viernes, 16 de abril de 2010

LO FATAL

Elías Canetti decía que uno muere de una manera tan simple, que no era posible que la gente muriera con tanta facilidad. Él hablaba de ese modo por la época que le tocó vivir: la segunda guerra mundial. Ciertamente no puedo estar más de acuerdo con sus ideas, matar no requiere más que apretar un gatillo o violentar un cuchillo hacia adelante, hacia el otro. Canetti habla desde lo fisiológico, desde el acto físico, desde el daño que los demás pueden hacer sin sentirlo siquiera, quizá esa sea la muerte más azarosa, la que no se gesta en el propio hombre que la sufre.

Yo no podría sumar nada a lo que Canetti ha dicho, porque ese tipo de muerte no me pertenece, no me ha tocado de cerca, no la vivo ni la sufro; pero la otra, la que cargamos con nosotros todos los días no ha dejado de fastidiarme desde el momento en que tomé conciencia de mí mismo, en que vivo como una serie de interrogaciones que sé indescifrables y que al mismo tiempo me acotan y borran mis límites.

La muerte es un hoy, es un ir muriendo cada día, es verme al espejo y no encontrar nada en ese rostro que me mira mirándolo.
Pero la pasión está embrollando mi pensamiento y antes quisiera detenerme y mencionar que de las muertes que he sentido en algún momento de mi vida éstas han sido de dos tipos: la sensitiva y la indolente.

Hay un poema de Rubén Darío que empieza: “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura, porque ésta ya no siente/ pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,/ni mayor pesadumbre que la vida consciente…”

El hombre que es sensible al mundo y a sí mismo está condenado a sufrirlo, es un ser agónico que está en pugna con y por la vida. El hombre barroco, por ejemplo, vomitaba su agonía desde el interior hasta hacer de su dolor una mueca terrible; los romántico del XIX veían la expresión de su ser en la naturaleza tanto para asemejarse o contrastarse con ella o negarla ya en el periodo decadente; el hombre del XX al contrario se encerró en sí mismo, creo una jaula a su alrededor y sus batallas fueron internas y desesperadas, estaba solo, abandonado, había perdido el soporte de la divinidad y el arte y sólo le quedaba él mismo, derrotado de antemano.

Pero no todos los hombres son éste del que hablo. Yo pienso solamente en ése que conoce el peso de su respiración, de cada paso, del que piensa y se siente, y por ello puede pensar y sentir a los demás. Es el que se sufre y se vive en cada cosa que aprehende, el que puede hacer suya una tarde o el rubor o la tristeza en un compás musical, en una pintura, en el agua encharcada sobre la banqueta; es éste quien verdaderamente sufre pues sus máscaras -si es que las tiene- no pueden ocultar ni negar su verdadero rostro a él mismo.
Desgraciadamente este es el hombre que sufre de esas muertes diarias; las sufre porque las vive desde lo hondo de sí mismo, desde su desnudez más dolorosa, la muerte siempre es un asunto íntimo y privado.


El sentir todo es un dolor de fondo; abrir los sentidos es tener una hemorragia que no para y nos va consumiendo "arder como la vela y consumirse" decía Lope de Vega. Todo hiere de tan claro y de tan obscuro. Mi piel está aquí sin estar pues está viviendo el recuerdo de unos labios, la amargura de un ombligo y eso hace que yo, el que escribe, quede fuera de este momento en que mis dedos surcan el teclado.

Mi pensamiento duele porque es mío, porque allí estoy solo tratando de buscarme un mundo, tratando de catalogar a la persona que está aquí sentado, sin saber realmente quién es, pero el sólo acto de formular la pregunta ya es una respuesta, una verdad, una herida y un acto de rebeldía.

Esta manera de sentir y de pensar es un morir viviendo, es saber que esta luz nunca volverá a rozar de esa forma mi cuerpo, es perder al otro, es sucumbir a un olor, a un segundo en que éramos y a una hora en que nada queda ya de mí, en que he perdido todo y no me he cansado de seguir perdiendo aunque la caída cada vez es más negra y no se ve aún el suelo que me haga sentir el peso de la distancia ni el de mi cuerpo y el de mis huesos destrozados por el golpe que anuncia el final de la caída. “Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,/y el temor de haber sido y un futuro terror…/ y el espanto seguro de estar mañana muerto,/y sufrir por la vida y por la sombra y por…”


