jueves, 22 de abril de 2010

para los Javieres que me habitan

Releyendo esta carta que originalmente era para Xavier Villaurrutia y fue para un concurso -por parte de la UNAM- del cual resultó premiada, me di cuenta que no la escribí sólo para él sino para mi padre, pero al leerla hoy, vi que también y más que nada es una carta dirigida para mí; Dónde estoy, no sé, siento que me necesito y no me encuentro y me busco en la habitación y sí me siento, pero entonces, por qué no me respondo en esta soledad, porque no me doy un abrazo cuando más lo necesito. Bueno ya me dejo de estas cosas y mejor transcribo la carta, perdonen por no escribir nada nuevo, pero sí, es algo que estoy viviendo en este momento.

Estimado Xavier:

Escribo estas palabras, no mías, hermano que has venido vertiéndolas noche a noche en esta habitación; soledad en que aguardo el silencio de tu palabra, de tu nocturna palabra Xavier, pues aquí ya no hay sueño ni estatua, y sin tu voz, tampoco grito ni eco; el muro yace quebrado ante un espejo que llora desconsoladamente, llora buscando tu tacto, buscando su muerte que sólo en tu rostro encontraba.
Xavier, ¿por qué precisamente esta noche en que más me hiere tu recuerdo vienes a mí?, ¿por qué detener tu voz en mi boca en el instante que siento una sed de muerte, un vacío de muerte que ha dejado tu ausencia? Ya no es mía mi voz Xavier, ya no es mía, está llena de tu sombra; y en este papel, en esta sábana blanca amortajo tu voz con mi palabra, lenguaje de muertos amigo mío.
Hoy sé que vivo muriendo, que estoy tan vivo como muerto, pues, “¿qué prueba de la existencia es mayor que la muerte?” No sé si agradecerte, no lo sé amigo mío, pero no hallo mejor forma de hablarte sino es a través de este lenguaje que he aprendido de ti y a la vez tan mío, como esta sombra que sube de mi boca y es nostalgia, ¿de tu partida?, ¿de la falta de tu palabra?, ¿de la forma en que me mostrabas y entendías al mundo?, ¿de qué?, no lo sé Xavier, no sabría decirte, es quizá todo eso, es quizá… abusando de nueva cuenta de tus palabras: nostalgia de la muerte, de la muerte diaria, de la muerte vivida.
Hoy tu imagen circula en el árbol quebrado de mis venas, y es una herida que aviva mis dudas, no sólo de lo que nace y muere de la noche, de lo que duerme y despierta en ella, sino es saber de ti, saberte lo que me desvela, ¿tendrá mi voz su eco?, ¿estarás despierto esta noche?, ¿vagarás sonámbulo en mis ojos muertos viendo cómo trato de llamarte, de charlar contigo?, ¿Acaso alguna de estas palabras, de mi voz será quemadura suficiente para matar tu muerte y afrentar la soledad de la alcoba? “Todo en la noche –decías- vive una duda secreta.”, pues a esa duda me amparo Xavier, en esa duda vagan mis pasos sin rumbo buscando tu misterio.
Está desierto, todo está desierto, “como la calle antes del crimen”, como mis pupilas aún cerradas al cuchillo de tus alas negras, de tus dos alas que hieren el aire, el encierro de este cuarto en que a solas he abierto la botella. Desaparecen los ángulos, y sólo se escucha caer gota a gota en el fondo del vaso la soledad sin paredes, la soledad sin sangre que me habita y que te llama como este espejo que me nombra y te ha nombrado; y en ese angustioso juego, en el caracol de mi oreja, espero tu voz.
Quizá no vengas, pero vendrás. Está la luna muerta de tanta luz, de tanta muerte que me hace pensar en ti, su luz hace más hondo el silencio sobre el cristal de mi oído, mudez a la que me rebelo y revelo el velo de vocales distraídas que amortiguan el descenso a los olvidos en que se hiere el laberinto de mi aliento.
Apago la luz -no es suficiente-, en la cama, con la botella a punto de entristecerse, cierro los ojos y acallo el último latido de alcohol; en mi boca, entre mis labios, en vuelo vertical, unas cuantas palabras Xavier: primero ajenas, después mías, entonces tuyas… Algunos de tus versos vienen con la respiración, con la misma velocidad que la noche y sus sombras imprimen al tiempo: “La MUERTE toma siempre la forma de la alcoba que nos contiene. Es cóncava y oscura y tibia y silenciosa, se pliega en las cortinas en que anida la sombra, es dura en el espejo y tensa y congelada, profunda en las almohadas y, en las sábanas, blanca…”
La alcoba nos habita Xavier, nos llena de su silencio, de nuestro silencio: “duro cristal de dura roca”; nos sumerge en su sombra, nos ahoga entre las sábanas, crudeza que ostenta como su manto la muerte; húmedo como el mar que llevamos dentro, como el temblor de un olvido que de pronto nos quebrara los labios, y sílaba a sílaba dijera su nombre, el nombre, ese nombre que tantas veces nos recorrió a ciegas buscándonos el pecho, y que hoy arde sobre la boca de nuestra tristeza.
La alcoba es el único lugar posible para llamarte, para escribirte, para nombrarte, donde el tiempo está al capricho de la noche, de la muerte: nocturno mar amargo que nos circunda, en el que por fin, lentamente has llegado. “Entonces, sólo entonces, los dos solos, sabemos que no el amor sino la oscura muerte nos precipita a vernos cara a cara a los ojos…”

Roberto Javier Acuña Gutiérrez

2 comentarios:

  1. Ya no te diré nada sólo sabes que soy tuya y si me necesitas para lo que sea por capricho por deseo para olvidar estoy contigo, no quiero verte sufrir eres demasiado maravilloso, inteligente, sensible, amable, que no puedo ni quiero soportar que sufras, se que somos amigos y lo sere siempre, yo solo quiero que seas feliz y que te hagan feliz y yo se que quiza no sea conmigo lo se pero quiero hacer algo por todo lo que me has dado y me diste. me duele mucho no ver esa sonrisa y esa mirada sabia y amable

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  2. Fauno de nuevo, ya, ya, ya, reunión urgente, ya todas estamos de acuerdo..., te marco...

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