sábado, 9 de junio de 2012

LAS BRUJAS DE LAS GORDITAS


a M.F.G.V

Las brujas están por todos lados, conozco a unas que les gusta la playa –en Puerto Escondido conocí varias–; otras, en su desdén brujeril, se pasean por los centros comerciales de las grandes ciudades –en la plaza Galerías, en Guadalajara, tuve la infausta suerte de encontrarme con una de ellas (aún, sobre todo en la soledad, la padezco). Pero también las podemos encontrar en una oficina –son esas mujeres que esperamos que pasen de largo para ver con descaro el movimiento que sus piernas (obligadas por la rotundidad de sus caderas) moldean paso a paso (aunque ellas saben a la perfección que las miramos)- o comiendo una gordita de chicharrón en alguno de los diversos puestos de comida que abundan en la ciudad.
Yo dudaba de esto último, pero al final mi Macbeth –que ya es casi mi biblia– me daba indicios de ello. A las brujas les gusta todo lo relacionado con la carne. En esta obra de Shakespeare, una cuenta que se la pasaba matando puercos o haciéndolos morir, que es más terrible, pues indica que el acto es realizado por el propio animal –figurado o literal– y no por la susodicha hija de Lilith –al menos en lo que corresponde al acto material.
Desde que el autor de El rey Lear me puso sobre aviso cada vez que salgo por las noches –es curioso, casi todos los puestos de gorditas se ponen después de las ocho o cuando ya la obscuridad pasea su impudicia por las calles– a comprar una quesadilla o una gordita, me encuentro vigilando a las mujeres que rodean el puesto.
Lo primero en que me fijo es en los dientes, trato de descubrir ese primitivismo en su dentadura o muy al contrario, esa ortodoncia inmaculada –que hace más obvio el engaño, la máscara. Casi enseguida, subo los ojos hasta los suyos para observar la manera en que éstos se les ponen vidriosos ante el simple placer de ver el ebúrneo brebaje cobrizo del aceite y de los restos de ingredientes que día con día se van, no sólo acumulando sino, añejando en ese caldero disfrazado de comal.
La lista de elementos y de sazones es muy variado, dependiendo la zona y los gustos de aquella –porque siempre es una mujer, por lo regular ventruda y con un ligero bozo o no tan ligero– que prepara los alimentos: sesos, tripas, huitlacoche, tinga, chorizo, hongos y por supuesto chicharrón, etc…
Después miro cómo estas hembras empiezan a tragarse la saliva –algunas no pueden retener del todo la baba en las comisuras de los labios– en el justo momento en que la tierna masa entra en aquel potaje aceitoso; enseguida les sobreviene un ligero espasmo –que siempre tratan de ocultar– al ver esos cuerpos de masa llenos de vísceras y carne dorarse, chillar –pues ¿quién no ha escuchado ese silbidito que sueltan las quesadillas o las gorditas al ahogarlas en esa pócima hirviente?.
Después, cuando por fin tienen entre sus manos la gordita, como tiburones excitados por la sangre, empiezan a morderla, a destrozarla –sobre todo si es de chicharrón– de una manera impúdica y frenética. Los pretextos que suelen aducir a su comportamiento se resumen por lo general en dos: le puse mucha salsa –otro brebaje de lo más misterioso por cierto y que requerirá de otra entrada– y por ende, se aguada muy rápido y tengo que apurar la mandíbula o, está tan llena que para evitar que se desborde se tiene, por fuerza, que devorar.
¿No han notado el modo en que empiezan a animalizarse desde esa primera dentellada? ¿Los ruidos que al masticar expelen no son casi sobrehumanos o infrahumanos? Claro, si las miramos y ellas lo notan, tratarán de ocultarlo: que el picante, que el resquemor que les causa, etc…, pero ese bochorno en sus mejillas tiene muy diferente origen.
¿Se han fijado en el color del chicharrón aprensado? ¿No les parece una especie de masa sanguinolenta, como el cuerpo de un niño desmembrado y marinado en sus jugos? La literatura es autoridad sobre el tema, por ejemplo: ¿qué trata de hacer una de ellas con Hansel y Gretel? Además, aprensado no significa también: oprimir, apretar con fuerza, angustiar.
Me aterro al pensar que no es precisamente chicharrón lo que estoy comiendo –y allí se ve lo terrible que son, pues una risa se dibuja en sus bocas mientras comemos dichas gorditas, como si supieran algo que nosotros no. Sin saberlo somos parte de su crimen.
Además, hay algunas que llevan niños y los hacen comer lo mismo que ellas –no puede haber mayor crueldad. Y sabiendo que este tipo de comida engorda, ¿por qué llevar a los niños cada noche a cenar este tipo de cosas?, ¿para qué la necesidad de ponerlos obesos?
¿Será coincidencia todo esto? ¿Seré yo que me engaño buscando brujas donde no las hay? Espero que al menos las evidencias que les he presentado puedan servir para hacerlos dudar un poco y se pongan a observar a quienes tienen a lado suyo –esto no exime la propia casa, uno no sabe si su hermana, su madre o su compañera son unas brujas. Sobre todo, si vive un niño con ustedes, no deberían tomar mis palabras a la ligera.
Si les queda alguna duda observen la manera en que las mujeres comen, en los ruidos que hacen, en la mirada mientras preparan los alimentos o ven a otros prepararlos; recorran los puestos callejeros –sobre todo en la noche– y díganme: ¿cuántos hombres los atienden? Sí, hay algunos que lo hacen, pero si se dan cuenta, siempre hay una mujer vigilándolos y haciéndolos callar con la sola mirada cuando éstos parecen más elocuentes de lo común.

3 comentarios:

  1. No sé cómo calificar esta entrada que más bien es una advertencia. Los seres que rondan los suculentos calderos a que nos vemos atraídos después de una buena peda o una jornada laboral agotadora. Por otra parte la dedicatoria es interesante y me hace sospechar de un autor previamente hechizado o victimizado, hecho chicharrón, quizá.

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Mucho por pensar: "la dedicatoria es interesante (...) un autor previamente hechizado o victimizado" ¿Qué opinas Bradomín?

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