sábado, 28 de julio de 2012

VISLUMBRES CIEGOS


Todo sucedió de una manera inesperada, súbita, tanto que no tuve consciencia de lo que pasaba hasta ahora. Mi hijo perdió un dedo mientras estuvo fuera de casa y todas las explicaciones que me dio mi mujer eran demasiado minuciosas para creerlas –pero las creí. Cesar, al entrar al departamento, corrió hacia mis brazos, casi me arranca los pelos del pecho, como queriendo esconder sus uñas en mí. Le pregunté qué le pasaba, pero nada me dije –tal vez debí insistir más, pero en ese momento no quería presionarlo.
Mi esposa, después de arreglar las cosas conmigo y perdonarme, se portó muy complaciente. Algo andaba mal, no sé por qué me negaba a verlo, si era tan claro. Mi matrimonio nunca fue uno de esos que se dicen felices para un cambio tan brusco. Todo eso apestaba, sobre todo cuando empezó cada día a traerme las chelas con una sonrisa en la cara, allí debí de hacer algo, pero estoy viejo, tengo que aceptar que ya no tengo el olfato tan fino, por algo me jubilaron.
Le dije al cliente que nada de lo escrito en el blog era cierto, debí esperar un poco. Pero no tenía ganas de seguir con esto. Además, el putito que escribe el blog ya andaba hablando de cafés y pendejada y media; y me di cuenta que era la burla de todo mundo, no sólo de mis colegas, incluso en su pendejo blog recibía indirectas. En uno o varios –no recuerdo– de los comentarios leí, que su funda –el que siempre le comenta las entradas– se burlaba de mi trabajo, se daba aires de investigador. Incluso escribía como si tuviéramos alguna familiaridad, como si supiera que fuera a pasar, como si mi vida fuera un capítulo de una telenovela. Hijo de la chingada, nada más porque no lo tengo de frente, porque es muy fácil chingar por la espalda, pero ya quisiera ver que me lo diga a la cara –soy patético, no sé si reír o lamentarme, cómo es posible que una sola palabra pierda todos sus sentidos y a pesar de ello sea ésa: ver; la única palabra que logre conmoverme. Pero incluso así, mantengo lo que digo. De seguro ha de ser puto, ¿qué literato no lo es? Par de maricones. Nada más porque ya tengo suficientes problemas, porque me dan ganas de darle una calentadita para que aprenda a respetar este trabajo. No cualquiera puede enmierdarse en esto, no cualquiera arriesga el pellejo y tiene los huevos para apretar un gatillo. No, no cualquier, no cualquiera.
Desde que regresé esta mañana a casa he estado muy mareado, no puedo concentrarme en nada, estoy débil, mis recuerdos son difusos y todo el día he andado con sueño. Lo último que retengo con cierta claridad es el escozor del aceite hirviendo en mis ojos.
Fuimos al centro los tres. Era noche, habíamos salido de ver una película en el Palacio Chino y pensé en invitarlos a cenar unas gorditas o tacos, algo, lo que sea. Pero, soy un viejo sabueso, demasiado entrenado para olvidar mis costumbres, sobre todo con el último trabajo recién terminado. Así, que sin darme cuenta, empecé a observar a las personas que comían en el puesto donde pedimos las gorditas y lo que vi me hizo recordar lo que leí en esa entrada del blog sobre brujas y gordas, algo por el estilo.
En un instante mi hijo se apretó contra mi pantalón. Y su mirada, no sé cómo decirlo. Era como si de repente las palabras se le fueran acumulando en lo negro del ojo hasta que un grito mudo, que fustigaba la presión de sus manos en mi muslo, me golpeó en lo más hondo del pecho. Al mirarlo, por descuido, derramé un poco de salsa sobre mi camisa. Sentí los marfiles afilados de la boca de mi mujer sobre mí; y al voltear alrededor, las miradas de todas las mujeres que comían me fueron cercando. Busqué la pistola, pero una señora, más rápida que yo, arrojó su plato hacia mi cara y cuando me iba limpiando los ojos del chicharrón aprensado, ya la tenía encima, mordiéndome el cuello.
Traté de safarme y alcanzar la pistola –que desde el día funesto del mercado, cargaba para todos lados– pero alguien me clavó el tacón por la parte de atrás de la rodilla derecha –el doctor me dijo que se llamaba corva o algo así (la mía quedó destrozada). Caí de rodillas, vi a mi mujer y tenía los ojos enrojecidos y estaba seria, demasiado seria, sentí sus pupilas clavadas en mi garganta. Traté de… –y no sé si fue cierto o no, pero me pareció que tenía un tacón roto– …gritar, no sé si lo logré o no. Después, en menos de un segundo, escuché un ruido metálico atronando en mi cabeza, enseguida un chorro de aceite caliente se derramó sobre mis ojos.
Estaba en el suelo, ciego, al fin había alcanzado la pistola, pero no podía disparar, no sabía dónde estaba César. Después sentí una especie de calor intenso en mi mano derecha –donde tenía la pistola–, seguido de un dolor que fue en aumento. Al tocar mi mano con la otra, sentí una substancia viscosa, sangre y al tocar con más cuidado me di cuenta que no tenía tres dedos y el meñique, mal cercenado, me quedó colgando de la mano –es todo lo que recuerdo.
Amanecí en el hospital. La abogada me recomendó que no dijera nada, que sólo afirmara lo que ella decía. Tenía razón, qué iba decir, quién me creería. Hoy por fin salí. El diagnóstico era el esperado, perdí mis ojos y cuatro dedos. Mi mujer me llevó a casa. Le he preguntado por mi hijo, pero me dice que ha estado enfermo y se la ha pasado durmiendo.
Desde que llegamos tengo la sensación de que no somos los únicos en el departamento, escucho demasiados pasos y ninguno de ellos me suena familiar. No le he querido decir nada, ella me trata con mucho cariño, pero me cuesta trabajo sonreír o estar tranquilo sabiéndola a mi lado.
Es noche, puedo sentirlo. No he escuchado la voz de mi hijo en todo el día. En la cocina escucho el sonido del cuchillo, alguien grita ¿mi mujer? –tiene la música bastante fuerte para identificar la voz. Escucho que alguien llora y se lo digo a Pilar. Con voz gangosa me responde que se machucó y además la cebolla no ayuda. Oigo cómo algo cae en el aceite y empieza a arder. Recuerdo lo de hace unas semanas y mi corazón se encoje. El sonido es como un grito agudo, dura demasiado, quisiera ir, pero no puedo moverme, estoy demasiado débil. Por fin el grito se ahoga. Mi mujer me dice que ya está la cena. No puedo evitar llorar un poco.

1 comentario:

  1. Hey, señor detective: ¿no siente usted que al llorar de esa inevitable manera se pone el nivel de los maricones literatos de las entradas? ¿No le parece que alguien en el juego ha tirado una pieza perversa? Quién dice que no es usted el que ha inventado el caso. Sin duda quiere que no veamos, como para bien de la detectivesca profesión, ya no puede usted hacerlo. Dedíquese a vagar por esas calles como sabe, que si no soy detective, tengo mis dotes de adivino.

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