Pero esta muerte sensitiva llega un momento en que nos vacía, nos hace estériles al sentir y nos conduce tarde o temprano a la indolencia, al sabernos derrotados y sentirnos tristes de que ya no nos sabe la derrota; qué digo tristeza, ¡no!, ¡no!, ¡eso es falso!, pues en esta muerte que sigue a la del sentir ya no se siente nada, se han quemado los caminos del sentimiento, del dolor y la alegría, de la vida y de la propia muerte. Porque esta muerte es un dejarse ir de sí, es como verse acuchillado y seguir caminando en una ciudad destruida sin sufrir ni preguntarnos por la destrucción ni por la propia cuchillada. Ya no se buscan los pasos alguna vez perdidos, ni los pedazos de sombras que se nos han ido cayendo en el camino, ya el tacto no existe, es como ser un exiliado no sólo fuera de sí sino en sí mismo, y ésta es la muerte que no tiene retorno. Un suicida es un hombre que se queda sin caminos, que la vida o bien lo quemó en un instante o lo fue enfriando tanto que ya no siente que se le han ido cayendo poco a poco los dedos de las manos o quebrado el pulso de la sangre.

Yo he gustado el peso de la muerte en mi carne y he sentido lo que es no sentir; me he puesto una pistola en la boca, he probado el sabor del acero y jalado del gatillo porque ya no me quedaba nada, o al menos en ese momento pensaba que ya nada tenía, que no había una razón que justificara este levantarse día a día, este ponerse la cara, ajustarse el cuerpo y salir como si se buscara algo; yo me quedé sin nada qué buscar, yo dejé de reconocerme en ese hombre que se levantaba, que se veía las manos y se sentía ajeno de sí, del que ya no le queda piso para seguir cayendo, del que ya no tiene salidas pues todas las puertas se han cerrado en torno suyo y no hay más dolor que le haga sentir o por lo menos sufrir la vida.


Apreté el gatillo, pero esa vez no había balas en la pistola -en el teatro sería algo así como tragicómico, patético sin el sentido etimológico, sino peyorativo que nada tiene que ver con el pathos-.

Me acuerdo que lloré; vi mi llanto, sentí mi llanto, gusté mi llanto y dije que la vida era una hija de puta. Me jalé los cabellos para sentirme yo y otro, uno que comenzaba en ese instante, me golpeé los muslos, el pecho y reí sin saber cómo reír y por qué reír; me mordí los brazos para sentir mi carne. Quise hablar, gritar algo, quizá mi nombre que no sabía cuánto me pertenecía, pero no pude; quise apuñalar ese silencio abriendo la boca, mordiéndolo con mis dientes y la sangre manchó mis labios, mi barbilla, mi playera y ahogó mi gusto, perforó mi saliva y yo entré de nuevo en mí para empezar a caer de nuevo… y quise decir que ya no, que jamás, pero no pude porque sabía que la vida seguiría siendo una hija de puta.

Y hoy tengo que volver a jalar el gatillo y sentir el cañón de la pistola en mi boca aunque ya no haya nunca más una pistola, pero necesito recordar al imbécil que era para volver a sentir al imbécil que estoy siendo y seré; quiero tener presente todo lo que se ha muerto en mí para llegar al ser que soy ahora; lo necesito en este día en que se ha cercenado una gran parte de mí.

“lo que no conocemos y apenas sospechamos,/ y la carne que tienta con sus frescos racimos/ y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,/ ¡y no saber a dónde vamos,/ ni de dónde venimos…!”
Pero estos versos finales de Darío, estos versos de su poema "Lo fatal", aunque encierran la incertidumbre y la certeza del "Eros" y el "Thanatos" no son para mí una desesperanza como lo fueron para el poeta, sino una incógnita que quiero seguir indagando; y si es preciso morir cada día para seguir deseando cada día, lo seguiré haciendo, pues prefiero ser un hombre que sabe y ha gustado y sufrido de la muerte a lo largo de su vida, a ser uno que sólo la verá al final de su jornada o por el azar que alguien más le tiene preparado a la vuelta de la esquina.

3 comentarios:

  1. Gracias Roberto y gracias por esta tarde en que abriste mis sentidos.

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  2. últimamente estás de un emo, lo peor que estás así porque quieres.

    Carmen...

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  3. Vivir es sentir...sentir es sufrir...debemos aprender a aceptar el sufrimiento como parte de la vida...
    Notable :)

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