(EL MÁS TRISTE RECUERDO DE
ACAPULCO)
Sí, lo sé, muchos dirán y digo
entre ellos: “es un día inventado” o “es un día hecho para que gastes, una loa
al consumismo desaforado”, “a la madre se le celebra todos los días y no sólo
uno”, “es mantener el estado de sumisión de la mujer”, “es un día para los
hipócritas”, “es la forma de señalarle cuál es el lugar que tiene
en la familia y por ende en la sociedad”.
Sí, sí, sí sesudos
estudiantes e intelectuales, sí, ustedes siempre tendrán la razón, la
revolución intelectual, la contracultura, la rebeldía está de su lado. Sí, cómo
no ver la utopía que tratan de derribar, aunque quieran crear otra que pienso
tiene menos futuro –pero esos temas no me importan. Aunque, es cierto que son necesarias esas punzadas
revolucionarias para mover la conciencia de aquellos, que como yo, han perdido
la esperanza.
Pero, díganme,
destructores de mitos políticos y luchadores sociales, ¿cuántos de ustedes
consienten a su madre o le dan regalos sin importar fechas documentadas: actas
de nacimiento, matrimonio, etc…? La verdad yo, sin pena lo digo, agradezco este
tipo de días por la sencilla razón que me obligan –porque la vida me jala de un
lado a otro– a estar con mi madre, ya mañana volveré a la
mierda diaria. Además, jóvenes, ¿su madre piensa igual que ustedes? ¿Ella tiene
la misma consciencia social que ustedes? ¿Tuvo la misma oportunidad educativa?
Y aunque me digan que sí, la consciencia, el modo de pensar cambian de una
época a otra; los valores son dinámicos, nada permanece igual.
Por mi parte puedo
decir que la mía no piensa como yo, mi educación –y estoy en la maestría– se la
debo a la chinga que mi madre se ha llevado todo este tiempo trabajando; y por
lo tanto, no tuvo la oportunidad –en este momento no sé si llamarlo fortuna–
de embeberse en entelequias, en esgrimas intelectuales. ¿Cómo pensar en cambiar
al mundo si no tenemos para tragar? ¿Cómo pensar si no tenemos cuerpo más que
para arrojarlo a la cama y descansar unas cuantas horas para volver al
maratón diario?
No, decirle a mi
madre que no espere unas flores o una sonrisa o una charla este día sería muy
egoísta de mi parte. No, me niego a
despotricar sobre el diez de mayo, me niego a no darle un beso en el cachete a
mi madre y decirle, con pena, felicidades, porque lo que tuvo de hijos no
conlleva mucha felicidad. Me niego a ser por hoy un soldado fiel de mi
amargura. No hoy, quizá con el día del niño sí, y eso porque odio a los niños,
pero a mi madre, no, porque “madre sólo hay una” y se ha de ser muy hijo de la
chingada o no tener madre para no darle un fuerte abrazo o escribirle unas
palabras diciéndole cuánto la queremos o nos ha dado.
Me disculpo con
los intelectuales, con mis amigos tan avant-garde
de ellos serán las utopías y toda la amargura del mundo; hoy mi cultura se
reduce a la comunidad de mi casa, no quiero leer un discurso crítico, sesudo,
muy bien escrito y fundamentado en contra de este día, no hoy, total, para mí
esta batalla de si vale o no vale el diez de mayo es inútil, es más, tiro los guantes, pierdo la lucha; porque ser un borrego en este día, ahora me doy
cuenta, es una batalla ganada, porque hoy, al menos hoy dejo mi egoísmo, mi careta
de letrado para cantar junto con mi madre esa canción que dice algo del más
triste recuerdo de Acapulco.
Hoy, señores, me
disculpo por la brevedad de mi entrada, pero me toca lavar trastes, ir a
comprar el pastel y que me digan mis tías y confirme con un movimiento de
cabeza mi madre, lo guapo que me he puesto; y una madre, señores, una madre, óiganlo
bien, y más la mía, que es mucha madre, siempre tiene y tendrá la razón
–ahorita me siento entre Manuel Acuña y Díaz Mirón, para dar pena–.
Buena tarde.
Buena tarde.
Si los textos no fueran también ofrendas, oraciones, tumbas, epitafios, pulseras de sonetos, manuales de espumas, ¿qué sería de la literatura? ¿Cuántos géneros habríamos perdido? Si lo humano, lo personal y lo afectivo no pulsara las cuerdas del poeta, ¿qué sería de la poesía? Acaso una escueta prosa ensayística, seudocientífica, seudointelectual. ¿Qué sería de las palabras de los hombres son los hombres que las dicen? ¿Qué sería de los rituales cotidianos sin los mitos que los sostienen? ¿Y qué sería de la literatura sin los ritos y los mitos? Aún esta regañona y justificante entrada tiene todas esas cualidades. Y la brevedad a veces es más para agradecerse que para disculparse. Si no fuera por el vergonzante retraso, mandaría también una felicitación con este comentario.
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