martes, 3 de mayo de 2011


Aspira, una, dos, tres, aspira. No, nada, no quiero, que se queme, que arda dentro, que no salga; no, no, no. Para qué, adentro, nada más adentro, más adentro que se pudra, que golpeé los pulmones, que los hinche, que los abra, que se quede. Que no asome aunque las venas estallen. No, sin salida, no quiero, que la convulsión no siembre sus raíces en mi pecho, que no ladre en mis ojos.

No, me niego, me niego, si he de quebrarme que sea, pero en silencio, donde yo mismo me ignore, donde no me sé ni me sepa, donde no tenga rostro. Si va a ser, si es imposible decir no, que sea dentro del aliento, muy en su fondo, en esos animales de leche, en esos espejos por quebrarse, en esos colmillos sin carne y sin hueso.

Si ha de ser, si no puedo evitarlo, que sea en la nada, donde yo mismo no haya sido, donde no exista más que como posibilidad y no en esta certeza que no puede, que se resiste, que mantiene apenas su no, su ya basta, su ya, su piedad, sus labios con apenas nada; y de lágrimas digo que no, deshecho que no, de alma que no y no, no...

No, imposible, no puedo y es el mundo, el griterío de la vida, la derrota, estas calles, cada uno de los reflejos de mi rostro, cada una de las sombras que me siguen, que me tragan quienes prorrumpen en no, que no, que no y no...

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