martes, 11 de junio de 2013

BIZCOCHO EN EL CAMINO



A veces es bueno soltar los pasos e ir olisqueando cuadras, miedos y felicidades súbitas; ramos de azares hechos al momento, olores y saudades a veces inmerecidos por el recuerdo que de pronto se encapricha en llevarnos a otras calles y otros tiempos…
Pero en esta ocasión me gustó verlos sucios y domados, fieles a sus cueros y a las calles ya acostumbradas a sus suelas,  a sus pasos de mujerzuela que ya saben los acentos de su acera, el pulso lúbrico de ciertos lugares como la panadería con sus cuernos de higo o sus dátiles de nuez o la resbalosa cubierta de chocolate de los puerquitos hechos polvo entre la saliva y los dientes, las donas, los panqués, los armadillos…
Pero pensar en la lujuria que me provoca el pan es imposible sin un café; es como ir a un concierto y estar sordo o coger por mero oficio. La lascivia es un diálogo que, aunque personal, nos compromete con otro, con nuestro objeto del deseo, con el mundo que creamos a su alrededor donde cada pequeño motivo, cada objeto u acto que en apariencia es casual o prescindible, no lo es en absoluto; y un pan sin un café tira a bajo el mecanismo de la lujuria sensitiva, del acto de ir a una panadería y seleccionar los bizcochos de la orgía.
Escoger un pan para mí es tener presente el grano, el tipo de tostado, el método, el clima: interno y externo; el lugar donde me sentaré o acostaré a comerlo, ¿solo o acompañado?, también es pensar en qué estaré haciendo: viendo una película, leyendo un libro, ¿cuál libro, qué película? La taza, porque para mí sin mi taza azul de lunas de porcelana blancas algo le faltaría al café, a mi mano que ya se ha acostumbrado a la seguridad de ese peso y a mi boca al grosor exacto del borde de la taza.
Comer un bizcocho es una rutina y toda rutina es un ritual que funda ciertas costumbres, ciertas raíces en nosotros, nos dotan de una geografía y de un modo de ser, es lo que finalmente nos habilita para estar en el mundo, nos hace saber quiénes somos y a dónde vamos. Porque elegir es acción, es movimiento, es decidir el paso en el futuro, aunque no sus consecuencias,  porque hasta en las decisiones que pensamos ya tomadas como ir por el pan y por el café, por ejemplo, siempre hay imponderables.
Ni siquiera si vamos por el cuerno de higo éste sabrá igual que el anterior, un día es distinto del otro, por más segura que tengamos la vida, por más que sepamos cómo nos gusta el café siempre habrá situaciones que no podamos controlar, como no encontrar el pan que buscamos o hallarnos de pronto con alguien que nos sorprende por la forma de su rostro, por un modo de caminar, o por la sospecha en la mirada de alguien que nos mira mientras tenemos los sentidos puestos en las repisas donde memelas, donas, conchas, piedras, ranas trenzas, dátiles, ojos de buey se me insinúan con su colorida indiferencia.
Es ese tipo de tentaciones que nos auguran un futuro paraíso lo que muchas veces nos mueven; y yo, en días lluviosos como estos, prefiero estar en casa con una taza de café y un buen pancito escribiendo esta entrada; aunque no controle el tiempo y regrese hecho una sopa y con la insipiente enfermedad raspándome la garganta y sabiendo que me queda un ensayo aún a medio hacer mirándome con reprobación.


1 comentario:

  1. Tu ensayo te mirará con reprobación, pero también se vuelve un ritual la premura del fin de semestre que sería enfermo vivir sin el placer de un pan o de un café. Te imaginé por las calles del barrio en donde, como espejos, se vacía/ el santo olor de la panadería, que tú muy bien has sabido ver como pecaminoso, tal vez porque eres más sucio que López Velarde y porque la voluptuosidad no te deja terminar los ensayos.

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