martes, 1 de diciembre de 2009

ITINERARIO

Siempre es bueno y malo sentarse a escribir los objetivos que se pretenden al iniciar una columna. Es bueno porque se traza una ruta de viaje, se le va modelando, se planea puntualmente el trayecto. Los minutos quedan esclavizados a los lugares que se pretenden mostrar, la pluma se mimetiza con el tono muy particular de lo que se escribe: el tan llamado estilo al que se debe plegar el ánimo y el temperamento. Todo ello para que la caravana no se desbarranque en las primeras de cambio, para que el paso sea seguro en ese futuro próximo que son todos los planes de viaje.
Lo malo es que en un itinerario preconcebido muchas cosas se dejan de lado, convirtiéndose a veces el viaje en algo mecánico, esclerótico y hasta aburrido por la falta de sorpresa, de tener presente que de A nos moveremos a B. Ahora bien, por más que se planeé un recorrido siempre habrán zonas habitadas por el azar, por fantasmas propios y ajenos que nos saldrán al paso; de calles que aunque estén marcadas en el mapa su existencia no será más que una conjetura, como una sonrisa que tal vez imaginamos dirigida hacia nosotros reflejada en los escaparates en que nuestro rostro se ahonda hasta transfigurarse en una cara que nos es ajena y que nos niega con la misma vehemencia en que nosotros la negamos, y al mismo tiempo afirmamos la existencia de aquellos labios rojos y desbordados que pensamos nos pertenecieron por un segundo.
Por tal motivo, lo que escribiré en este espacio, hasta que mi ánimo me deje, será una serie de recorridos por esas ciudades interiores y exteriores que me han ido marcando y que cambian a cada instante con la caída de cierta hora o de ciertas fechas, con la llegada de un desconocido que guarda una historia y que sólo tiene la mirada para hablar de ella, y que yo espero ser digno a esos posibles ojos para contar el drama que los devoran con la misma avidez en que quizá el hombre beba su cerveza o apriete el paso hacia la sombra de un portal que lo resguarde de los otros, que lo petrifique junto al muro en que se ha refugiado y que algún grafitti ha dejado constancia de su pérdida y de su olvido.

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