sábado, 16 de marzo de 2013

MONSTRUO DESEO

                
                                                                                                                    Para V. M. G. M



Hoy no hablaré de ti. Olvida que escribí la oración anterior y este inicio. Estaba pensando en un tú sólo para mí que nada tiene que ver con esta entrada, ni contigo misma. Esa tú que es sólo mía y se desborda dentro de mí; esa tú que extiende su piel en la cama o en el sillón como una playa que sólo brilla en mis sueños. Estas palabras que no son para ti, son un escondite en el que sólo yo conozco la entrada, pero no la salida. Donde construyo mis prisiones y soy el verdugo sembrando lunas en mis sueños.

     Allí el tiempo parece que no corre a su antojo, ni al mío, sino al tuyo o al de esa tú a quien me refiero y contiene un poquito de todas tus tú.
          Hay en el lado sur de ese escondite un jardín, una jacaranda y una guirnalda de memorias con que corono mi cabeza y se van reflejando o trepando en las paredes y que por vicio imagino que son parte de tu espalda y que van bajando hasta las yemas de mis dedos, innombrable, don abierto, cerrado en mis brazos.

     Felicidad clausurada, felicidad en lucha; dolor de estar encarnado en el otro sin dejar de estar en uno mismo. Lugar de la memoria y del tacto, escondite que es un otro. Amor que es deseo; y el deseo, cuando se sacia, es fuga de uno mismo; es salida, es dejar en el otro nuestro ser y que el otro nos colme de su universo hasta terminar en ese languidecer, en esa calma en el desequilibrio –porque somos en la pérdida, en la entrega total de nuestros ánimos, mente y sentidos–.

     Pero el deseo es un vicio, una enfermedad que va lamiéndonos, que nos corroe por dentro y por fuera; que nos invade desde el fondo y desde el exterior. Pero es gracias a esta dependencia que la máquina que somos está lubricada, que le da un sentido a nuestro esqueleto, a cada uno de los músculos que sentimos renacidos con cada caricia, a cada contacto, pues nos abre un mundo que ni siquiera sospechábamos que estaba allí, no sólo dentro sino en toda nuestra humanidad y en cada uno de nuestros actos.

     El deseo o Eros o amor o vida es razón y destino, pero no es respuesta abierta, es cuerpo, es misterio vislumbrado y sentido. Porque en él anida también la espiga de la muerte, el huevo de la duda, de la incertidumbre, del futuro que quizá sea un instante que evoca la eternidad y crea el mito de nuestro origen.

     Por ello es el fruto del árbol que cae y al ser mordido suelta sus jugos en otra boca y deja allí la semilla interminable de lo que es, de ese querer ser en el otro siendo uno mismo a un tiempo.

     Río que siempre encuentra su cauce y su mar; parto que no cesa de formarnos, de ensanchar nuestras lindes, de cavar más profundamente en eso que creemos que somos y que quizá nunca terminemos de conocer.

     Espiral sin fin es el deseo, laberinto que no sabe que su obscuridad, sus meandros, sus jardines, los recuerdos de sus pastos y el propio viento circular que lo circunda son su propio monstruo, red que va tejiendo en pos de alguien imaginado y que al paso del tiempo se convirtió en recuerdo de otra vida, en un pasado que espera su presente; o quizá ese recuerdo de otra vida, sea la imaginación de hoy, el anhelo y la búsqueda interminable de ese alguien: “mitad y mitad/ sueño y sueño”.

     El deseo es un monstruo; pero, ¿no es acaso de éste de quien tendríamos que compadecernos? ¿No somos nosotros mismos besando la almohada en plena ensoñación amorosa; aguardando un mensaje en el celular; enredándonos con la tela del tiempo de la cita que parece no llegar nunca? ¿No eres tú que espera en el andén del metro a que llegue alguien que con su ternura te ajusticie y te dé vida?

     El que ama es un monstruo porque sólo en éste existe lo bello y lo horrible, lo supra e infrahumano. La felicidad más atroz y la tristeza más profunda. En él están encarnados el asesino y el héroe, la paz y la guerra; la ternura y la violencia. Dos cuerpos, dos sudores, dos alientos en uno sólo. Quimera que se posee al desposeerse, Hydra que al decapitarla le crecen dos cabezas; sexo que en la herida encuentra el laberinto de su goce y la fuga de su reposo.


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