viernes, 23 de noviembre de 2012

DIVERTIMENTOS KEATSIANOS



Unos pájaros enrojecen al fondo de una taza. Se miran, sus picos –quizá desde antes que el hombre– parece que se acercan, rompen el espacio donde árboles, nubes y sombras de porcelana parecen querer alejarnos.

Se miran, nunca han podido hacer nada más. Esperan a que el otro rompa la rama de su conjuro y empiece a esponjar las alas, a encenderlas, a torcer la voz y el vuelo e iniciar la embestida, la persecución, el aleteo de voces y de ecos.

El silencio es ancho y milimétrico, se extiende sin prisas y desde siempre, pero sólo basta un parpadeo y las nubes y los árboles y las sombras enmudecen, se difuminan, se funden sus colores, todo gira y es movimiento.

Ahora lo veo porque lo quiero, se adelanta, el pico tramonta esos pocos centímetros o siglos de porcelana. Yo estoy lejos, sentado en el sillón, escucho música y más se ahonda la distancia entre la taza y yo. Acerco sin un sentido preciso mi mano a la mesa, a la realidad, a las horas, a los tropiezos, pero no soy importante en esta historia. Tomo la taza sin levantarla, le doy vuelta, no quiero saber más de aquellas aves. Una blancura inunda mi cerebro, un río, un olvido ha volado de pronto hasta mis manos. ¿Cuándo?, ¿Cómo?



Un segundo basta para perderlo todo.



La tomo con mis dos manos, la recorro, por qué no, lentamente mis dedos sienten la porcelana –no tan pulida como pensaba. Tampoco es tan blanca, ni tan dura–. La aprieto fuerte, muy fuerte como un “no te vayas”.

Una lágrima pende de algún árbol sin fruto y de una ventana. Alguien espera una luz que nunca se encenderá. Pienso dos veces antes de volver a girar la taza y ver en qué terminó aquella historia.

Doy un trago antes, el café tiñe mi barba, escurre por mis labios, mi barbilla, no tengo ganas de limpiarme, presiento las manchas del café sobre mi camisa blanca, sobre la madrugada que está despuntando sobre mi nuca y no hago el intento por dormir en este par de horas antes de ir al trabajo.

El humo aletea hasta el techo, empaña el foco. La luz de pronto es una quimera con mil ojos o una hoja en blanco. Por fin, mientras enfoco las uñas sucias y largas de mis dedos, giro lentamente la taza hacia aquella escena, pienso en mil finales posibles, en la cercanía, en la distancia, en nada.

Las manecillas de los relojes golpean mi espalda, vibran los cristales de la ventana, quizá esté lloviendo y afuera el olor a tierra mojada me alegre un poco. Pero mis huesos no tienen ganas de levantarse, sigo girando hacia mí la cara oculta de la porcelana, ahora, lentamente...

1 comentario:

  1. Divertimentos de la escritura, divertimentos mientras el café se enfría en la taza. Las palabras dan vida a los pájaros, cuerpo a la porcelana, tarea del poeta.

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