo más seguido. Chicle y pegue y una señorita te quiera acariciar esa cabeza peluda y dura que tienes.

Bueno, pulgas, me despido que hoy tal parece que daré una charla sobre cervezas, me cuidas la casa y sí, se sigue llamando Vagalia, invita a tus amigos pulgosos, total.