miércoles, 11 de agosto de 2010

EL PARAGUAS


Hay días que se definen por un objeto; por ejemplo un anillo, un termo o un paraguas. A veces por todos ellos, pero hay uno entre todos que necesariamente sobresale; en mi caso fue un paraguas; podría ser de cualquier color, y mentiría si dijera que era amarillo, pero no podría definir el día sin ese color pues a pesar de que la mañana-tarde no tuvo el clima más afable, el amarillo de esa sombrilla se imponía sobre la lluvia y sobre la monotonía de un paisaje del todo conocido, dando una claridad que embotaba todo lo que estuviera fuera de su área.

Ciertamente el paraguas ni estuvo abierto todo el santo día para recordarlo de una manera obsesiva, de hecho un anillo o una fotografía parecerían ser elementos más seguros para que mi memoria los eternizara. Pero este objeto siempre tiene algo de intimidad; sí, lo admito, el anillo también pues tiene interacción con la carne y ni qué decir de la fotografía, pues trae hasta una distancia enfermiza a la persona fotografiada pero, por más cerca que la tengamos o sintamos, siempre se impone el trecho entre el objeto, la persona y nosotros.

Bajo la sombrilla los colores cambian, el paisaje pasa por un crisol que en el mejor de los escenarios lo diluye, pues nos protege de él y además —y lo más importante— la temperatura dentro del paraguas es otra. Sí, sí, a eso me refiero, una sombrilla si es compartida vale un hombro empapado pues el otro sino es que todo el brazo y hasta la pulposa mano —si hay suerte— compensa por mucho, infinitamente por mucho cualquier mojada.

Por ello, hoy que vi una multitud de paraguas arremolinándose entorno mío, me quedé buscando uno en particular y un rostro en especial que sabía de antemano imposible de encontrármelos; pero esa cara junto a la mía estaban allí frente a estos ojos y este cuerpo que no son los míos, pues éstos son testigos de aquellos que se veían, que caminaban como un malformado cuerpo que poco a poco se amoldaba a la necesidad que dibujaba la sombrilla alrededor de ellos. Otros son estos ojos que me veían allí, cautivo mas no enjaulado, otro quizá ese tiempo que trastabillaba -afortunadamente- en sus horas.

Por ello la sombrilla no podía ser monótona, no podría ser gris, ni negra, quizá azul, pero sólo quizá; debía de tener su propia personalidad, negando -afortunadamente- una buena parte de la temática impersonal de Magritte y quizá al mismo instante, a ese objeto amarillo, instrumento de mi dicha; pues todo es del color del paraguas y de la persona con que se mira.

1 comentario:

  1. La imagen la saqué de: http://mrmacguffin.blogspot.com/2008/03/el-paraguas-amarillo.html

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