¿Por qué octubre es uno de los
meses que más le gusta a la gente? o ¿será que exagero y sólo obsesiona a los perversos, a las personas
que les escurre la lujuria por los dientes, que tienen un complejo de satanismo o de chinche brujeril o una filia extraña por los huesitos de las calacas?, pero, no puedo negar que también a
los melancólicos o depresivos –si
pensamos en una taxonomía actual–, las noches de octubre los arroba, los alela, como si un estigma de pronto despertara de su piel; además -y esta comprobado- los suicidios por ahorcamiento o por fuego, jamás por agua o por algo tan vulgar como un cuchillo o una pistola, aumentan en este mes.
Quizá es debido a la luna, a su inmediatez con nosotros, digo, que se ve más grandota, para que me entiendan, pero no sólo es la cáscara de la luna, es algo más sireno, algo que nos
hace ir a un ritmo más pausado y más hondo; su cercanía inflama la sangre; materializa en los onanistas
los aquelarres místicos y aquellos vicios que es mejor callar para no quemarme tampoco; o quizá este apego por octubre se deba a sus vientos, a esos que agitan los árboles y secan las ramas y precipitan
la caída parda de las hojas que hace más visible nuestra propia fragilidad, ya que
nos hermana con la podredumbre y con todos esos "ríos que van a dar a la mar que es el morir";
porque no hay mayor cercanía, ni mayor incertidumbre para el hombre que los
avatares y los lindes que inician allende la descomposición. Quizá por ello
también amamos porque amar es también una especie de muerte y de misterio; es estar presos en esas incertidumbres que nos arrancan de nosotros y nos depositan en una costa ulterior,
en una zona invocada pero siempre oculta, en un aire denso que existe sólo como
un eco o una sombra o nombre y nos muestra nuestra orfandad, lo necesitados que estamos.
Mitades de un sueño o deseo que buscamos completar y nos va carcomiendo en lo
más hondo de la entraña, porque nada nos completará, nacimos malformados, hijos
de un mundo contrahecho. Pero, perdónenme por esta retahíla de sinsentidos, es absurdo formular una definición
sobre el amor, porque éste es movimiento y cambio. El misterio se vive, no se
nombra. Octubre por ello es el mes del amor y de la muerte, de los suicidas y
huérfanos, de los perversos y los onanistas, de la desnudez a destajo, de la luna fría, titán descarnado y
triste, nuestro hermano, nuestro semejante.
II
No es Abril, como afirmaba T. S.
Eliot, el mes más cruel; porque éste no es un espejo como lo es octubre y no
hay mayor crueldad que la de un reflejo que advierte, que interroga, que se
ensaña sin palabras, que se quiebra y se desmorona entre nuestras manos al mirarnos.
En él vemos lo risible que son nuestros esfuerzos por dejar constancia en este
mundo tan voluble. Además, es un mes largo, tan largo como la espera, porque su
tiempo es interior, es un espacio de retraimiento, de reflexión y memoria;
amargo como una mujer en el litoral de una ausencia, febril y hondo como el
arpón de un capitán en la negrura. Octubre se estira a nuestro ritmo y al ritmo
de la agonía, tanto así que llega a deshuesarse hasta el dos de noviembre. Por
ello, no se engañe nadie, sus noches aún ululan en el despertar de nuestros
muertos. Son las lunas de octubre quienes los
convocan, quienes exigen y encabezan y descabezan el banquete y nuestras risas que
van creciendo más y más hasta descoyuntarse para acallar el rechinar de puertas
y memoria que destejen y tejen nuestras sombras familiares.
La parca llega en octubre,
no en noviembre. Noviembre es el salón después de la fiesta, es la nevada
estéril, es amartillarse en el esqueleto para soportar la brutalidad del frío,
allí no hay nostalgia, sólo la tozudez por aguantar, por llegar a fin de año; es
transición, es camino, puente, no puede ser el mes de la muerte porque ésta
llega puntual, no espera, no es una vereda por recorrer, es un fin y un inicio,
es un ojo gigantesco marcándonos el alto, es el último reflejo que nos queda en
la baraja. Una ofrenda no es, ni puede ser la procesión, por ello octubre es el templo, el altar de la
homilía negra, la culminación del esfuerzo humano por perpetuarse más allá de los
huesos, por encarnarse en la muerte y ser muerte vivida, carcajada de memorias,
azúcar en el luto.
Noviembre es un
mes donde la muerte ya nos ha tomado completamente como inquilinos y es tanta
su familiaridad que empezamos a olvidarnos de ella, a perderla de vista y nos
pensamos libres, que tenemos todavía un futuro por delante y así vamos
sembrando nuestra parcela de desmemoria y nos creemos que tenemos todos los
huesos completos, nos portamos indolentes, sin saber que es una burla más del
destino, pues la muerte sigue allí, riendo, deshuesándonos lentamente hasta el
próximo octubre en que de nuevo se muestra entera, lista para finiquitar la
deuda que tenemos con ella; sino es que antes ya terminó de clavarnos toda su
quijada, cortando al fin el dorado mecate de nuestra vida.
Gran entrada! Y veo que la continúas, así como noviembre que continúa, pero atenuado, con el oficio de este mes lunar y reflejante que, como bien dices, es reflejo y "recuerdo" -diría Quevedo- de la muerte. Si nos ponemos mercadianos y astrológicos, es también el mes donde pasamos por la balanza de Osiris al aguijonazo fatal del Escorpión, signo de apasionados y suicidas. Me gusta cómo la divides y en la segunda parte hablas de la transición entre ambos fúnebres meses. Saldos
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