martes, 8 de septiembre de 2015

ESPEJOS INTERIORES



No sentimos el tiempo, sus patas hasta que giramos la cabeza y lo vemos muy atrás, y sin embargo levanta una amenaza que eriza la nuca. Por más empeño, lo único que distinguimos son sus cuartos traseros. Las plantas de sus patas delanteras están tan fundidas y confundidas a las nuestras que no sabemos separarlas ni distinguirlas, porque el tiempo es igual a uno mismo, por ello tan diverso. Toda mención de éste es evocación terriblemente vivida, febril, porque el pasado comienza desde el punto mismo de nuestra decadencia —el hoy—, y viaja desde la actual degradación hacia el inicio o hacia aquellos instantes de plenitud: goce y dolor; que fustigan los sentidos golpeándolos con el ayer.

El tiempo ido nos muestra un ser completo, con sus facultades físicas intactas o en potencia. Inalcanzable ya, tan redondo y tan tangible en esa ineptitud de músculos y huesos del ahora; dolidos simulacros que nunca se apegan al original, a esa puesta en escena de lo que fuimos, por eso los tatuajes son tan peligrosos, porque son una marca de lo irrecuperable, de un instante ya degradado, reliquias de lo que fue sólo una vez. La rememoración del presente es un deslinde con este momento que jamás se acuña, que nunca es porque siempre está siendo; mirarnos en perspectiva es agravar las diferencias con nosotros mismos, la distancia con eso que creemos ser.

Únicamente las personas que no se compadecen de sí mismas con el paso de los años, que logran conciliarse, aceptar la podredumbre física, la merma intelectual, la pérdida de los alfabetos de su mundo, son las que llegan a sabios; muy pocas lo logran, la mayoría que intenta seguir ese camino: domeñar al destino y domeñarse a su vez; y no lo consiguen, o se suicidan o enloquecen, o sufren una nostalgia que las hace irrecuperables, las condena a ser un asilo de sombras, esa casa en ruinas que alguna vez conocimos, quizá sólo en sueños, en ese golpe que descalabra la infancia, pero a todos nos habita y termina —detalles más, detalles menos— por ser la misma.

Somos una resta que nos va sumando años, enfermedades, muertes, días que cada vez serán menos, porque las horas nos acercan a la tierra, a la nada, a Quevedo. Somos la brutal comprobación del nunca más, de la persistencia del polvo, somos el roce del olvido.

Sostener la mentira de la juventud, de los ideales rozagantes es un empeño fracasado, además es imposible ante los espejos interiores que nos habitan y nos miran con mil pupilas desde una infinidad de laberintos que hemos construido para guardar intactas ciertas hojas del calendario; pero irremisiblemente de nuestros vicios de nostalgia, cada recuerdo es custodiado por un monstruo —¡Crecen tan rápido y deformes!— que día a día tiene más hambre, trema por salir y devorarnos, su baba asoma por la comisura de nuestra propia boca, sobre todo en los momentos de soledad, que cada vez se van haciendo más anchos.

Somos un hígado picado que se regenera demasiado lento, levantamos edificios tan altos que el vértigo nos hace caer, construimos tantos círculos en el agua que terminan por ahogarnos; acabamos, finalmente, masticados dentro de nuestros pasados.

Dentro todo está en movimiento y son esos espejos interiores los que hacen el balance de nuestras vísceras, el juicio valorativo, rencoroso de lo que nos va quedando.

Y sí, yo tengo demasiados fantasmas y muchos más olvidos, ya no soy aquel, pero aún los mismos perros muerden mi corazón, todavía estos versos de mi juventud siguen vivos, al menos por hoy, 8 de septiembre de 2015:



A veces eyaculo sin motivo,

amargo como hoja de coca,

tristísimo como bosque de lluvia,

como ala sola de otoño.



A veces jugando al dominó

o esculpiendo la piedra de la mente:

no la flor, sino su matemática;

no la llama, sí todas sus variables.



A veces eyaculo sin motivo;

en palabras, en obras y omisiones;

en olvidos y rememoraciones;

en los postes de luz, en los bares,

en los cafés, sobre un gato o un ladrido;

en la putilla del rubor helado

o en niñas de calzoncitos lívidos.



A veces me vengo, hay veces, ay, veces

que… me vengo, me vengo sin mot ivoo…

y ah… soy un o, soy todo ssoy na a da.

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