martes, 29 de agosto de 2017

La niña de Polanski









                                                                          a Polanski

Sesión fotográfica a los trece años



Los libros erguidos en el abrazo

desnudando su edad.

Su rostro,

un flashazo eterno

en la edad en que todo lo es;

en que su cuerpo

¿una promesa?,

¿un después?



La felicidad

son esos años en que nada se ha perdido,

en que la copa permanece colmada

y burbujeante, rubia frente a mis ojos.



Voltea

-con mi voz más íntima le digo.



Y antes de alejarse para siempre,

ella surge revelando un instante

que va más allá de su mirada,

de esa sonrisa que interroga

teniendo todas las respuestas;



más allá del blanco y negro

de la película,

la composición,

la fotografía…



Todo es superfluo menos la avidez

con que mis dedos aprietan y disparan

aprietan y disparan…

acercándome más

-apretando y disparando-,

cada vez más

                         a lo que deseo.

miércoles, 23 de agosto de 2017

CONVALECENCIA








Son las nueve de la mañana, me he bañado y estoy listo para salir a dar clase. Sé que no iré, la enfermedad se empeña en mostrarme lo rápido que puede deteriorarse un cuerpo. No importa, me peino, me visto con mi disfraz de maestro, me pongo los zapatos mejor lustrados que tengo y pienso que es posible salir, que la voluntad y el deseo pueden más que la razón.
  Trato de encontrar aprobación en la mirada de mi perro, pero el sólo se tumba sobre mis pies. Es grato el calor desinteresado de los animales. Ruelas acomoda su cuerpo en mis empeines, en los tobillos. Siento el gruñido de las nueve y treinta de la mañana, es frío, busca bronca, espera afuera de mi casa.
Por fin está mi té, observo el humo lentísimo de la taza, un giro que se prolonga en mi vida, que la va enredando en una espiral de jazmines y miel, trago saliva con esfuerzo, por la nariz entran lentos los anillos de las flores y los néctares. “Qué bellos son tus pechos Sulamita, qué bellos, parecen cabritillos mellizos de leche y miel”.
El perro se ovilla en mis piernas, su cola se enrosca en mis pantorrillas. Bebo un traguito, rezo por saber a lo que sabe el jazmín y la miel. Hace dos días que perdí el olfato. Me gustaría oler unas buenas axilas o las frutas de todo un mercado. Aspiro menos de un segundo de expectación que pasa como un siglo, cae el agua del bambú y forma las primeras ondas en mi cavidad nasal. Un olor verde, un círculo tranquilo, un estanque con dos luciérnagas atizadas.
Mi garganta agradece cada trago, el calor no sube a la cabeza, no me da brío, sólo pone su mano en mi pecho…, tengo cinco años, me han bañado, me han puesto el uniforme azul, no desayuno mi cereal, me derrumbo en la mesa, mi madre pone a calentar el agua en ese pocillo que ha vivido más de una guerra, el calor no sube, acaricia mi frente y luego mi pecho, me abriga… Soy el enfermo mejor vestido de mi casa.

viernes, 11 de agosto de 2017

Primera clase


Qué pensó dios el primer día de la creación, ¿tuvo miedo, nervios?, ¿qué tan grande sería su expectativa ante la nada que agitaba entre sus manos?, ¿tiene manos la divinidad?, ¿sabe lo que son los plazos y su cumplimiento?, ¿los nervios que dan ante una fecha esperada que está llena de interrogantes? ¿Dios sabe lo que es una interrogante? La respuesta fácil sería que no, porque Dios mismo es una interrogante, tampoco entendería del tiempo, de lo limitado, en la vida no hay borrón y cuenta nueva, lo que se hace no desaparece del todo, no podemos regresar ni a los momentos de mayor felicidad ni aquellos dolorosamente puntuales.
Por qué, entonces, Dios creo un mundo que estaba fuera de sus posibilidades, por qué hacer algo muy distinto a su imagen y semejanza, por qué esbozar un mundo que él no entiende. Cómo comprender la vida si la divinidad carece de ella, porque la vida tiene un principio y un final, y no es un motor inmóvil, perpetuo, eternamente bello en su inmutabilidad, en tener mil y un caras y siempre ser la misma: lejana, estridente, sin palabras, porque la palabra nos pertenece, la lengua es de los hombres y no de los dioses; la palabra es tiempo y se da en el tiempo, da cuenta de éste y lo deforma a su multiplicidad de formas.
La palabra imagina, Dios no, la imaginación nace de lo deseado, de nuestros terrores, de esos pocos momentos de dicha suma y de la monotonía de nuestras geografías vitales. Un dios no puede imaginar porque sería imposible que estuviera insatisfecho, que fuera infeliz o feliz. La totalidad no tiene abolladuras y el hombre es un ser quebrado que trata de no despedazarse por completo.
Pienso en todo esto mientras me preparo para la primera clase de este semestre, cómo será mi grupo, qué agobios obsesionan a esta generación, qué dirá mi amigo Voltaire de ellos ―en estos momentos me siento muy alejado de John Keats; ya vendrán sus urnas y sus flautas, ya vendrá el tiempo a detenerse en las basílicas de su pintura―, ¿serán una comunidad de hombres libres?, no sé. Siempre hay mucha expectativa al inicio… Bueno, tengo café, ya lo que venga es ganancia.